ALGORITMO

Entre algoritmos y likes: nuevas formas de pertenecer

Las juventudes de hoy no tienen una “señal abierta” que las una, cada quien sigue a su algoritmo, y éste le devuelve un mundo a la medida, las audiencias ya no son masas, son microuniversos. | Fabiola Peña

Escrito en OPINIÓN el

Hubo un tiempo en que sabíamos quién era el artista juvenil del momento. Las generaciones crecieron con referentes comunes: las caricaturas que veías después de la escuela, la revista que te decía qué grupo estaba de moda, el actor adolescente que salía en todas las portadas. Eso que hoy llamamos “contenido” solía ser también comunidad. Era —literalmente— lo que sintonizábamos al mismo tiempo, lo que leíamos en la misma página, lo que escuchábamos juntos.

Hoy, eso ya no existe. Las juventudes de hoy no tienen una “señal abierta” que las una. No comparten necesariamente las mismas series, ni ven los mismos videos, ni leen los mismos nombres. Cada quien sigue a su algoritmo, y éste le devuelve un mundo a la medida. Las audiencias ya no son masas, son microuniversos.

Y eso no es necesariamente algo negativo. Pero sí implica algo: las referencias dejaron de ser colectivas. Un artista puede tener millones de vistas en TikTok y ser completamente desconocido fuera de su burbuja. A veces ni en una misma generación hay coincidencias.

Más que seguir a alguien por su música, su actuación o su activismo, muchas veces lo que se sigue es su forma de vida. Las nuevas generaciones no admiran tanto lo que haces, sino lo que pareces ser: cómo te vistes, cómo te ríes, qué comes, con quién sales. Lo aspiracional ha mutado. Ya no importa si actúas, cantas o bailas. Importa si pareces auténtico. Si pareces feliz. Si tu vida “inspira”.

Eso no está mal. No hay ninguna ley que diga que sólo podemos seguir a actores o cantantes. Pero sí nos obliga a repensar qué tipo de relación construyen hoy las juventudes con sus referentes. Porque ya no se trata sólo de entretenimiento: se trata de identidad. Y a veces, también, de pertenencia.

Por eso preocupa que desde los medios tradicionales —y también desde la política pública— se haya abandonado por completo el esfuerzo de crear espacios pensados para ellas y ellos. El ecosistema de medios públicos casi no tiene programación juvenil. Las políticas culturales siguen pensadas para el modelo del siglo pasado. Y cuando se lanzan campañas para conectar con audiencias jóvenes, rara vez están hechas desde la empatía: parecen más una lista de consejos que una conversación real.

Tal vez lo que toca ahora no es juzgar los nuevos formatos, sino entenderlos. Entender por qué se sigue a quien se sigue. Entender qué buscan, qué sienten y qué encuentran en esos creadores que a veces no producen nada, pero comunican todo. Y desde ahí, repensar cómo generamos espacios que sí les hablen, que les permitan también construir comunidad, conversar, disentir, coincidir.

Porque las juventudes no son una audiencia perdida. Son una conversación pendiente.

Fabiola Peña

@FabiolaPena