En estos últimos años la riqueza de los multimillonarios se ha duplicado a cifras que nos cuesta trabajo entender. Han acumulado tanto dinero que no se lo podrían gastar aunque vivieran mil años y se gastaran 100 millones de dólares al día. El capitalismo se encuentra en su fase más grotesca con Elon Musk y Trump a la cabeza, nos encontramos en la fase de la oligarquía: un gobierno de ricos y para los ricos en el país más poderoso de la historia de la humanidad.
Nuestra república también se encuentra en una fase de oligarquía mezclada con un gobierno popular que otorga recursos pero desprecia al estado y los derechos básicos plasmados en nuestra constitución. Derechos que se alejan de los programas sociales como: salud universal y educación pública de calidad, y ojo: no estoy en contra de los programas sociales dirigidos y focalizados a las clases más vulnerables, estoy en contra del clientelismo y la austeridad que desmantela al poco estado que habíamos construido.
Mientras en un sexenio el señor Slim quintuplico su fortuna, la cajera de Telcel a duras penas puede pagar su renta y la colegiatura de su hija. Mientras en un año el señor Larrea duplicó su fortuna, un minero que pone su vida en riesgo todos los días, vive para pagarle a Elektra y se queda sin dinero para poder disfrutar la vida. Mientras tanto, los grandes de siempre, duplican sus riquezas día con día y la gran mayoría trabaja para poder sobrevivir.
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Llevamos más de 40 años escuchando los mismos argumentos desde lo más alto de la pirámide. El pobre es pobre porque quiere, el mexicano es huevón, “échale ganas y saldrás adelante”. Pero esto no es así. El pobre es pobre porque los ricos deciden mantener salarios miserables y el rico es rico porque hereda, o porque existen contubernios entre políticos corruptos y empresarios corruptos, que privatizan los bienes de la nación y se agandallan la riqueza generada por todos los trabajadores.
Llevamos más de 40 años sufriendo la revolución de los ricos, frase con la cual Carlos Tello describió al sistema neoliberal que aún persiste en el mundo.
La reforma fiscal progresiva significa cobrar más impuestos a los multimillonarios para financiar un estado solidario que tenga los recursos suficientes para la salud universal, la educación pública de calidad y además tener los recursos para financiar proyectos regionales de inversión junto con la IP y acabar con el ciclo de mediocridad económica al cual parece nos hemos acostumbrado. Para que no hayan confusiones; hablamos de multimillonarios, personas que ganan miles de millones de dólares al año y pagan lo mismo en porcentaje de ISR que un emprendedor que pone una cafetería. Esa es la injusticia de la que nadie quiere hablar dentro del sistema fiscal. Nuestro país lo sostienen los trabajadores y las clases medias que se encuentran en un limbo constante.
La batalla por una reforma fiscal es una batalla política que debe y puede unificar muchas luchas por mejorar la calidad de vida de todas las personas, ya que no hay colectivo, organización, iniciativa o causa que no requiera de recursos para hacerla realidad. Necesitamos un estado fuerte, un estado que pueda ponerle freno al capital de los que se sienten amos y señores de nuestro país: un país con más de 130 millones de ciudadanos.