Acto 3, Escena 1. Soliloquio del príncipe danés Hamlet en el que reflexiona sobre la existencia, la vida y la muerte, preguntándose si es dable soportar los golpes de la suerte o debe tomarse una decisión para acabar con ellos. “Ser o no ser, esa es la cuestión” podrá convertirse el 1 de junio de 2025 en México en un “votar o no votar, esa es la cuestión” y la calavera a la que observa Hamlet podrá adquirir la forma de una urna única para el depósito de todos los votos que se emitirán en esa farsa a la que se ha convocado como supuesta primera experiencia electoral del Poder Judicial.
Muchos, muchísimos, son los textos en que se exponen las causas que soportan la decisión de no votar en las próximas elecciones extraordinarias del Poder Judicial. Menos, pero existentes, los artículos en que se explicitan los motivos para ir a votar. No ahondaremos pues en el tema de las razones, abundantemente (d)escritas, que sirven más que para efectivamente motivar un seguimiento de la decisión propia por otros, como manifestación de pertenencia a un grupo y como demostración de una sobrevaloración del peso de la decisión individual en la decisión colectiva.
Ello, pues ya se sabe que lo que haga una persona no tiene mayor importancia en una elección, pues el voto o no voto de una personas tiene un peso marginal en los resultados, por lo que la teoría de la decisión racional advierte que lo único racional es abstenerse, no por este o aquel motivo político o ideológico, sino simplemente al asumir la intrascendencia de los actos individuales en un proceso electivo de un colectivo.
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Pasaremos entonces revista a los segmentos en que se dividirá el electorado a partir de su decisión de “votar o no votar” en estas elecciones, con miras a una lectura relativamente novedosa que se oriente por otro eje de corte del proceso.
Los abstencionistas
Sin duda el mayor corte dicotómico en la elección por venir será el conjunto de los diversos segmentos de abstencionistas. ¿Ochenta por ciento, es decir cuatro de cada cinco? ¿Noventa y tanto por ciento, si es que vota alrededor de uno de cada once electores? ¿Noventa y cinco por ciento si participa uno de cada veinte? La proporción está por verse y éste tal vez sea el único dato con el que se contará oficialmente el día mismo de los comicios judiciales.
La enorme mayoría de quienes no participen será por desinformación o desinterés en el proceso. No será, aunque luego así algunos lo vayan a pretender leer, muestra de una decisión consciente de repudiar al proceso, sino solamente como inacción ante la carencia de conocimiento de que las elecciones se habrán de celebrar o de indiferencia ante quienes serán electos para los cargos en juego, a lo que se añadirá en esta ocasión la incapacidad para comprender bien a bien qué cargos se eligen, para qué sirven y quienes contienden.
Habrá, claro, quienes no voten por una decisión beligerante que busque la descalificación del proceso. Difícilmente se sabrá qué proporción de abstencionistas corresponderán efectivamente a este segmento, aunque pudiera disponerse luego de la elección de cálculos derivados de encuestas, si es que se hacen mediciones para conocer este aspecto. Empero, resulta evidente que dentro de quienes no voten, los que lo hagan para descalificar al proceso serán los menos.
Y quién sabe si dentro de todas las nuevas reglas que limitan el cómputo ciudadano de votos y la cancelación de boletas sobrantes —decisiones que ha correspondido tomar a la autoridad administrativa electoral nacional, el Instituto Nacional Electoral (INE)— la abstención se contabilizará como tal o formará parte de una “votación fantasma” que muchos creen que hará crecer los votos y apoyar una legitimación artificiosa del proceso, aunque es dudoso y sin sustento empírico que así podrá suceder.
Los participantes
El conjunto de segmentos que sí voten en estas elecciones serán seguramente los menos. Y entre ellos una parte no despreciable serán quienes acudan a votar y participen apoyados por estructuras gubernamentales o partidistas, aunque esto último esté prohibido. Acarreos, compra de votos, seguimiento de por quién votar con base en acordeones previamente repartidos y otras prácticas que se suponía estaban erradicadas en nuestro país y que impedirán considerar al proceso como propiamente democrático, se verán de nuevo como un componente fundamental en la definición del resultado, que de otra manera pudiera resultar un reparto prácticamente paritario de votos, por tener un origen próximo a lo estocástico, entre nombres de contendientes que nada le dicen al elector.
Desde luego, existirá un pequeño componente de votantes que lo hagan por convicción y sin soporte de estructuras clientelares o corporativas. Hay quienes creen que la reforma es la manera de erradicar la corrupción que invade al Poder Judicial. Hay quienes consideran que votar es un deber cívico. Hay quienes dicen que votar es no dejar desocupado un espacio de libre expresión que permita, después, modificar la lógica de una reforma que a todas luces no cumple los criterios de integridad que la democracia impone.
Todos ellos, juntos, sin embargo, no han acordado qué candidatos apoyar, por lo que habrá enorme dispersión de su voto entre los múltiples nombres de personas prácticamente desconocidas por las que tendrán que elegir. No será un reparto aleatorio, pues el reconocimiento de algunas personas las hará más propensas a recibir o no recibir votos dentro de estos votantes, y el orden de presentación de los nombres y el registro del Poder del que proceden o su condición de estar en funciones generará sesgos respecto de un reparto eminentemente paritario.
Colofón shakesperiano
Volviendo a “Hamlet”, el momento de reflexión filosófica no es para cualquiera: lo tiene un noble educado. Otros, más procaces, como los amigos de la infancia del joven príncipe, Rosencrantz y Guilderstein, apenas atinan a servir para distraer a Hamlet y buscar descubrir las causas de su locura. Si bien quieren recobrar la confianza del príncipe, realmente asumen un rol de espías para el corrupto rey Claudio. Eso lleva a Hamlet en el Acto 5, Escena 2, a dejar morir a sus supuestos amigos a manos de unos piratas, llegando a decir solamente que “No están cerca de mi conciencia; su derrota / Crece por su propia insinuación" cuando se entera de la muerte de los pretendientes de su amistad.
Así podrán pasar por la indiferencia de los promotores de la abstención aquellas personas registradas para la observación electoral adscritos a organizaciones de defensa de derechos electorales que han decidido apoyar la libre participación de sus afiliados, los que solamente han de servir para crecer las cifras de votantes y ayudar a la legitimación del proceso. Este es un último grupo, pequeño pero que ha sido incluso mayoritario en mesas académicas de reflexión convocadas por otros interesados en el proceso que también afirman que irán a votar de manera libre.
Y así podrían decantarse más subgrupos dentro de los grupos listados, familias que vivirán por un día y que se distinguirán por su actuar, aunque a fin de cuentas el voto se reparta muy cerca de lo deseado por los creadores de los acordeones y la enorme abstención que se presente no sirva para abollar la legitimidad del proceso. Sus promotores cantarán victoria pase lo que pase y como ya se dijo culparán al INE cuando se voltea la moneda y se lean no la triunfal participación del pueblo en la consulta, sino los yerros, equívocos y limitaciones para un éxito rotundo del proceso.
La mesa está servida. Qué pase a tomar un bocadillo quien quiera, aunque puede estar envenenado.
