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La fusión Netflix-Warner: de la taquilla a las métricas del algoritmo

Si la cultura es el espejo donde una sociedad se mira a sí misma, la fusión Netflix-Warner significa que ese espejo está siendo en exceso manufacturado, pulido y controlado por una única y poderosa entidad. | Mireya Márquez Ramírez

Escrito en OPINIÓN el

Hubo un tiempo en que el nombre Warner Bros. evocaba la imagen misma de Hollywood: la audacia del blanco y negro en “Casablanca”, la complejidad moral de “Bonnie y Clyde” o “El halcón maltés”, el impacto cultural de Superman y Batman, o la revolución cinematográfica de los 70 con “El exorcista” y “La naranja mecánica”, con la que los estudios se arriesgaron y desafiaron las convenciones. Es el linaje que nos dio a Bugs Bunny, la esencia misma del star system y la fábrica de iconos. Warner no era solo un estudio: era un archivo cultural, una institución de narrativas que definieron un siglo.

Esa herencia, cargada de historia y experimentación, de éxitos, fracasos y títulos de culto apreciados con el tiempo, ahora se enfrenta a la lógica de la plataforma, al triunfo definitivo de la infraestructura digital sobre la tradición del estudio. La noticia de una muy posible fusión entre Warner Bros. y Netflix –hipotética, pero ineludiblemente sintomática de la dinámica actual del mercado– nos obliga a analizar sus posibles repercusiones en la diversidad de las industrias culturales. La pregunta no es qué catálogo se gana, sino qué tipo de ecosistema cultural estamos perdiendo.

Concentración y el control integral del flujo creativo

Para el capital de plataforma, tal fusión se presenta como una “sinergia” ineludible. La ola de fusiones de este siglo (AT&T-Time Warner, Disney- 21st Century Fox, y más recientemente, Amazon-MGM) ha demostrado que los “gigantes” tradicionales siempre intentan adaptarse a la vorágine digital. Por ello los defensores del mercado argumentarán que esta sinergia representa una evolución inevitable y necesaria de la industria, impulsada por la eficiencia y la satisfacción del consumidor. La megaplataforma perfectamente integrada que sería Netflix-Warner ofrecería un valor sin precedentes: una biblioteca inmensa, basada en la propiedad intelectual de Warner distribuida globalmente, con una personalización impecable a partir del algoritmo de Netflix

Los defensores de la adquisición argumentan que esta simbiosis es una optimización de recursos que elimina redundancias operativas y permite invertir directamente más capital en la creación de contenido de alta calidad y a gran escala. Además, sostendrán que la intensa competencia con otras grandes tecnológicas (Disney+, Amazon Prime Video o Apple TV+) es prueba de que el mercado sigue siendo vibrante y que esta fusión sería la respuesta lógica para alcanzar la supervivencia y la innovación continua, al beneficiar al consumidor con un acceso más fácil, rápido y centralizado a “todo lo que quieren ver” por una tarifa eficiente.

Pero no todo lo que brilla es oro. La sinergia ha despertado una ola de críticas precautorias, pues  representa un avance predatorio hacia la concentración oligopólica de un sector esencial para la esfera pública. La potencial fusión entre Netflix y Warner tendría una naturaleza distinta a la de todas las fusiones anteriores. Netflix no es un comprador cualquiera. Es un capitalista de plataforma cuyo verdadero poder reside en su infraestructura global de distribución y, más crucialmente, en sus datos y su algoritmo. Al adquirir Warner, Netflix se haría del catálogo de DC Comics o el tesoro de Turner Classic Movies, y a la vez también se apoderaría de una inyección masiva de activos de producción que, al integrarse en su algoritmo de recomendación, cierran el círculo de control sobre todos los procesos. Es decir, no solo absorbería una de las mayores fábricas de propiedad intelectual (IP) del mundo, sino que también dispondría de la infraestructura de distribución digital más sofisticada del siglo XXI, consolidando su hegemonía indiscutible en el mercado. 

Me explico: el viejo modelo industrial se basaba en una separación de funciones: los estudios (Warner) producían, los exhibidores (cines, cable) distribuían, y una pluralidad de medios y públicos legitimaban el contenido a partir del consumo. Este nuevo modelo fusionado eliminará potencialmente esa separación y creará una entidad que controla el flujo creativo de principio a fin. Netflix va a adquirir el control total de la producción (el pipeline creativo de Warner), de la distribución (la interfaz y el algoritmo que decide qué ven cientos de millones de suscriptores) y de la retroalimentación (el análisis de cada interacción del usuario, que alimenta las futuras decisiones de producción). Así se cierra un círculo de retroalimentación perfecto y autorreferencial: el algoritmo produce lo que sabe que su audiencia cautiva consumirá, y el motor de contenidos de Warner se pliega a esta lógica.

Con ello, Netflix se convertiría en el principal árbitro del entretenimiento, un verdadero gatekeeper que determina qué tipo de historias tienen viabilidad, cómo se presentan y, en última instancia, a quién se dirigen. El riesgo es que la vasta y rica historia de Warner sea "netflixizada", o sea, homogeneizada temáticamente y despojada de su capacidad de experimentación, en favor de la replicación segura de fórmulas probadas y reboots de IP conocidas que garantizan la permanencia del suscriptor. Ello se impone cuando ya de por sí la industria del cine estaba renuente a experimentar y arriesgarse con nuevas propuestas.

Las consecuencias de esta concentración serán severas para la pluralidad y la salud de la industria creativa. Cuando los compradores de contenido o propuestas se reducen, las opciones para guionistas, directores y productores independientes se contraen drásticamente. Por tanto, las voces periféricas, las narrativas arriesgadas o los proyectos que desafían el statu quo son los primeros en ser descartados, pues no cumplen con el grado de rentabilidad que exige la plataforma. Como ocurre en otros ámbitos del capitalismo digital, la creatividad se subordina a las métricas. Ya ni hablar de que la fusión inevitablemente llevará a despidos en áreas redundantes (marketing, distribución, tecnología) y obligará a los trabajadores creativos a aceptar términos menos favorables en un mercado con menos empleadores de gran escala.

Ante el consumidor, la fusión se vende como una victoria: “más contenido” bajo una misma suscripción. Pero esta es la ilusión de la elección. Aunque aumente el volumen de contenido disponible, el pluralismo real disminuye. Nuestra experiencia de visualización estará ahora completamente mediada por un único sistema de recomendación que no tiene como objetivo fomentar el descubrimiento cultural ni la diversidad, sino maximizar el tiempo de permanencia y la rentabilidad corporativa a partir de una burbuja algorítmica gigantesca.

La consolidación masiva de un archivo cultural como el de Warner, en manos de la lógica del algoritmo que controlará el proceso de producción, distribución y consumo, pone en riesgo la pluralidad. La regulación antimonopolio debe actualizarse con urgencia para mirar más allá de la cuota de ingresos y enfocarse en el control de la infraestructura algorítmica y del dominio de los datos. Si la cultura es el espejo donde una sociedad se mira a sí misma, la fusión Netflix-Warner significa que ese espejo está siendo en exceso manufacturado, pulido y controlado por una única y poderosa entidad. El alma de Hollywood, ya de por sí sometida a las lógicas de la taquilla, ha sido canjeada por la eficiencia del streaming, y es imperativo que la sociedad civil y los reguladores comprendan las profundas implicaciones de este trueque.

Mireya Márquez Ramírez

@Miremara