VIOLENCIA SEXUAL

Que la vergüenza cambie de bando

No son aquellas personas que sufren por las perversidades y dominio de sus agresores quienes deben sentir vergüenza. | Agustín Castilla

Créditos: #OpiniónLSR
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En estos días tuve oportunidad de conocer con más detalle sobre el terrible caso de Gisèle Pelicot -del que únicamente me había enterado superficialmente- y realmente me impactó no solo por el nivel de perversidad de los agresores, sino también porque refleja el drama por el que atraviesan la gran mayoría de las víctimas -quienes no se atreven a denunciar por miedo, desconfianza en las autoridades y muchas veces también por vergüenza-, así como por la valentía de la señora Pelicot al tomar la decisión de renunciar a su derecho de que el juicio penal por violencia sexual perpetrada por su esposo y al menos otras 50 personas -aunque al parecer fueron más de 70- se llevara bajo anonimato y, por el contrario, pidiera que se hiciera público dando acceso a la prensa y autorizando que se difundiera su imagen y testimonio.

Para dar un poco de contexto, en septiembre de 2020 fue arrestado Dominique Pelicot en un poblado al sur de Francia por grabar debajo de la falda a mujeres en un supermercado. Al revisar sus dispositivos electrónicos, la policía encontró miles de vídeos y fotografías que develaron los abusos cometidos por él y otros hombres mientras su esposa estaba aparentemente dormida, a lo largo de un periodo de alrededor de 10 años. Este depredador sexual drogaba a su esposa, actualmente de 72 años, con somníferos y ansiolíticos, y a través de Internet ofrecía sostener relaciones sexuales con ella. Es probable que también haya abusado de su hija Caroline, y pudiera estar relacionado con los casos de otras dos mujeres muchos años atrás, una de las cuales fue asesinada.

Es difícil siquiera imaginar lo que sintió la señora Pelicot al enterarse de lo que le sucedió por tanto tiempo, que las lagunas mentales y problemas ginecológicos que padecía no eran producto de alguna enfermedad como Alzheimer o de un tumor como llegó a pensar, sino de las sustancias que le suministraba su esposo sin que se diera cuenta y de las violaciones sistemáticas que sufrió desde el 2011. Que duro debe haber sido ver los vídeos y fotografías que se exhibieron en el juicio, así como escuchar los relatos de las agresiones sexuales a las que la sometieron provocadas por quien fuera su pareja por más de cinco décadas, saber que uno de sus violadores tenía VIH sin que eso le importara, o soportar las justificaciones de sus agresores quienes supuestamente pensaban que los Pelicot estaban de común acuerdo y que ella simulaba estar inconsciente como parte del juego sexual, por lo que asumían que todo era con su consentimiento. Incluso también debió ser indignante que quienes fueron contactados por Dominique Pelicot y rechazaron la propuesta, simplemente lo dejaran pasar y no hicieran nada quizá al considerar que no era su asunto pero que, de alguna manera eso los convierte en cómplices.

A pesar de todo ello, del dolor que le implicó, para la señora Pelicot fue más importante tener la oportunidad de generar conciencia y mandar un mensaje poderoso a quienes han sido víctimas de violencia sexual y a la sociedad en su conjunto. Dejar claro que no son aquellas personas que sufren por las perversidades y dominio de sus agresores y a las que muchas veces se señala injustamente quienes deben sentir vergüenza. Son ellos, los agresores quienes deben sentirse avergonzados por los actos que cometieron, por abusar y destrozarle la vida a otras personas, son ellos quienes además de ser castigados por la justicia, deben recibir el desprecio de la sociedad. Es momento de que la vergüenza cambie de bando.

 

Agustín Castilla

@agus_castilla