Los medios digitales y las redes sociales han impactado a toda nuestra cultura. El periodismo no escapó a las grandes transformaciones de este fenómeno. Principios fundamentales como objetividad, apego a la veracidad de los hechos e independencia cambiaron sustancialmente.
El cuarto poder no es hoy más que una vaga referencia conceptual del siglo pasado. En el nuevo ecosistema, una gran cantidad de medios y comunicadores toman partido. Lo hacen desde el llamado periodismo militante. Defienden causas. Son voceros de intereses particulares, tantos y tan diversos que resulta muy difícil enumerarlos. Y sí, este modelo alienta la polarización.
Por supuesto que el periodismo libre e independiente sigue vigente. Hay muchos comunicadores que siguen creyendo, defendiendo y promoviendo los pilares del periodismo objetivo: al servicio de la sociedad y sus audiencias. Y hacen todo lo posible para que el derecho a la información se ejerza con la mayor transparencia y apertura.
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Es cierto que en el pasado también había sesgos y compromisos con los grupos de poder. Sin embargo, los modelos de comunicación social y política cambiaron radicalmente de paradigma. Asistimos a un momento en el que la lucha por el poder se libra con medios y herramientas tecnológicas que no han afectado sustancialmente los parámetros de lo que entendemos como libertad de expresión.
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Para que quede más claro. El periodismo militante es el que, a través de un medio de comunicación, hace la defensa explícita de una causa política, ideológica o partidista. También puede utilizar sus contenidos para movilizar a grupos de la sociedad. Y claramente no es neutral porque asume una postura política bien definida y la reivindica abiertamente.
Este modelo surgió en el Siglo XVIII, durante las revoluciones francesa y americana. Desde entonces, varios medios se utilizaron como armas políticas. Ya en el siglo XX, el mundo bipolar y la Guerra Fría facilitaron su expansión, pero con la irrupción de los medios audiovisuales, primero, y después con las nuevas tecnologías se revitaliza, facilitando la creación de nuevas tendencias y narrativas de comunicación política.
En los países democráticos, el periodismo independiente convive con el periodismo militante, aunque en algunas ocasiones es posible confundirlos. La diferencia principal está en que el primero prioriza la verificación de los hechos y las fuentes, busca el equilibrio, la crítica y el debate respetuoso. Sin embargo, también es cierto que independencia y objetividad hoy son conceptos relativos, pues siempre existe un sesgo cuando se difunde información.
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Desde que inició el período de transición y alternancia democrática en nuestro país, se incrementó el número de medios —sobre todo digitales— que ejercen el periodismo militante. Este hecho cambió las reglas del financiamiento gubernamental y privado de los medios, favoreciendo el ambiente de polarización que vive el país desde 2018.
Asimismo, se modificó la estrategia de comunicación del gobierno. Las Mañaneras del Pueblo son un buen ejemplo, por el número de medios militantes que acuden a interactuar con la presidenta Claudia Sheinbaum todos los días.
En consecuencia, las partidas gubernamentales destinadas a la publicidad mediática explican una parte de lo que sucede. Otra, es la acelerada generación de nuevos contenidos y espacios para el debate, en el que no sólo se contrastan ideas sino que facilitan la difusión de argumentos falsos, insultos y escándalos, afectando seriamente la confianza pública tanto en autoridades como instituciones.
Pero eso no es todo. Si bien es cierto que la confrontación transparente y abierta en los medios es benéfica para la democracia, también lo es que incrementa la desinformación a través de las fake news y la manipulación sin límites de mensajes e imágenes como nunca antes se había visto. En este sentido, no podemos ignorar los perniciosos efectos de lo que se puede generar con la inteligencia artificial.
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A pesar de todo lo anterior, aquí no hay espacio para el pesimismo. El periodismo evoluciona, se adapta y transforma, como cualquier otra actividad profesional. Medios y comunicadores tienen que seguir creciendo en los nuevos escenarios. Regresar al pasado, o añorarlo porque “era mejor”, sería una equivocación.
¿Quién puede negar que hoy es más necesario que nunca blindar los derechos de los periodistas? ¿Quién puede estar a favor de que se desincentiven las solicitudes de información a los gobiernos y sus autoridades? ¿Acaso es posible ejercer una mejor libertad de expresión sin el periodismo libre, independiente y profesional? ¿Se justifica ejercer un mejor periodismo frente a tantas acciones de desinformación a las que estamos expuestos todos los días?
Seamos realistas. El viejo modelo de comunicación política no regresará. Hoy, tenemos que luchar por que el periodismo independiente se mantenga como uno de los pilares de la democracia. Sin embargo, el periodismo que polariza o milita con los intereses de grupos de poder es inevitable y, ciertamente, no se trata de ninguna catástrofe.
En cualquier caso, el mundo está frente a un periodismo que trabaja por y para el poder, pero en el que se han transformado los campos de batalla. Sin embargo, lo que no podemos perder de vista es que tanto el periodismo independiente como el militante dependen de la responsabilidad con los hechos y del ecosistema mediático en el que operan. Pero, por encima de todo, se tienen que sostener en los más altos valores éticos.
Recomendación editorial: Fernando Belzunce. Periodistas en tiempos de oscuridad. El compromiso inquebrantable con la verdad en la era de la desinformación. Barcelona, España: Editorial Ariel, 2025.
