Agustín Lara, el músico, poeta, falleció al atardecer del 6 de noviembre de 1970 en el cuarto 347 del Hospital Inglés, en la ciudad de México, cuando su romántico corazón dejó de latir, por una insuficiencia cardiaca, diagnosticaron los médicos a los 73 años. Al día siguiente, un periódico encabezó su portada: “Llanto en México por la muerte de Agustín Lara”.
El país, la familia, la sociedad y el Estado se descubren en deuda –escribió Carlos Monsiváis– . Pedro Vargas y Toña la Negra cantan eternamente a dúo “Mujer” y, al cabo de innumerables versiones y chismes, la apoteosis: la Rotonda de los Hombres Ilustres, en medio de las aclamaciones que lo ungen como paladín de la cursilería, misma que se derrama en su memoria (“Descansa en paz, Flaco de Oro”). Ante la tumba, Pedro Vargas hace una promesa: “Seguiremos cantando tus canciones mientras Dios no nos llame a juicio”.
Lara es, sin duda, el compositor mexicano más conocido a nivel mundial. Han pasado más de cinco décadas desde su fallecimiento pero sus canciones y su música –aunque parezcan anacrónicas y románticamente empalagosas– siguen vigentes, sobre todo en México y en España, donde se levantaron dos estatuas (en el barrio de Lavapiés en Madrid y en la plaza del Ángel en Granada) en su honor.
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Además están las figuras escultóricas del Flaco de Oro en Veracruz (una en la ciudad portuaria y otra en Tlacotalpan, que escogió como su ciudad natal); en la Ciudad de México (en Polanco, cerca de la casa donde vivió y en Coyoacán); Monterrey (en la plaza Puebla) y en La Habana Vieja en Cuba.
Frank Sinatra y Luciano Pavarotti grabaron su popular “Granada” y Elvis Presley, al igual que Julie London interpretaron “Solamente una vez”. En 1991, Pedro Almodóvar incluyó en la banda sonora de Tacones Lejanos a la española Luz Casal cantando “Piensa en mí”. Café Tacuba reestrenó una versión de rock alternativo de La Cumbancha en 1996 y Natalia Lafourcade grabó el álbum “Mujer divina” en homenaje a Lara en 2012.
En estos años en que las relaciones diplomáticas entre México y España no están en su mejor momento, la música de Lara es un ejemplo de la fuerte relación cultural y artística que, más allá de la política, hay entre los dos pueblos.
Notable es su serie de 31 canciones que forman la “suite española”, que escribió sin conocer España entre 1931 y 1948, donde destacan “Granada” compuesta en 1932 para Pedro Vargas el “Tenor de América” y el chotis “Madrid” que se estrenó en 1948 en la radiodifusora XEW con la voz de la cantante Esmeralda. En 1954 el Casino Español de la Ciudad de México organizó lo que sería el primer viaje de Lara a España. Se cuenta que al llegar a Madrid, se arrodilló, besó la tierra y dijo: “¡Hola madre! ¿Cómo has estado?”.
Incluso en 1964 sería nombrado “Ciudadano Honorario de España” por el dictador Francisco Franco, lo que provocó el malestar de los españoles exiliados en México, que desde 1939 había suspendido las relaciones diplomáticas con el régimen franquista.
Tal vez por la notable presencia de españoles en el país y el surgimiento de múltiples instituciones educativas, centros culturales, tiendas y restaurantes, durante los 36 años que duró el franquismo (1939 – 1975) hubo una fuerte relación cultural entre México y España. Los medios – radio y cine en un primer momento, y después la televisión – sirvieron de puente para los artistas españoles y mexicanos que eran presentados como representantes de una cultura hermana, no de un régimen político.
Tras la Guerra Civil, el gobierno de Lázaro Cárdenas, recibió a unos 25 mil refugiados españoles, entre los que hubo destacados intelectuales como José Gaos, Enrique Díez – Canedo, Wenceslao Roces, María Zambrano y Adolfo Sánchez Vázquez (que se convertirían en promotores del Colegio de México), pero en los siguientes años también llegaron varios artistas.
Los Churumbeles de España y su cantante Juan Legido (“El Gitano Señorón”); Lola Flores, “La Faraona”; Sara Montiel –que filmó 14 películas en México–; Juanita Reina, la “Emperatriz de la Copla”, abrieron un camino que después siguieron Gloria Lasso, Rocío Dúrcal, Raphael y muchos más, incluyendo a Joan Manuel Serrat que vino por primera vez a México en noviembre de 1969 y Julio Iglesias en 1971.
De igual manera, las películas mexicanas de rancheros, boleros y melodramas fueron parte cotidiana del entretenimiento español en esa época, por lo que además de Lara, viajaron a España (la “Madre Patria”, según decían) los artistas mexicanos Pedro Vargas, Jorge Negrete, Lola Beltrán, Miguel Aceves Mejía, Luis Aguilar y por supuesto, María Félix y Dolores del Río.
De hecho, la fama del músico – poeta comenzó a consolidarse en 1932, año en que compuso “Santa” para la película del mismo nombre y estrenó su programa “La hora íntima de Agustín Lara” que después se llamó La Hora Azul en la XEW, La voz de la América Latina, la estación radiofónica más importante de la época.
El programa era diario y, por lo menos, Lara estrenaba una canción cada semana. En esa década y con el principio de una nueva comercialización de la canción mexicana a través de la radio, afianzó su propio mito que tuvo su punto culminante con el episodio amoroso, publicitario, matrimonial con la actriz María Félix en 1945, que inmortalizaría en la canción “María Bonita”, afirma Yolanda Moreno Rivas en su Historia de la música popular mexicana.
Entre las décadas de 1930 y 1950, la Época de Oro del Cine Mexicano, se produjeron más de 40 películas inspiradas en las canciones de Lara. Su música se identifica con los años de la modernización y el crecimiento urbano de la Ciudad de México, donde surgió una nueva clase media citadina que sin abandonar sus valores provincianos trataba de aparentar ser cosmopolita. “Soy ridículamente cursi y me encanta serlo”, confesó Lara, en una entrevista publicada en 1960, al periodista José Natividad Rosales.
Agustín Lara es considerado como el máximo representante del bolero en México, pero incursionó en casi todos los géneros musicales que estuvieron de moda, desde el pasodoble, el tango y el danzón, hasta el foxtrot y el swing. Poco faltó para que compusiera un tema rocanrolero, pero no evitó bailar el nuevo ritmo estadounidense – en la película “Los Chiflados del Rock” (1957) – que terminaría por desplazar a sus canciones y a su público al “fonógrafo del recuerdo”, una nostálgica estación radiofónica.
