REDES SOCIALES

Los algoritmos de la incertidumbre

Las redes sociales, que alguna vez prometieron democratizar la información, han terminado por moldearla a conveniencia: en la era del scroll infinito, los hechos compiten con memes y teorías conspirativas. | José Luis Castillejos

Escrito en OPINIÓN el

El mundo se ha acostumbrado a vivir con la sensación de que algo se nos escapa. Entre guerras que no terminan, cumbres climáticas que acumulan promesas y democracias que parecen caricaturas de sí mismas, la pregunta ya no es qué sucede, sino cómo nos lo cuentan. Hoy, más que nunca, el problema no es la mentira, sino la anestesia.

Tomemos como ejemplo lo que ocurre en Gaza o en Ucrania. No es sólo el horror de las bombas, sino el eco selectivo con que los medios nos las presentan. La muerte tiene nacionalidad, la compasión también. En los titulares, las víctimas no valen lo mismo: unas conmueven, otras apenas ocupan un párrafo. La tragedia no siempre alcanza las portadas, porque la empatía ahora depende del algoritmo.

Las redes sociales, que alguna vez prometieron democratizar la información, han terminado por moldearla a conveniencia. En la era del scroll infinito, los hechos compiten con memes y teorías conspirativas. El conocimiento se volvió volátil y sospechoso. No importa lo que se diga, sino cuántos lo repiten. Lo viral reemplazó a lo veraz. Y así, la verdad no se disputa: se disuelve.

Quizás el mayor escándalo de nuestra época no sea la corrupción, sino la indiferencia. La gente ya no protesta como antes porque ha aprendido a coexistir con la distorsión. Se normalizó la idea de que todo es manipulable: la imagen, el sonido, el testimonio. Vivimos en un mundo donde una foto puede mentir y una voz puede no ser humana. La duda se ha convertido en el nuevo sentido común.

Pero no se trata de nostalgia por un pasado mejor informado. El problema es otro: hoy ya no nos duele la mentira, nos entretiene. Hemos hecho del cinismo una virtud. Nos parece astuto desconfiar de todo, como si el descreimiento nos volviera más inteligentes. La sospecha reemplazó al pensamiento crítico. Y cuando todo es posible, nada importa.

Lo más grave no es que los líderes del mundo se reúnan en cumbres para no decidir nada. Lo alarmante es que eso ya no nos indigne. La pasividad se ha instalado como una forma de defensa. Y mientras el planeta arde —literal y metafóricamente— nosotros seguimos buscando distracciones, como quien en una casa en llamas se pone a ordenar cajones.

El mayor desafío no es tecnológico, sino ético. No hay algoritmo que nos salve si renunciamos a la compasión, a la memoria, al asombro. El mundo no necesita más datos, necesita más humanidad. Porque si seguimos anestesiados frente al dolor ajeno, terminaremos por no reconocer ni el propio.

Y entonces, cuando todo duela, será demasiado tarde para entender lo que fuimos.

 

José Luis Castillejos

@JLCastillejos