MOVIMIENTO CYAN

El movimiento Cyan contra el poder antidemocrático

En distintos países empiezan a surgir pequeñas iniciativas ciudadanas que buscan frenar el avance del autoritarismo, la manipulación electoral y la impunidad. | Miguel Henrique Otero

Escrito en OPINIÓN el

Una serie de fenómenos que están ocurriendo en América Latina y otras partes del mundo, en lo fundamental iniciativas de carácter ciudadano, me lleva a concluir que está en curso un movimiento, una tendencia que comienza a brotar en distintos lugares, bajo formas específicas y diferenciadas, de resistencia y lucha contra el autoritarismo y la voluntad del poder en contra de las libertades. Me propongo comentar en lo que sigue alguna reflexión al respecto.

Basta con detenerse un día cualquiera y hacer una revisión más o menos amplia de las principales noticias de los diarios de uno o más países, para adquirir una rápida conciencia de la extrema complejidad de nuestro tiempo, especialmente en sus dimensiones políticas, sociales y económicas. 

Lo calificaré como un estado de múltiples, crecientes y entrecruzados conflictos. Ocupan un lugar preponderante en el mapa del día a día, el planificado accionar de ciertos regímenes y ciertos gobiernos para perpetuarse en el poder y construir un estatuto de impunidad. De hecho, entre perpetuación e impunidad hay un vínculo axiomático: prolongarse, mantenerse en el poder solo es posible si el poderoso de turno se dota de un estatuto de impunidad. De lo anterior deriva una correlación: mientras más perfecto sea el entramado que garantice la impunidad del poderoso, mayores serán sus posibilidades de mantener el poder. 

Para ello se valen de dos recursos generales: el primero, aprovechar las ventajas y recursos del Estado para organizar fraudes electorales, lo que a menudo incluye el uso de las más sofisticadas tecnologías –que no pueden ser comprendidas ni desentrañadas por los simples electores, lo que las convierte en sistemas inaccesibles y opacos, vetados para el ejercicio democrático–; el segundo, valerse de argucias, legalismos infundados, decretos de espíritu totalitario, falaces interpretaciones de la ley, construcción de falsas mayorías parlamentarias, compra de voluntades políticas, corruptelas de dimensiones escandalosas, para reformar leyes y reglamentos, incluso si estos niegan frontal y descaradamente los más fundamentales principios y derechos constitucionales.  

Sin embargo, esto no es todo. Es cualitativa y cotidianamente peor. Sobre cualquiera de nosotros, y a menudo con nuestra propia contribución, a toda hora y sin pausa, llueven noticias falsas. Hasta para los más experimentados periodistas y editores, deslindar entre verdad y mentira resulta cada vez más arduo. ¿Adónde se dirige el caudal de las falsedades? Al socavamiento de la institucionalidad democrática, a la diseminación de la desconfianza: el autoritarismo socava el estado de Derecho y, a continuación nos advierte, a través de un sinnúmero de mecanismos, que las instituciones no son creíbles.

A todo este cuadro de malestar y confusión, a toda esta dificultad para disponer de una comprensión básica de dónde estamos y hacia dónde vamos –dificultad que podría haber alcanzado un carácter estructural–, se suma una realidad que empeora día a día: la imposición de un reino de afirmaciones rotundas, unilaterales y sordas, que avanzan sin escuchar otros puntos de vista, y rechazan toda forma de debate o intercambio. 

El poder ha encontrado en el surgimiento de una política siempre crispada, de fanatismos y odios que se mantienen de espaldas a la diversidad y a la complejidad propia de las sociedades, otro mecanismo más para prolongar el dominio sobre los ciudadanos y las familias. Al erosionar el derecho democrático a disentir en la esfera pública, se deteriora de forma simultánea el potencial de cambio político, de cambiar de gobernantes periódicamente, que es otro derecho democrático fundamental.

Estas que he mencionado hasta aquí, son solo algunos de los factores que, en un ambiente de constante acoso sobre las mentes de cada persona, conducen a los ciudadanos a la impotencia o al alejamiento de la participación política. Se tornan descreídos y, con frecuencia, se muestran asqueados frente a las noticias. Así, no sólo se alejan de los asuntos públicos, sino que facilitan y hasta promueven el surgimiento de líderes populistas, demagogos de discurso mesiánico, que prometen salvar a la sociedad de sus padecimientos y conducirlos a un mundo mejor. 

De esta especie de expertos y corruptos que alcanzan el poder, se ha llenado el planeta: gobernantes que instauran poderosos regímenes de falsedades, trampas de todo orden e implacables mecanismos de silenciamiento y represión. Son los poderes fraudulentos que ahora mismo pululan aquí y allá.

Frente a este estado de cosas se produciendo una reacción, llamada Movimiento Cyan o Causa Cyan o Marea Cyan, no partidista ni institucional: ciudadanos que, en pequeños grupos y operaciones domésticas y con mínimos recursos, se organizan para vigilar y hacer minucioso seguimiento de los procesos electorales; para investigar y armar expedientes de violaciones de los Derechos Humanos; para actuar como observatorio de políticos, autoridades, instituciones civiles, policiales y militares, todo ello con una profunda voluntad democrática, de restitución del Estado de Derecho y de las libertades democráticas.

En cierta medida, estas iniciativas, no están tan emparentadas con los entes de la sociedad civil, en el sentido de que ésta se ha expandido de tal modo que, en muchos casos, organizaciones de mucho empuje inicial, se han convertido en instituciones burocratizadas y de relativa eficiencia con el paso de los años. Cyan se vincula más con el mejor periodismo de investigación, que escoge temas, profundiza en ellos, hasta sacar a flote las verdades que habían permanecido escondidas.

 

Miguel Henrique Otero

@miguelhotero