A lo largo de la historia, cuando había un cambio de administración federal, los presidentes entrantes trataban de marcar diferencias con su predecesor. Desde cambios en el estilo personal, como construir una cabaña en Los Pinos para parecer menos ostentosos, hasta vivir en Palacio Nacional a la usanza de los virreyes. Además, ponían a personas de su equipo en lugares clave del nuevo gobierno.
Los periodos de transición y los inicios del sexenio daban oportunidad a profesionales de otros grupos políticos para incorporarse a la nueva administración y se abandonaban prácticas que habían dejado de ser populares o perjudicaban a la población. También permitían a los ciudadanos descansar de ciertas costumbres que ya los fatigaban, como los discursos del Tercer Mundo o las mañaneras, así como de los estribillos característicos de los presidentes en turno.
Muy poco de eso observamos en la actual transición. Quizá desde que Porfirio Díaz entregó el poder a Manuel González y este se lo devolvió, o desde la época de Calles, cuando los presidentes en turno solo eran la fachada del caudillo, no se había visto tanta continuidad en un cambio de gobierno.
Te podría interesar
Las señales están a la vista:
Gabinete: De los nombramientos realizados por la presidenta electa Sheinbaum, la mitad de las personas están muy identificadas con AMLO.
Agenda legislativa: Las reformas constitucionales que están por aprobarse en septiembre provienen en su mayoría del presidente López Obrador. De las aproximadamente 20 iniciativas, solo tres o cuatro provienen de Sheinbaum. Incluso algunas de las propuestas de AMLO son una manzana envenenada para la próxima presidenta, como ya se ha observado por las reacciones de mercados financieros, socios comerciales y las protestas populares.
Disputas internacionales: A un mes de su partida, el presidente López Obrador sigue abriendo frentes de confrontación, ahora con los principales socios comerciales de México: Estados Unidos y Canadá.
Presupuesto: El presupuesto de 2025 está siendo decidido por el presidente López Obrador con alguna participación de Sheinbaum. Es de esperarse que el Secretario de Hacienda, nombrado por AMLO y ratificado por Sheinbaum, asegure recursos para los proyectos inacabados del presidente saliente (Tren Maya, Dos Bocas, Transístmico, etc. ) y para continuar con los programas de apoyos en efectivo a la población que tan redituables resultaron electoralmente.
De aprobarse las reformas constitucionales propuestas, que es casi un hecho, le espera al país un sexenio con la mayor concentración de poder en la presidencia. Por su parte, el expresidente gozará también de un gran poder gracias a su dominio del partido MORENA, del Congreso, de los militares y de la mitad del gabinete, como no se había visto desde los tiempos de Plutarco Elías Calles.
Estas reformas plantean la posibilidad de desmantelar la democracia en México. A ello contribuyen: la mayoría absoluta obtenida en el Congreso por MORENA debido a la sobrerrepresentación; la destrucción del Poder Judicial; el sometimiento de los poderes locales al poder central; la subordinación de los militares, ahora ocupados en tareas civiles, las cuales ofrecen oportunidades de corrupción muy lucrativas; y la desaparición de organismos con autonomía constitucional o la toma de los mismos por personas afines a la presidencia de la república.
El desencanto con la democracia no es un fenómeno exclusivo de México. En diversos países del mundo, las sociedades rechazan la democracia y eligen a dictadores para que los gobiernen. Además, han surgido regímenes populistas y autoritarios que concentran todo el poder en sus dirigentes.
De esta forma la destrucción de la democracia avanza en el mundo, sometiendo a los países a la voluntad unipersonal de los caudillos. En estos sistemas, las minorías dejan de tener influencia en la vida pública, y las masas, cooptadas, apoyan su propia destrucción.
Este proceso tiene un alto costo en términos de derechos humanos, represión, cancelación de derechos políticos y el sometimiento de la población a élites profundamente corruptas. Como ya se ha visto en Venezuela, Nicaragua o Cuba, ello puede llevar a la destrucción de un país
Todavía no sabemos cómo actuará la nueva presidenta Sheinbaum teniendo tanto poder, y si el presidente saliente, López Obrador, lo permitirá. Las herramientas para la instauración de un régimen no democrático están por aprobarse o ya se cuenta con ellas. Falta ver si se utilizarán o habrá prudencia.
Aún existen algunos contrapesos frente al poder absoluto que se avizora para la nueva presidenta y el expresidente: el de la delincuencia organizada, que ya controla grandes territorios del país, y la presión de Estados Unidos, en caso de que afecte a sus intereses. Lo más probable es que, tanto con la delincuencia organizada como con Estados Unidos, se continuarán haciendo pactos de convivencia.
Estamos ante un cambio de sexenio con la mayor continuidad y concentración de poder desde que Calles ponía y quitaba presidentes. Habrá que ver si será para bien o para mal.