Se está gestando un cambio de rumbo político, y por lo tanto económico, en los países latinoamericanos. En la próxima década, podrían haber movimientos sustanciales en las tendencias ideológicas en la región donde la izquierda quedaría desdibujada; salvo en México, cuya fuerza de Morena es aún sustancial, sumada a la debilidad de la oposición o a un perfil claro y fuerte que logre hacerle contrapeso.
El cambio de gobierno en Bolivia es un termómetro que demuestra esa realidad, la cual, y por fortuna, fue por la vía electoral, un punto a favor de la democracia y la estabilidad boliviana, que impone ejemplo ante naciones que aún viven bajo dictaduras o autoritarismos descarados. El resultado en ese país de profunda diversidad cultural y étnica, fue un voto a favor del progreso.
Lamentablemente la democracia es una práctica que no necesariamente sucede en otros países sudamericanos, como es el caso de Venezuela, donde Nicolás Maduro se ha encargado de sepultarla, pero al mismo tiempo, se ha encargado de boicotear su gobierno, a partir de una serie de abusos a su sociedad.
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Su obsesión por mantenerse en el poder apunta a que más temprano que tarde, será depuesto de una presidencia que robó en las últimas elecciones. Por qué vía, o si será por las buenas o por las malas, es algo que aún no se sabe, pero Estados Unidos ya tiene la mirada puesta en ello.
Por su parte, el gobierno de Gustavo Petro en Colombia, ha entrado en un estado de turbulencias, no sólo porque Donald Trump lo calificara como un “líder del narcotráfico”, sino que aún lo ensombrece el caso de su hijo, Nicolás Petro, al ser imputado por lavado de activos y enriquecimiento ilícito, tras admitir que recibió dinero durante la campaña presidencial de 2022. La Fiscalía aún investiga si esos fondos ilegales beneficiaron la campaña de Gustavo Petro, que de corroborarse, significaría el fin de la izquierda en este país.
Por ello, el regreso de un político progresista en Bolivia mueve los hilos de la geopolítica regional. Acabó con más de dos décadas de gobiernos del Movimiento al Socialismo (MAS), cuyos liderazgos terminaron confrontados entre acusaciones y persecuciones.
Rodrigo Paz es hijo del expresidente Jaime Paz Zamora, quien gobernó Bolivia de 1989 a 1993. Nació en España, durante el exilio de su padre. Es economista y licenciado en Relaciones Internacionales, con estudios en Estados Unidos.
A partir de las primeras acciones que realizará en su gobierno, refleja los cambios que se vienen en la región latinoamericana: reabrirá la embajada de Estados Unidos en La Paz, cerrada desde 2008. No invitará a los presidentes de Cuba, Venezuela ni Nicaragua a su toma de posesión al considerarlas dictaduras, marcando un duro golpe para estas naciones apoyadas incondicionalmente por los líderes del MAS, y ha prometido una gestión pragmática y enfocada en soluciones económicas a partir de una pobreza, donde se estima que el 70% de los hogares bolivianos enfrentan pobreza multidimensional. Los cambios en la región están llegando, aunque lo que pueda pasar en Argentina y en las elecciones del próximo 26 de octubre, pueden cambiar las apuesta a doble o nada.
