Aquello de “esperar lo mejor y prepararse para lo peor” es particularmente aplicable a este momento en México. Esperar lo mejor no debe ser pretexto para la inacción; especialmente cuando la previsión es empeorar. Soy optimista; prepararnos para lo peor puede ayudarnos a cambiar el mal rumbo actual.
El sexenio de López Obrador fue el de más bajo crecimiento en la historia del país; menos del 1 por ciento anual.
Cierto que se atravesó la pandemia; pero también tenemos una de las menores recuperaciones post pandemia. Sufrimos una excesiva ortodoxia neoliberal; se prefirió a raja tabla la salud de las finanzas públicas y el compromiso con los inversionistas (no endeudarse y no elevar impuestos), al acceso a la salud de la población y a la recuperación de la producción.
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Cierto que en ese periodo el salario mínimo más que se duplicó y la pensión para el bienestar, el más importante programa social, se cuadruplicó; la entrada de remesas rompió récords previos. Paradójicamente el incremento en el ingreso de los más pobres se asoció al debilitamiento de la producción interna y a la baja creación de empleos. Según Banxico entre diciembre de 2018 y agosto de 2024, el sexenio de López, el consumo de bienes nacionales creció 5.69 por ciento mientras que el consumo de bienes importados creció 67.54 por ciento. Mientras el consumo per cápita de bienes nacionales se estancó, el de bienes importados creció al 9.5 por ciento anual.
Se calcula que el crecimiento del producto en 2024 fue de un modesto 1.5 por ciento; pero de acuerdo con el INEGI la actividad industrial se redujo en -0.9 por ciento. Incluso en el sector exportador de manufacturas, que constituye el 89.6 por ciento de las exportaciones totales, el avance en la integración de insumos nacionales fue muy limitado. En 2024 el valor agregado nacional de la exportación manufacturera fue de 42.6 por ciento; en 2015 había sido del 44.1 por ciento. Es decir que la manufactura no fortalece su proveeduría y empleo nacionales.
Los últimos datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) la pobreza laboral fue del 35.1 por ciento. El hecho de que más de la tercera parte de los trabajadores formales del país tengan un salario inferior al valor de la canasta alimentaria es deplorable. Es peor la situación de la mayoría de los 32.5 millones de los trabajadores que se encuentran en la informalidad; es decir, básicamente el 54.6 por ciento no tiene derechos laborales y un trabajo digno.
Las previsiones de crecimiento para el 2025 son variadas. El gobierno de México, usualmente optimista, considera un 2.3 por ciento; Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial y la mayoría de los analistas calculan entre 1.4 y 1.5 por ciento; Banorte prevé un 1 por ciento y CitiBanamex proyecta un avance de tan solo 0.2 por ciento. Considerando que a pesar del incremento substancial del gasto público en 2024 el crecimiento fue muy moderado, ahora, con mayor austeridad, se acentúa la tendencia a la baja.
En este contexto de debilidad económica, laboral y de dependencia de las importaciones, el cambio de la estrategia económica norteamericana nos podría afectar severamente.
Trump habla de imponer altos aranceles a México exigiendo que se interrumpan los flujos de migrantes y fentanilo y se acabe el déficit comercial que tienen con nuestro país. Según estimaciones de Goldman Sachs, el segundo mayor banco de inversiones en el mundo, la imposición de aranceles podría reducir el PIB nacional de un 2 a un 3.5 por ciento. Lo que nos llevaría a una condición francamente recesiva. O sea que podríamos empeorar.
Trump ha ordenado analizar los impactos del T-MEC y determinar donde establecer aranceles a sus importaciones. De nuestra parte deberíamos hacer algo similar: investigar los impactos reales del tratado de libre comercio en la estructura productiva del país. El tratado tuvo ganadores y perdedores en México. Ganaron los inversionistas financieros (con super tasas de interés) y la exportación de manufacturas, en particular automóviles. A cambio sacrificamos al campo, la producción convencional de la empresa pequeña, mediana e incluso grande, y la posibilidad de un fortalecimiento productivo orientado al mercado interno.
Si acaso Trump, como lo ha anunciado, castiga las exportaciones de manufacturas, la joya de la corona ganada en el T-MEC, habría que reconsiderar al tratado mismo en su conjunto. La ganancia sería muy poca, ya lo es, y el sacrificio sería aún mayor. No nos aferremos al tratado a ultranza y mucho menos a una entrada de Inversión Extranjera Directa que hasta ahora es decepcionante y amenaza serlo aún más. El crecimiento acelerado de China fue sin tratado comercial; así que no es la gran ventaja, hay otras opciones.
No se trata de darle la espalda a la globalización, sino de apuntar a otra estrategia de globalización. Aprendamos de China y Vietnam. No a la globalización basada en mano de obra miserable, sino otra basada en una paridad competitiva y una política industrial substitutiva de importaciones apoyada por un Estado económicamente poderoso.
Canadá puede enseñarnos algo más. No van a entrar a una guerra de aranceles; pero están considerando ponerle impuestos a sus… exportaciones de petróleo, electricidad, uranio, y tierras raras; elementos todos que necesita la industria norteamericana.
El gobierno de México debería prepararse legalmente para imponer tarifas a las exportaciones e ir analizando en qué sectores es conveniente desde la perspectiva tanto de los ingresos del gobierno como de la protección del consumidor nacional. En el último año el peso se ha devaluado alrededor de un 20 por ciento y en unas semanas podría ser aún más. Con ello los exportadores están elevando sus ganancias en un 20 por ciento; un incremento que podría ser gravado sin que perdieran competitividad, sobre todo en las exportaciones donde el valor añadido es nacional. Es decir, gravar la exportación de aguacate y no la de automóviles.
El Plan México habla de “277 mil millones de dólares de inversiones que quieren llegar a México”. Un supuesto ya insostenible ante la incertidumbre que causan las amenazas de Trump. Así que pasemos a otra posibilidad: un serio incremento de la recaudación para llevarla al promedio existente en los países de la OCDE mediante tres instrumentos: uno, incremento de impuestos a los super ricos (incluidas herencias) y a los grandes corporativos; dos, fuertes aranceles, similares a los norteamericanos, con los países que somos deficitarios (China sobre todo) y tres, impuestos selectivos a las exportaciones hacia los Estados Unidos, en particular las agropecuarias (cerveza, aguacate, tomate, entre otros) de manera que lo sienta el consumidor del otro lado.
El T-MEC y el sector globalizado no cumplen con las expectativas de modernización, empleo y bienestar y dejan en manos de un gobierno pobre la tarea de generar un bienestar frágil basado en importaciones. Abandonemos las ilusiones patéticas; Trump ya ha anunciado el fin del T-MEC. Nos toca hacer un cambio radical de estrategia.