El vaivén inscrito en las olas, nuestros cuerpos flotando, dejándose llevar de un lado al otro, mientras la inmensa profundidad, de a sorbos, salada, nos saluda, sin una pretensión más que existir y dejar que lo demás exista.
Llevado por el ahora, el mar sabe más que nosotros: ahoga el pasado, que se hunde por su abisal espíritu; deja libre el futuro, que vuela hasta que el recuerdo de Ícaro le traiciona, derritiendo sus frágiles alas, regresándole al ahora.
Las olas transforman todo lo que tocan, no porque quieran hacerlo, sino porque es su naturaleza. Nos desplazan de un lugar a otro, haciéndonos sentir su furia o arrullándonos cuando su ánimo lo permite; nos hunden, no porque quieran, sino por la inercia que les lleva a hacerlo.
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Nos preguntamos hacia dónde vamos, hacia dónde nos llevan las olas y ni siquiera ellas lo saben. No ofrecen una respuesta certera, sólo repiten lo que el viento alguna vez les contó, mientras les acariciaba entre susurros.
Las olas hablan de la luna y se sonrojan, apenadas de recordar el amor que le profesan, así como aquella espera por volverle a ver iluminando la noche, llamándoles con su luz a desafiar las reglas de la convencionalidad y buscar, por lo menos, una de sus caricias.
Hablan de la playa. Encalla la mirada sobre la arena, que, sin querer hacerlo, mueven con su vaivén; golpean algunos recuerdos sobre las rocas, que esculpen de a poco con el paso del tiempo, haciéndoles suaves, irregulares, filosas, únicas; se montan sobre ellas brillantes noctilucas, compitiendo con el vasto cielo y sus constelaciones, así como con aquellas galaxias que sobresalen en la piel de ciertas personas, destacando naturalmente su geométrica belleza.
Hablan del profundo océano y todo aquello que alberga el mar, pero que las olas no conocen. Tesoros de carne y hueso que pueblan de vida, luces enigmáticas difíciles de describir, terrores inimaginables que nadan o duermen entre lo que alguna vez fueron parajes montañosos y escarpados.
Aun así, los océanos se pierden y las montañas se levantan como olas; todo transforma la vida a su paso, y así, el secreto mismo de la vida se mantiene silente entre nosotros.
Las olas cuentan entre dientes algunas historias; enseñan lecciones que el viento, la luna o el mar profundo les contó alguna vez entre caricias; las olas transforman todo lo que tocan, sin que exista una voluntad implícita en aquella misión que han aceptado sin cuestionar siquiera un poco.
EN EL FONDO DEL OCÉANO
Tememos de las tormentas que se avecinan y que llegan sin aviso; nos aburrimos de aquellos periodos de calma que nos regalan, aunque descansemos del tempestuoso ritmo. Sufrimos de ausencia, cuando no vemos el horizonte lo suficientemente claro, y a su vez, nos perdemos en el ahora, soñando con aquello que viene más adelante.
Somos permeables, todo nos atraviesa de cierta forma; la salinidad del mar, franquea nuestros frágiles cuerpos, curtiendo nuestras heridas, mientras danzamos de un lado al otro, movidos por las olas, sin que nada podamos hacer para detener lo que naturalmente sucede.
Cuando nuestra voz termine, quizás nos convertiremos en mineral, y quizás, cristalizados, terminaremos en el fondo del océano, integrándonos en el todo, hundiéndonos en lo profundo, liberando de a poco lo que materialmente somos, conservando sólo una pizca de lo que alguna vez fuimos.
Quizás, cuando nos convirtamos en mineral y terminemos en el fondo del océano, soñaremos de vez en cuando con las olas: escucharemos sus historias, viviremos su amor por la luna; y cuando nuestra voz termine, creeremos que somos aquellos que fuimos, sintiéndonos de vez en cuando arrullados por su vaivén infinito.
