Las más importantes revoluciones de occidente, la francesa, rusa y mexicana, surgieron en un contexto de empobrecimiento de la mayoría, extremos de inequidad en la distribución de la riqueza e innumerables abusos de la oligarquía en el poder. En respuesta la población desarrolló formas de expresión esencialmente pacíficas como huelgas y manifestaciones multitudinarias para modificar paulatinamente las relaciones de poder político dentro de los cauces de la legalidad existente.
México. Tras de que Porfirio Diaz anunció que no tenía la intención de reelegirse una vez más, se fortaleció en México la organización política de la oposición para participar en las elecciones de 1910. Sin embargo, Diaz no cumplió su palabra, se presentó como candidato y encarceló a su principal opositor, Francisco I. Madero, en lo que fue de hecho un golpe de Estado. Levantamientos armados en el norte del país hicieron que Díaz renunciara y saliera del país y tras un interinato, en 1911 Madero triunfó en las urnas y se convirtió en presidente de México. En 1913 ocurrió un segundo golpe de estado, en este caso militar, encabezado por Victoriano Huerta, que acabó con la posibilidad de una transformación pacífica y desató el periodo más sangriento de la revolución mexicana.
Francia. En 1789 el rey Luis XIV convocó una asamblea representativa del clero, la nobleza y el pueblo, cada uno de estos grupos con un solo voto consensado a su interior. No se habían reunido desde 1614 y la convocatoria fue una muestra de la desesperación del rey ante las dificultades financieras de su gobierno. El tercer estado, el pueblo o ciudadanía, que incluía a la burguesía y el campesinado, creó una Asamblea Nacional que más adelante fue Constituyente y en ella se diseñó una monarquía constitucional. Sin embargo, un intento de fuga del rey lo hizo ver como traidor, lo que fue aparentemente confirmado por la invasión de los ejércitos de Austria y Prusia en su defensa y con ello se desató el periodo más caótico y sangriento de la revolución francesa.
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Rusia. A principios del siglo XX la población rusa se manifestaba en huelgas de los trabajadores, disturbios campesinos y motines militares. En enero de 1905 una manifestación obrera y campesina, desarmada y con muchos participantes llevando imágenes religiosas, fue brutalmente masacrada con más de dos mil muertos. Ante la animadversión popular el Zar Nicolas II realizó diversas concesiones y en octubre aceptó el sufragio universal, derechos civiles de los ciudadanos y estableció un parlamento, la Duma Imperial como órgano legislativo central, sin embargo, pronto desconoció lo pactado. En 1916 el descontento popular se agudizó por las penurias causadas por la primera guerra mundial en Rusia y la negativa del Zar a cualquier cambio político. En marzo de 1917 el Zar ordenó masacrar las manifestaciones de protesta y disolvió la Duma.
Estas tres pobres descripciones lo que resaltan es que los pueblos presionan en favor de cambios de manera pacífica y desarmada, usando o ampliando los cauces legales. En sentido contrario los autócratas representantes de los intereses oligárquicos reaccionan mediante el uso de la fuerza y obstruyendo o reventando los cauces legales de una posible transformación pacífica y democrática.
Con Trump en la presidencia norteamericana se observa una avalancha de decisiones autocráticas que a simple vista pudieran considerarse expresiones de un enorme poderío. No lo son. Se trata sin embargo de manotazos que demuestran su desesperación para atender a sus dos fuentes de poder.
Por Trump votó un pueblo enojado por el deterioro de sus niveles de vida, la pérdida de sus buenos empleos e incluso en algunos sectores la reducción de su esperanza de vida. También votó a favor de Trump, con miles de millones de dólares, una oligarquía que espera que se defiendan sus intereses ante el descontento popular interno y un mundo que se independiza.
La ráfaga de órdenes ejecutivas del primer día de la presidencia de Trump son la muestra de un poder acorralado en la contradicción entre los intereses populares y los oligárquicos. Muchas de sus órdenes ejecutivas simplemente no habrían sido aprobadas por el congreso.
Trump desmanteló los apoyos al desarrollo de energías limpias, los autos eléctricos y los tratados internacionales contra el cambio climático. Dio en cambio la señal de arranque a la máxima extracción de petróleo y gas y prometió que bajaría a la mitad los costos de la energía en el plazo de un año. De este modo concilia el interés de los consumidores norteamericanos con los de las grandes corporaciones petroleras. Es un ejemplo del intento de conciliar los intereses de su base social con el de los grandes corporativos de la energía. A un enorme costo que pagará la humanidad entera con calentamiento climático y cada vez más catástrofes ambientales.
En prácticamente todos los manotazos de Trump hay un trasfondo de impotencia. Imponer a diestra y siniestra, destruyendo acuerdos comerciales como el T-MEC y los de la Organización Mundial del Comercio, responde al fracaso de la globalización para mejorar el bienestar y los empleos de la población, ser competitivos en el comercio internacional y mantener el liderazgo tecnológico. Si no puede competir con libre comercio lo hace mediante medidas de fuerza.
Trump exige que México y Canadá le solucionen el problema de la adicción al fentanilo dentro de los Estados Unidos. Es tan solo una manifestación de la incapacidad interna para enfrentar el deterioro de la salud física y mental de amplios segmentos de su población. Combatir en serio, internamente, la obesidad, las adicciones y la depresión requeriría afectar los intereses oligárquicos que controlan la alimentación, las condiciones de vida y empleo, la vivienda y la salud.
Trump, es el primer presidente delincuente que, a su vez, perdona a los condenados por el asalto violento al Congreso norteamericano en una intentona para mantenerlo en el poder. Le exige al FBI el listado de los miles de agentes que estuvieron involucrados en las investigaciones contra esos amotinados con la aparente intención de despedirlos o, peor aún, dar a conocer sus nombres y exponerlos a ellos y sus familias a posibles atentados. A esto se le puede sumar el despido de los empleados que han estado asociados a programas de inclusión, racial o abecedario (LGBT) y la oferta de una buena compensación a todo empleado federal que presente su renuncia. Es un conjunto de medidas que crean “agujeros” en todas las estructuras burocráticas de su propio gobierno que ve como adversarias.
Aparecer junto a Netanyahu, un prófugo de la justicia internacional buscado para juzgarlo por genocidio y crímenes de guerra y, además, sancionar a los miembros de la Corte Penal Internacional y a sus familiares más que muestras de poder lo son de impotencia ante un mundo que le es cada vez más adverso a los intereses de la oligarquía norteamericana. En ese sentido van sus ocurrencias de anexarse a Canadá, comprar Groenlandia, reconquistar el Canal de Panamá y apoderase de la franja de Gaza. En este último caso expulsando a la población palestina y convirtiendo el territorio en un paraíso turístico.
A Trump le toca administrar el declive del poderío de las élites oligárquicas norteamericanas ante un mundo que se independiza y una situación interna en la que su población le exige resultados. Da manotazos desesperados que en lo inmediato parecen triunfos de los grupos de poder económico, cuyos mayores exponentes lo acompañaron en su toma de posesión. No son verdaderas muestras de fuerza, sino de impotencia; lo más lamentable es que generan enormes riesgos para la humanidad toda y para la buena conducción, democrática, de su pueblo hacia mejores horizontes.