“Elena Garro sin censura”, es un libro editado y publicado en 2023 por la profesora y escritora Patricia Rosas Lopátegui, una selección de obras inéditas (con prólogo de la editora) que forman parte del acervo que Elena Garro y Helena Paz le entregaron a la investigadora en 1998. Garro murió en agosto de ese mismo año en Cuernavaca, donde vivió con su hija desde su regreso a México después de 20 años de exilio. Patricia Rosas es también autora de “Testimonios sobre Elena Garro”, (jugando con el título de “Testimonios sobre Mariana”), la biografía autorizada por la escritora. Otra parte del acervo de Elena (recuperado por la profesora, escritora e investigadora Lucía Melgar) se encuentra a disposición de las/os estudiosas/os de su obra en la biblioteca Firestone de Princeton: “Los Elena Garro papers”.
En el acompañamiento leal y cercano a Elena y Helena, imposible no mencionar a la profesora, escritora e investigadora chilena Gabriela Mora, quien en 2007 publicó: “Elena Garro: Correspondencia con Gabriela Mora (1974-1980)”, presentado por Lucía Melgar que habla sobre los años del comienzo del exilio en Nueva York y posteriormente en España. También imprescindible el trabajo colectivo coordinado por Melgar y Mora: “Elena Garro. Lectura múltiple de una personalidad compleja”. “Elena Garro sin censura” es un libro de más de 800 páginas: escritura de versiones inconclusas de algunas obras, guiones cinematográficos, fragmentos de un diario de juventud que incluye su encuentro con Octavio Paz y los vaivenes de aquella joven estudiante que no sabía muy bien qué decidir: no lo quería tan cerca, pero temblaba de imaginarlo lejos.
Investigaciones para trabajos que Elena no tuvo las condiciones para continuar, como sus largas notas para corroborar su hipótesis de que la “desaparecida” Anastasia, hija del zar de Rusia, era la actriz Greta Garbo, apuntes que posteriormente pensó en trabajar para “una historia de Rusia”. Distintas versiones de “Parada empresa”, obra de teatro que recrea los primeros tiempos de su matrimonio en la casa de sus suegros. La obra de teatro “Medea”: la relación simbiótica de un hijo con su madre. Relatos muy breves, como el del encuentro de Helena (ella misma) con Helena la mendiga y la alusión a Helena de Troya y “aquellas guerras”, como referencia a su historia y al nombre propio como portador de una misteriosa “maldición”. “El suegro de Federico”, sus vicisitudes para lograr sobrevivir en España y su encuentro con los “poderosos” que alguna vez agradecieron cenar en su casa. Cuando era Elena Paz. Su amor contrariado por Bioy Casares.
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Cartas muy personales de Elena Garro, entre las más conmovedoras y desesperantes: las que dirigió a Gabriela Mora y a su esposo, quienes la apoyaron durante su estancia en España de todas las maneras posibles. Y, apoyar a Elena y a Helena no era fácil. Esas cartas (con las respuestas de Gabriela) fueron publicadas por Gabriela Mora en la obra que mencioné antes: “Elena Garro. Correspondencia con Gabriela Mora (1974-1980)”. Es en las cartas donde percibimos los niveles de angustia cotidiana en los que vivían madre e hija, sus demandas constantes de apoyo económico, sus exigencias emocionales –sin pensar demasiado en las circunstancias de quienes generosamente la sostenían– encerradas en ellas misma, convencidas de ser víctimas de un apabullante complot que las mantenía acosadas y cautivas. Agobiadas ambas por la salud precaria de Helenita. Y por lo que alguna vez fue.
Elena Garro critica ferozmente a su entorno, escribe de persecuciones y violencias, odia a Paz sin descanso y sin tregua, lanza terribles acusaciones contra él y siente una gran nostalgia por su infancia y adolescencia. Lleva una vida nómada de hotel en hotel. Se vive traicionada por sus amigas/os más cercanas/os. Gabriela Mora –tan presente y solidaria– no se salvaría de ser defenestrada por las furias de su antes amiga que dada como era a los excesos, la consideraba su arcángel salvador. En medio de tantas catástrofes cotidianas –algunas reales y otras tantas imaginarias– Elena Garro nunca dejó de escribir. Son ya célebres los baúles que ambas cargaron de país en país, en donde se guardaban los manuscritos de la autora. ¿Cuántos se habrán extraviado en el camino?
También leemos una carta de ruptura enviada a Octavio Paz al poco tiempo de su relación, esa alianza que de manera intermitente duraría veinte años y que él terminó con un divorcio exprés en Ciudad Juárez del que Elena tuvo conocimiento tardíamente. En esa carta Elena habla del amor ideal que ella esperaba. Una especie de “amor” etéreo, flotante, sin facturas del gas; y la confrontación con una realidad del amor que le parecía tan vulgar: “(Un amor) sin ideas, sin sentido de la vida ni del tiempo, sin carne y sus inmundicias que yo no sospechaba; los dos extáticos oyendo la música del mundo”. El amor entre ángeles, quizá.
También encontramos la carta (ya antes publicada por Rosas Lopátegui) que Elena le escribió al padre de su hija desde Cuernavaca en 1995. No habla de su hija. Es decir: es como si hablara de ellas dos desde la descripción del temperamento y los infortunios felinos: “Si vieras qué dulces y buenos son. Humildes y resignados a su triste suerte”. Cuenta la precariedad del espacio en el que cohabitan sus gatos. No salen de la casa. Apenas se desplazan de una habitación a la otra entre pisos quebrados y muebles destrozados. Aislados del amenazante mundo de afuera. Y termina: “Éstas son mis aventuras y mis visitas en esta famosa Cuernavaca. Pero, sobre todo, son mis preocupaciones. ¿Qué harán estos animalitos cuando yo me muera? No puedo dormir sólo de pensarlo”. Paz murió el 19 de abril de 1998. Elena el 22 de agosto del mismo año.
Se quedaron solos, Helenita y sus gatos.