#CARTASDESDECANCÚN

Carta al Mtro. Don Leo Zuckermann

En la cual se lamenta que nadie nos quiera decir quién decidió la salida de seis comentaristas de “Es la hora de opinar”. | Fernando Martí

Escrito en OPINIÓN el

EXCMO. MTRO. DON LEO ZUCKERMANN  VOZ MORAL DEL NEOLIBERALISMO Y ANEXAS

Muy Contumaz Opinador:

Aunque el encabezado de este texto reza #CartasDesdeCancún, debo confiarle que lo escribí durante una visita a San Diego, California, ese paraíso no fiscal, pero sí residencial, donde han adquirido su segunda mansión toda una camada de mexicanos prósperos. Asombra constatar la cuantía de ese éxodo silencioso, que lo mismo involucra hombres de negocios, (ex) funcionarios públicos, profesionistas exitosos y más de un periodista, quienes, ante la actual situación de México, se sienten más cómodos teniendo un pie de este lado, y ya con ese avance, no solo tramitan sus visas de turistas, sino también y en forma afanosa su residencia y su ciudadanía, por si algún día tienen que salir a las prisas de su país natal.

Como antes en Los Ángeles o en Miami, esa multitud hispana va imponiendo sus usos y costumbres, y en forma destacada el uso del español, que muchos nativos se ven obligados a aprender para atender a sus nuevos clientes y vecinos. Circula al respecto un chiste, según el cual una patrulla de marines, armados hasta los dientes, detuvo detrás de la línea fronteriza a un grupo de cinco migrantes, todos miserables, famélicos y harapientos. Luego de esposarlos, muy al estilo yanqui, les preguntaron si tenían intención de derrocar al gobierno de los Estados Unidos. Sí, a eso venimos, respondió quien parecía el jefe de la lastimosa banda. Jejeje, ustedes cinco van a hacer eso, rieron los soldados. Bueno, solos no, replicó el aludido, ya mandamos unos treinta millones de avanzada.

Mas no era mi intención dedicarle estas líneas a ese exilio dolarizado y pudiente, ya habrá mejor ocasión para ello, pues de momento traigo con usted un tema mucho más áspero y penoso. Y es que, con toda franqueza, debo decirle que sus explicaciones sobre la reciente salida de seis colaboradores de su programa “Es la hora de opinar” me han parecido poco profesionales, harto lacónicas, en exceso opacas y muy escurridizas.

Harto lacónicas, Cotidiano Comentólogo, porque usted habla mucho y a diario, casi diría que hasta por los codos, pero no le dedicó más que ¡dos segundos! a agradecer los muchos y dilatados años de opiniones de Héctor Aguilar Camín (mi maestro, dijo), de Paula Sofía Vázquez, de Pablo Majluf y de Luis de la Calle, lo cual no solo califica como rudeza innecesaria, sino también como un exceso de descortesía.

Muy escurridizas, Renombrado Crítico, porque usted pregona con aplomo y con celo aquello de decir la verdad, pero escurrió gacho el bulto en los casos del excanciller Jorge Castañeda y la catedrática Denise Dresser, a quienes ignoró por completo en sus adioses, gesto algo taimado y poco elegante, tal vez producto de una sorda molestia porque ese par se atrevió a protestar en público por el despido.

En exceso opacas, Reputado Opinólogo, porque usted insiste con energía y brío en que hay que transparentar, pero sus despedidas no incluyeron ninguna explicación, ninguna razón, ni un solo argumento, pero sí algunas frases poco convincentes, tales como ‘hemos decidido reestructurar’ o ‘estamos muy entusiasmados’, que se tornaron ofensivas cuando aseveró que siempre piensan en ‘ofrecer a nuestro público lo mejor’, pues eso implica que se estaban deshaciendo de lo peorcito . 

Y muy poco profesionales, Experimentado Conductor, porque tanto silencio, por no decir tanto secreto, son una total falta de respeto y de tacto para su audiencia, que recibió la noticia de sopetón, con sorpresa y desagrado, y con la lógica sospecha de que tras esa expulsión sumaria hay gato encerrado, que no puede explicarse sino mediante un término odioso: la censura.

En los países neoliberales que usted admira tanto, Entusiasta Demócrata, no pasan esas cosas. Es cierto, los medios despiden con toda libertad a sus colaboradores, pero siempre cuidan a su público: le avisan con anticipación, emiten comunicados, les dan chance de que se despidan, les agradecen sobradamente. Puede que haya casos en que se enojen y el cese sea fulminante, pero la audiencia conoce los motivos, se revelan las posturas de las partes, se genera un debate abierto. La ruptura puede que sea ríspida, pero el divorcio es transparente.

Un caso sonado y reciente, que usted conoce de sobra, involucró al presentador estrella de Fox News, Tucker Carlson, quien durante años condujo con muchísimo éxito una emisión parecida en formato a “Es la hora de opinar”. La cadena lo despidió como a las chachas, pero de inmediato se supo que tras el cese había un video comprometedor (con posturas supremacistas de Carlson, alentando un linchamiento), y Fox acababa de pagar 780 millones de dólares por no ir a juicio con la empresa Dominion Voting System, a la cual Tucker había acusado en la pantalla, sin pruebas, de maquinar un fraude electoral contra Donald Trump. El pleito fue muy violento, pero la audiencia se enteró de los detalles.

Eso contrasta con el mutismo exacerbado de sus recientes ceses. Nadie discute el derecho de Leo Zuckermann, o de Televisa si fuera el caso, a modificar su plantilla de comentaristas, pero en un programa informativo, en un noticiero, en una mesa de opinión como la suya, ¿no merece la gente saber qué pasó? ¿No perdemos credibilidad fingiendo que se trató de ajustes renovadores? ¿No somos los mismos periodistas quienes sembramos la duda? Si todo el tiempo le pedimos al gobierno transparencia, ¿cómo explicar nuestra propia opacidad? 

No tengo respuesta para esas estorbosas preguntas pero, siendo usted el Paladín de la Veracidad, ahí se las dejo de tarea.

***

No necesito decirle, Consumado Cibernauta, lo que opinaron las redes sociales sobre esos ajustes de nómina, pues ya lo habrá descubierto en sus cotidianas navegaciones. Sí quiero consignar, en cambio, cuál fue la tendencia que alcancé a percibir en los medios de comunicación más libres de Cancún, mi ciudad adoptiva, que no son otros que Radio Pasillo y la tertulia del café.

En ambos se llegó a dos conclusiones unánimes. Uno, que la hora de opinar se transformó de golpe en ‘la hora de aplaudir’. Dos, que los ceses fueron consecuencia de una instrucción directa, o una petición expresa, o una negociación económica, o un cruce de favores con la presidente electa, a quien se le atribuyen muy cortos alcances en paciencia y tolerancia.

Puede que así sea, pues a ello abonan dos versiones de los involucrados. La primera, un breve texto de Castañeda en Nexos, en el cual considera “que el despido simultáneo… constituye un acto de censura, una cortapisa a la libertad de expresión, y un indicio ominoso de lo que viene”. La segunda, un video de Denise en X en el cual opina que la salida del programa se da “frente al nuevo contexto político”, y rubrica sus dichos con una frase heroica: “Hay destituciones que son como una medalla de honor y ésta es una de ellas”.

(Entre paréntesis, Aguilar Camín protestó al día siguiente, cuando Leo ya lo había saludado, aunque de manera confusa y un tanto tibia, pues primero alabó a la televisora y explicó que su naturaleza “exige una renovación continua”, pero luego puntualizó que todos los defenestrados han sido “voces críticas”, por lo cual la expulsión “no me parece un buen síntoma”.)

Como ‘lo que viene’ y el ‘nuevo contexto político’ se llaman Claudia y se apellidan Sheinbaum, es lógico inferir que el despido se dio a petición de parte. Mas siempre nos quedamos con la cochina duda, porque ni el gobierno, ni las empresas, ni los mismos periodistas lo confirman o lo desmienten, aún cuando conozcan qué fue lo que pasó. Tampoco Denise y Castañeda fueron claridosos, pues la primera afirmó de su baja que “no es necesario decir por qué” (¡!), mientras Castañeda dijo ignorar si fue “iniciativa de Televisa, de Leo, o del poder” (¡¡!!), especie difícil de aceptar pués el mismo ha presumido que es cuate de Emilio Azcárraga, que come de vez en cuando en los salones privados de Televisa y que tiene múltiples contactos en todos los niveles de gobierno, incluido el gabinete. 

Mas el caso de esta baja colectiva está lejos de ser único. En los últimos años, se ha vuelto costumbre que las crisis en los medios transiten en la sombra, y eso no sólo en la gestión de AMLO. Déjeme traer a la plática algunos que recuerdo, sin duda no los únicos, pero sí lo más sonados.

  • En agosto de 2016, después de 16 años de conducir “El noticiero”, que el rating colocaba en el primer lugar nacional, Joaquín López Dóriga dejó esa emisión estelar. Los medios especularon que el motivo real era un pleito con la empresaria María Asunción Aramburuzabala, pero sin discusión la salida se vio envuelta en el misterio. 
  • Un caso similar se registró en agosto de 2019, cuando Carlos Loret dejó el matutino más exitoso del país, “Despierta con Loret”, tras 18 años de madrugar a diario. Como en el caso anterior, la empresa y el comunicador se echaron porras mutuas, muchos besos y abrazos, pero ni una sola palabra sobre sus desavenencias.
  • Televisa nos tiene acostumbrados a suprimir programas de corte crítico cuando se encuentran en su tope de audiencia. Tal fue el caso de “Tercer grado”, sacado del aire sin previo aviso en tres ocasiones (la actual es la cuarta temporada), y también de la emisión satírica “El privilegio de mandar”, eliminada de la pantalla en 2006, 2018 y 2022, donde se proyectaba una imagen ridícula, y por tanto bastante exacta, de la cúpula política del país.
  • Un enigma reciente: de manera sorpresiva, en enero de 2024 la conductora Azucena Uresti dejó su noticiero nocturno, “Azucena a las 10”, tras 20 años de laborar en la empresa, con un mensaje críptico que no aclaró nada, pues atribuyó su salida a “las circunstancias actuales”. Hasta Andrés Manuel, curándose en salud, pidió a la periodista que revelara las causas reales.

Las dudas del público están justificadas, pues ¿qué empresa prescinde de sus mejores elementos en sus momentos de máximo éxito? ¿Qué periodista abandona de golpe a una audiencia que le llevó décadas construir? El resultado inmediato de esos arreglos en lo oscurito no puede ser otro que el descrédito, el recelo, la previsible decepción del respetable.

Y ese es precisamente el caso de “Es la hora de opinar que, no se lo voy a discutir, es con mucho (o era) el mejor programa de debate de la televisión. Reconozco que tiene un excelente y aguerrido moderador, ameno y filoso, creativo en la temática y ágil en la plática, quien tras 14 años en la brega ha logrado capturar a un público fiel, bastante informado, ciertamente inconforme, muy crítico hacia el gobierno, y de momento indignado y desconcertado, porque entiende que tras el despido tumultuario hubo gato encerrado. Es como si mañana nos dijeran que Leo Zuckermann y Televisa han llegado a un acuerdo amistoso y que el mundo es color de rosa, pero que se dejará de transmitir “Es la hora de opinar”.

¿Usted cree que nos tragaríamos ese cuento?

Si usted me lo permite, Discreto Explicador, con esa interrogante voy a poner fin a esta larga parrafada. Tal vez Usía tenga razones muy poderosas para persistir en esa obstinada secrecía, aún a costa de los raspones que de manera inevitable sufrirá su credibilidad y su prestigio. Mas no por eso dejaré de seguir su programa, que de vez en vez contará con la mirada atenta, aunque un poco más escéptica y un mucho más desencantada, de

Fernando Martí 

#FernandoMartí