Cada vez que el presidente de Estados Unidos, Donald J. Trump arremete en contra del gobierno mexicano –que es al que dirige sus dardos envenenados– la respuesta inmediata es: “Defenderemos nuestra soberanía. Somos un país libre y soberano. No somos colonia de nadie”… y así la defensa patriótica de la presidenta Claudia Sheinbaum que incluye el utópico: “Todos somos uno para defender a nuestro país”.
Ojalá fuera cierto esto de la unidad nacional, porque muchos en verdad queremos que ningún extranjero, por muy presidente que sea, nos truene los dedos para decirnos qué hacer y cómo hacer en nuestra propia casa. Y sobre todo si ese presidente tiene cuentas pendientes con la justicia de su país y quien, mientras sea presidente, será intocable pero no en cuanto termine su mandato.
La unidad no existe por ahora porque falta comunicación entre el gobierno y los mandantes, que es el pueblo, nosotros. Se nos dice lo que conviene a la subsistencia de la 4T, pero no la letra chiquita de los grandes temas nacionales.
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Nos falta por conocer cuál es la estrategia de gobierno para defender a la soberanía nacional de amenazas externas, y por qué todos deberíamos apoyar cualquier intento de perjuicio a la Nación. Y es cierto: en lo que respecta a la defensa nacional, sí, todos somos uno, pero…
¿Hasta qué punto todos caminaríamos junto al gobierno que ha excluido a millones de mexicanos en una polarización antipolítica y antidemocrática? Un gobierno que “por obvias razones” –dice la presidenta– excluye a la Suprema Corte de Justicia de las ceremonias republicanas, sin que la República esté completa ahí.
Eso de la defensa de la soberanía y la territorialidad mexicana está bien. Y que lo diga la presidenta no es una novedad. Es propio de todo gobierno, en cualquier país del mundo, defender la soberanía, la libertad y a su población nacional.
La creación de un gobierno, en democracia, tiene sentido para que éste “cuide nuestros fueros y privilegios” como sociedad, como Estado, como Nación y como país en su territorialidad, en su población y en la garantía de desarrollo económico y social; seguridad interna y externa.
No obstante en el presente, dadas las amenazas de Trump, la reiteración de este discurso en defensa de la soberanía nacional debería ir acompañada de respuestas planeadas, contundentes y sólidas; al mismo tiempo diplomáticas como inteligentes y con elementos de negociación infalibles; con reacciones que demuestren nuestra fortaleza estructural, nuestra fortaleza institucional, nuestra fortaleza económica y estratégica. ¿Las tiene el gobierno mexicano?
De hecho, defender a la soberanía nacional implica el conocimiento exacto de qué se está defendiendo cuando se le alude. Y esto es, la soberanía –lo dicen los libros– se refiere al ejercicio de la autoridad en un cierto territorio:
‘Esta autoridad recae en el pueblo, aunque la gente no realiza un ejercicio directo de la misma sino que delega dicho poder en sus representantes. La soberanía significa independencia, es decir, un poder con competencia total. Este principio señala que la Constitución es el fundamento o la base principal del ordenamiento jurídico, por lo que no puede existir norma que esté por encima de esta.
‘Entre las principales características que describen a la soberanía es que es absoluta, perpetua, indivisible, inalienable e imprescriptible. Es absoluta porque define a un poder originario que no depende de otros ni está limitada por las leyes, es perpetua porque su razón trasciende a las personas que ejercen el poder y a diferencia de lo privado es imprescriptible e inalienable’.
Defender la soberanía no sólo refiere amenazas externas; ocurren amenazas internas por las que el enemigo de esta supremacía pudiera estar en casa; no sólo como “crimen organizado”, también en modo de “gobierno” si ambos pudieran significar peligro para la unidad y armonía del país.
La descomposición social que hoy vivimos viene de lejos. No es atribuible sólo al sexenio anterior o a lo que va de este. Pero precisamente para acabar con el fenómeno de confrontación social y humana es que se votó en 2018.
No tienen ni diez días desde que Trump dijo que se pausaba la aplicación de aranceles del 25 por ciento a productos mexicanos de importación. Y se cantó victoria como triunfo presidencial, aunque también se aplicó este lapso de treinta días a Canadá.
Con todo, el domingo 9 de febrero Trump anunció un arancel del 25 por ciento al acero y aluminio, lo que impacta a México.
Trump insiste en amenazar a México, él mismo y sus funcionarios igualmente de ultraderecha, con que intervendrán militarmente en nuestro país para “acabar de una vez” con los narcotraficantes. Eso sería una invasión territorial por potencia extranjera.
Corresponde al gobierno exigir que no ocurra esta intervención y ninguno de nosotros permitirla. Pero también es cierto que ya es tiempo de que se acaben los “abrazos no balazos” y que impere la ley; que terminen las complacencias y las complicidades de mucha gente de gobierno que tienen cola que les pisen en todo este panorama ilegal y violento.
Si. Todos debemos defender al país, el único que tenemos. Pero también es tiempo de que el gobierno federal asuma su propia responsabilidad y cree las condiciones para defenderlo, todos los mexicanos juntos, incluyendo a la Suprema Corte de Justicia, como factor de equilibrio junto con los otros dos poderes asimismo autónomos, lo que le da sentido a la República. Y sin República no hay soberanía.