Hoy me despido de una etapa que ha marcado mi vida y mi vocación. No es un adiós a la justicia, sino una pausa para mirar con honestidad y con memoria lo que fuimos, lo que somos y lo que debiéramos ser. He dedicado más de tres décadas y un lustro al Poder Judicial de la Federación, con la certeza de que impartir justicia no es un privilegio, sino un acto de servicio, un compromiso con la dignidad humana y con la idea más profunda de democracia.
Ser juzgadora fue mi sueño desde que ingresé a la institución. Significó escuchar, analizar y decidir. Recordar que detrás de cada expediente hay una vida e historias que se entrelazan y que demandan justicia.
He sido testigo de un tiempo de luces y sombras, de avances y retrocesos. Fui parte de una generación que creyó en la profesionalización, en el mérito y en la independencia judicial como pilares de un país que aspiraba a la igualdad ante la ley. Y también he sido testigo del desmantelamiento de ese esfuerzo, de cómo se desdibuja el sentido del servicio público cuando el poder político confunde la voluntad popular con la verdadera democracia.
Te podría interesar
La reforma judicial de 2024 no solo transformó instituciones: cambió el alma de la justicia mexicana. Nos arrebató la certeza de un porvenir fundado en el compromiso constitucional, y la sustituyó por la incertidumbre del cálculo político.
He visto a colegas forzados a dejar sus cargos, no por ineptitud, sino por haber honrado su deber.
Nosotras, juezas y magistradas, que derribamos techos de cristal fuimos cesadas sin ninguna consideración.
Absurdamente, hace apenas un par de semanas, solicité una licencia de tres días sin goce de sueldo y se me negó. Las razones: “porque el órgano jurisdiccional al que me encuentro adscrita está integrado por dos personas magistradas recién electas; por lo que en aras del principio de funcionalidad y efectividad, así como de acceso a la justicia y dada mi trayectoria, resultaba de suma importancia que este Tribunal Colegiado en Materia Penal funcionara con la totalidad de sus integrantes”.
Conclusión: “Cesada pero necesaria”
A pesar de todo, sigo creyendo en el poder transformador del derecho.
Por eso me niego a ver esta despedida como una derrota. Me voy con la serenidad de quien resistió sin renunciar a sus principios, con la certeza de que el tiempo pondrá en su lugar a quienes confundieron el servicio con la sumisión y el poder con la justicia.
No puedo hablar del fin de una etapa sin nombrar el duelo. La reforma judicial no solo cesó nombramientos, también quebró proyectos de vida, vocaciones y sueños. Pero incluso en medio del dolor, me aferro a la dignidad como la última trinchera. Porque no hay reforma que pueda borrar lo que mis compañeras y compañeros juzgadores de carrera judicial construyeron con esfuerzo, estudio e integridad.
Lo que permanece es la huella que dejaron generaciones de personas juzgadoras preparadas y comprometidas con la justicia.
Porque aceptar un cargo para el que no se está preparado tiene un nombre, y se llama: corrupción.
Enarbolar los principios de la extinta carrera judicial significa defender y preservar la memoria de una judicatura independiente.
Hoy esa memoria se convierte en resistencia, y la resistencia, en legado.
He aprendido que el ejercicio de juzgar es, ante todo, un acto de amor. Amar la justicia es también cuestionarla, y seguir creyendo en ella aun cuando parezca extraviada. Por eso mi compromiso no termina aquí. Continuará en otros espacios. Porque aunque quisieron silenciarnos, no podrán apagar la conciencia de quienes sabemos que sin una justicia sólida no hay sociedad libre.
Hoy, mientras cierro este capítulo, miro hacia atrás con gratitud. Agradezco a todas las personas con las que compartí estos años: colegas, personal jurisdiccional y administrativo. A ustedes que sostuvieron el andamiaje de la justicia con trabajo diario, compromiso y con fe en las instituciones, muchas gracias.
A mis colaboradoras y colaboradores, gracias por su lealtad, por acompañar mis desvelos, por sostenerme en los días difíciles y por recordarme siempre que la justicia se construye en equipo. Ayer me lo desmostraron una vez más.
Me voy con la convicción de que la independencia judicial no se hereda, se defiende cada día. Y aunque hoy me aleje de los tribunales, no me aparto de la causa que ha guiado mi vida: la defensa de la justicia, la democracia y la dignidad humana.
Porque un país sin juezas y jueces independientes es un país indefenso. Y yo, como ya lo he expresado en otros espacios, no estoy dispuesta a dejar de defenderlo.
