“Tangerine: chicas fabulosas” es una película dirigida por el cineasta estadounidense Sean Baker. El centelleante director de “El proyecto Florida” (2017), “Red Rocket” (2021) y “Anora” (2024), Oscar a la mejor película, guión y dirección. “Tangerine”, por increíble que parezca, fue filmada con tres teléfonos IPhone y claro, cantidades desbordadas de sensibilidad y talento. Una historia de trabajadoras sexuales transgéneros, muy jóvenes, en Los Ángeles: Sin-Dee Rella (como “Cinderella”, “Cenicienta”) y su amiga Alexandra. Sin-Dee sale de la cárcel en donde estuvo 28 días, y cuando regresa a su barrio se entera que ese lapso tan breve le bastó a su novio y proxeneta para serle infiel, ni más ni menos que con una mujer cis, lo que abunda en su furia. “¡Una con vagina!”, le dice su amiga.
Así, descocada, peleonera, furiosa, recorre las calles de ese territorio en el que reina, buscando al traidor. Se encuentra con colegas en una esquina, interroga a todo con el que se tropieza, camina rápido. Vive rápido. Cree en el amor monógamo que espera vivir junto al más volátil y distraído de los hombres. ¿Por qué no sucedería si en él colocó su elección y su voluntad? Además, está muy sola, solísima. Alexandra canta, reparte los volantes para que asistan a su concierto de Nochebuena. Su noche estelar, la de sus sueños. Corre paralela la historia de Razmik, un taxista armenio y sus interacciones con su clientela, algunos más indeseables que otros. Todo sucede a las prisas. Encuentros fugaces. Conversaciones aún más fugaces. Como si vivir fuera una carrera hacia adelante, no desprovista de humor, encanto y muchísima ternura.
Ese es el punto: mujeres transgénero sin ningún conflicto visible por ser quienes son, confrontadas, sí, a la brutalidad del entorno que las excluye, pero ellas tienen su mundo. Un policía hace referencia a la familia y Alexandra ironiza: “¿La familia?” Se tienen la una a la otra. Sin-Dee encuentra por fin, a la mujer cis que participó en el acto desleal de su supuesto novio y la arrastra por las calles: ahora lo tiene que encontrar a él, confrontarlos. En su territorio es sabido que le encanta el zarandeo y el escándalo. El mundo es precario, lleno de momentos y confrontaciones siniestras, pero “las chicas fabulosas” no tienen tiempo de quedarse a lamerse las heridas: así es la vida, así ha sido. ¿Por qué se esperaría otra cosa? Venga, ¡en marcha!
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Uno de los momentos más tristes es cuando la rubita (cis) se burla de Sin-Dee, de una manera desesperanzada y dolida (nadie tan sola como ella), sí, se acostó con el proxeneta de las dos algunas veces, ¿y luego? Él “prueba la mercancía”. ¿Por qué de verdad Sin-Dee supondría que un hombre así sería capaz de amar a alguien, de tener una novia?”. Después de decenas y decenas de volantes repartidos, solo Sin-Dee y la rubita (llevada a rastras), llegan al concierto. Alexandra canta una canción en el bar desolado. Paga por cantar. Las amigas tenían cada una su fallido horizonte de esperanza al que se aferraban: el canto para Alexandra. El amor del proxeneta para Sin-Dee.
Razmik sigue circulando sin parar por las calles, ahora no busca clientes, sino compañía. Sube a una joven a su carro y la rechaza horrorizado cuando mira debajo de su ropa interior y no hay pene. ¿Está oculto? No hay. Una mujer cis no es lo suyo. Encuentra a Alexandra. Con ella está a salvo de desilusiones. Después, regresa a su casa en donde su esposa, su suegra y otras mujeres armenias esperan al “hombre de la familia” para celebrar. Eso es él: el “hombre”, esposo, padre, proveedor obligadamente heterosexual. Nada más es posible si desea permanecer siendo parte de su comunidad. Pero el deseo tiene otros tantos caminos. Tantos. Creo que es lo más conmovedor de “Tangerine”, es una película acerca del deseo. Los deseos. Realizables o no, están presentes, habitan los corazones y las pieles. Y el cineasta se acerca a esos deseos con una delicadeza y una ternura inolvidables.
Al final, ni el concierto exitoso de Alexandra ni la historia de amor de Sin-Dee fueron posibles. Habrá que inventar otra cosa. Pero cuentan la una con la otra. Son amigas. Van a las lavadoras de ropa juntas. Se prestan sus pelucas. Se consuelan. Ya será para la próxima. Ya será. Y el final sostiene ese tono entrañable que es el hilo conductor de la película: la vida es complicada, como un largo hoy que se repite, pero no hay que perder la esperanza. ¿Ser transgénero? Es una manera de ser, el problema no está en esta identidad o la otra, en si tienes pene o vagina, o qué haces con ellos. El problema es el abandono, la familia desaparecida, la precariedad económica, el orden injusto del mundo. El problema es aprender a lidiar -para sostenerte en pie- con la vaga posibilidad de lo que parece imposible.
