La noticia más relevante de los últimos días ha sido, sin duda, la elección del nuevo papa, la mirada sobre la chimenea del techo de la Capilla Sixtina, acaparó la atención de millones de personas alrededor del mundo. El cardenal Robert Prevost se convirtió, para sorpresa de muchos, en el papa 267º de la historia.
Contra todos los pronósticos, la opinión los vaticanólogos y las publicaciones interesadas, los cardenales electores emitieron su voto a favor de un cardenal de enorme trayectoria y prestigio, un candidato que se fue revelando ante el colegio cardenalicio con discreción y serenidad durante las reuniones de las congregaciones generales y que, hasta antes del cónclave, ciertamente no era el más mencionado, ni el más visible de los “papables”.
La trayectoria y la personalidad del sucesor de Pedro, confirman la idoneidad del papa que la Iglesia y el mundo necesitan. Un sacerdote agustino de carácter templado y sereno, con profunda formación humana y religiosa; nacido en los Estados Unidos, misionero y obispo por décadas en Perú, superior general de la Orden de San Agustín, integrante de la curia romana y cercano colaborador del papa Francisco, como responsable del Dicasterio para los Obispos.
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El nombre que eligió lo define. Como él mismo lo explicó, se inspira en el papa León XIII, a su magisterio social y a la conciencia que tuvo de las “cosas nuevas” que caracterizan el advenimiento de una nueva época para la humanidad.
La publicación de la encíclica Rerum novarum, en 1891, fue la respuesta a los grandes cambios que generó la revolución industrial; la voz del “papa de los obreros” se levantó para exigir el respeto a la dignidad humana y a los derechos de los trabajadores y sus familias, para denunciar los excesos del capitalismo y del socialismo, y para proponer la Doctrina Social de la Iglesia como la respuesta a los graves desequilibrios del mundo del trabajo, la economía y el desarrollo social.
Hoy como ayer, el papa León XIV asume que en nuestros días es necesario afrontar,“con la riqueza de la Doctrina Social, los desafíos de una nueva revolución industrial y de la inteligencia artificial, en defensa de la dignidad humana, de la justicia y del trabajo”.
Es cierto que los grandes cambios que caracterizan el cambio de época son, al mismo tiempo, nuevas oportunidades para alcanzar un desarrollo humano y social más justo, más solidario, siempre y cuando recuperemos la fe y la esperanza en Dios y en la humanidad.
La pérdida del sentido de la vida, el acomodo del mundo en nuevos bloques económicos, centrados en la visión de poder y dominio; la híper concentración de la riqueza en unos cuantos, en detrimento de millones que viven en la pobreza; y las novedades del desarrollo tecnológico, inimaginable hace algunos años, pero al margen de cualquier consideración ética o moral, son algunos de los retos que enfrenta la humanidad en nuestro tiempo.
Ante estos desafíos, el “habemus papam” ha sido un anuncio de alegría y esperanza para todos los hombres y mujeres de buena voluntad, la elección de un nuevo papa es uno de los signos más relevantes del cambio de época, una oportunidad para enriquecer el diálogo y el encuentro global en busca de la paz y la justicia que el mundo necesita.
