Las relaciones entre México y Estados Unidos atraviesan un proceso de transformación que podría redefinir los flujos migratorios y la estructura laboral en ambos países.
El retorno de trabajadores agrícolas del sector de la construcción, entre otros, impulsado por cambios en las políticas migratorias estadounidenses, plantea desafíos y oportunidades para la economía mexicana, la estabilidad social y la relación bilateral.
Este fenómeno no solo pone a prueba la capacidad del país para absorber a miles de retornados, sino que obliga a repensar la dependencia de las remesas y la falta de oportunidades en el mercado interno.
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El impacto inmediato del retorno masivo de trabajadores se reflejará en el mercado laboral. La llegada de mano de obra calificada en sectores como la construcción y la agricultura generará competencia por empleos escasos, presionando los salarios y saturando mercados locales.
La falta de programas efectivos de reinserción agrava la situación, pues muchos de estos trabajadores han pasado años o décadas fuera y enfrentan dificultades para reincorporarse. Sin estrategias bien diseñadas, el retorno podría traducirse en un aumento del desempleo y en una mayor precarización.
La disminución de las remesas es otro factor crítico. En estados como Michoacán, Oaxaca y Zacatecas, donde los envíos de dinero desde el extranjero sostienen economías locales, la reducción en los flujos de divisas afectará el consumo y la inversión.
Sin alternativas productivas viables, el retorno de trabajadores puede traducirse en una crisis regional que impacte el desarrollo local y acentúe la desigualdad. Por ello, el gobierno debe impulsar un modelo de crecimiento que no dependa de la migración, apostando por el fortalecimiento del mercado interno y la diversificación de actividades económicas.
La falta de programas de capacitación y certificación de competencias adquiridas en el extranjero limita las posibilidades de estos trabajadores para insertarse en sectores industriales de mayor valor agregado. México no solo debe garantizar empleo digno para los retornados, sino incentivar el emprendimiento y la inversión en sectores estratégicos. Un modelo de financiamiento accesible para pequeños negocios y un esquema fiscal atractivo para nuevas empresas pueden ser herramientas clave en este proceso.
En el ámbito bilateral, la repatriación de trabajadores refleja un giro en la política estadounidense que busca reducir la dependencia de mano de obra extranjera en sectores clave. Sin embargo, esta estrategia choca con una realidad económica ineludible: la construcción y la agricultura en Estados Unidos siguen requiriendo millones de trabajadores, y la escasez de mano de obra ya genera problemas en diversas industrias. México tiene la oportunidad de negociar acuerdos migratorios más favorables, que permitan establecer mecanismos de movilidad laboral regulada y garanticen derechos laborales para los migrantes.
El país enfrenta un difícil panorama. Puede optar por medidas reactivas y paliativas o por una transformación estructural que lo lleve a depender menos de la exportación de su mano de obra.
La modernización del sector agrícola, el desarrollo de industrias de manufactura avanzada y la expansión del mercado interno pueden convertir el retorno de trabajadores en una oportunidad de crecimiento. Sin embargo, esto requiere una visión de largo plazo, políticas públicas eficientes y un compromiso genuino del sector privado para generar empleos formales y de calidad.
México tiene la posibilidad de redefinir su modelo de desarrollo y reducir su vulnerabilidad ante las decisiones de Washington. Para ello, es necesario abandonar la lógica de la dependencia migratoria y avanzar hacia una economía más integrada y autosuficiente.
La pregunta es si el gobierno y la sociedad están preparados para asumir ese desafío o si, como en tantas otras ocasiones, se limitarán a reaccionar ante una crisis anunciada.