Los restos de José Mujica fueron incinerados, como fue su voluntad, y sus cenizas esparcidas bajo un árbol en su chacra de Rincón Viejo, una modesta finca ubicada en la periferia de Montevideo, la capital uruguaya. Fue una ceremonia íntima, reservada exclusivamente para su esposa, Lucía Topolansky, y su círculo más cercano de familiares y amigos.
Tras su fallecimiento, el martes 13 de mayo y después la ceremonia luctuosa en el Palacio Legislativo de Montevideo, donde varios jefes de Estado y miles de ciudadanos despidieron al exguerrillero que fue presidente de Uruguay entre 2010 y 2015, se realizó la sencilla reunión de despedida.
Siguiendo su voluntad, no se permitió la presencia de medios ni de autoridades oficiales, manteniendo la sencillez y privacidad que caracterizaron su vida. Este momento final reflejó el deseo de Mujica de descansar en paz, lejos de los protocolos y homenajes públicos, en el hogar que compartió con Lucía, su pareja de toda la vida y bajo el árbol que él mismo plantó, donde fue enterrada su querida perrita, Manuela.
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A principios de este año, el 9 de enero, Mujica reveló que su cáncer de esófago se había vuelto terminal y que había decidido no someterse a más tratamientos. En esa entrevista publicada por el semanario uruguayo Búsqueda, expresó: “Hasta aquí llegué. Ya está. Que me dejen tranquilo…El guerrero tiene derecho a su descanso”.
Fue una declaración firme, coherente con su filosofía de vida basada en la sobriedad, la honestidad y la aceptación del ciclo natural de la existencia. Hasta el final, Pepe Mujica fue un hombre que peleó por sus ideales, vivió con congruencia y eligió partir con dignidad.
“La muerte de José Mujica a los 89 años –señaló el editorial del periódico El País– cierra una vida que fue, en sí misma, una lección de política. Política no entendida como cálculo, estrategia o mero ejercicio de poder, sino como compromiso y coherencia. En tiempos marcados por la desconfianza ciudadana hacia los liderazgos políticos, Mujica representó hasta el final una rara forma de autoridad: la que no se impone, sino que se gana. La que no necesita alzar la voz para ser escuchada. La que construye sobre el ejemplo personal, y no sobre el espectáculo partidista”.
En efecto, Mujica fue un político fuera de serie. Una “oveja negra”, como lo describieron sus biógrafos Andrés Danza y Ernesto Tulbovitz, que demostró que se puede ejercer el poder sin corromperse, sin enriquecerse y, sobre todo, sin perder la decencia y los principios del humanismo.
Al presentar el libro (“Una oveja negra al poder”), el 15 de octubre de 2016 en la Biblioteca Vasconcelos de la Ciudad de México, Mujica se dirigió a los jóvenes, identificandose como perteneciente “a una generación que quería cambiar el mundo y nuestra mayor fortaleza era que estábamos convencidos. Cuando se está convencido no siempre se tiene la razón, pero la verdad es que todo se pierde cuando ya no se cree en nada”.
En este libro, compartió reflexiones sobre su vida, desde su juventud y militancia en el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, hasta ser capturado y pasar casi trece años en prisión, durante la dictadura militar (1972-1985), antes de llegar a la presidencia de Uruguay en 2010.
Aquellos años de reclusión serían narrados en la película “La noche de 12 años” (2018), dirigida por Álvaro Brechner. Un drama histórico basado en el libro “Memorias del calabozo”, escrito por Mauricio Rosencof y Eleuterio Fernández Huidobro, que muestra las condiciones extremas de aislamiento y tortura psicológica que sufrieron Mujica, Rosenconf y Huidobro, durante más de una década.
Una semblanza sobre Mujica estaría incompleta sin Lucía Topolansky. El primer encuentro entre ambos ocurrió en septiembre de 1971, la noche en que él se escapó de la cárcel de Punta Carretas con otros 105 tupamaros. “Nos encontramos una noche en que andábamos muy perseguidos (…) nos aferramos al amor”, dijo Mujica en una entrevista con la BBC.
Ambos volvieron a ser detenidos en 1972, un año antes del golpe de Estado. Permanecieron presos, aislados, durante trece años. Al recuperar su libertad por una ley de amnistía, el 8 de marzo de 1985, Pepe volvió a encontrarse con Lucía.
Al día siguiente, reanudaron su actividad política. Fundaron el Movimiento de Participación Popular. Fue Lucía quien, como senadora, le tomó juramento a Mujica cuando asumió la presidencia en 2010 y también fue ella quien lo acompañó en su lecho de muerte.
