“El silencio es un cuerpo que cae” es un ensayo documental de la cineasta argentina Agustina Comedi estrenado en 2017. Su opera prima. Parafraseando a Marcel Proust: una especie de “a la búsqueda del padre perdido” casi veinte años después de su muerte en 1999 al caerse de un caballo. Agustina tenía 12 años. La familia vivió en la provincia de Córdoba, el padre fue un abogado militante de Vanguardia Comunista. Agustina explica el primer momento de lo que convertiría en este registro biográfico de su padre: “Al tiempo un amigo suyo que yo no conocía me vio en la calle y me dijo: ‘cuando tú naciste, una parte de Jaime murió para siempre’. Una frase muy cruda, por decir lo menos. Una revelación que llamaba a indagar un secreto. ¿Qué era aquello del padre que tuvo que morir “para siempre” y qué tenía que ver con ella?
Jaime Comedi compró una cámara de video al nacimiento de su hija, desde entonces, grabó de manera meticulosa los acontecimientos importantes de la familia, pero también la vida cotidiana: su hija, su esposa, la familia extensa, las/os amigas/os. Su hija fue hacia ese baúl de los recuerdos y analizó más de cien horas de videos. También hizo preguntas. Muchas. Sabemos desde su voz narradora que unos años después de su matrimonio la madre recibió un anónimo en el que le decían que “su esposo era homosexual y había sido pareja de Néstor 11 años”. Néstor era el mejor amigo del padre, su padrino de bodas, el médico que atendió el nacimiento de Agustina. Néstor la recibió en su llegada al mundo.
El documental es cuidadoso. Prudente. No sabemos qué hizo su madre ante el anónimo. Sí sabemos que el matrimonio continuó hasta la muerte de Jaime y que tantos años después la madre traía en su cartera un retrato del padre de su hija. Agustina necesita acercarse a esa historia silenciada del padre, desentrañar el enigma. A los 15 años tuvo la certeza de que su padre mantuvo relaciones amorosas solo con hombres hasta antes de conocer a su madre y que su madre lo ignoraba al momento del matrimonio. ¿Quién podría saber sino su entorno más cercano? Las hermanas del padre, sus amigas/os de juventud. ¿Por qué nunca nadie lo mencionó antes?
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En el documental corren dos historias paralelas vividas en tiempos distintos: las entrevistas en el presente, con fondo, por un lado, de las imágenes tomadas por el padre (160 horas de grabaciones) que Agustina describe como escenas de “todo lo que la familia heteronormada invita a mostrar” y por el otro, las imágenes de archivo rescatadas por Agustina: la vida de la comunidad LGBT en la Argentina de los años 70 y 80. La represión. El miedo. Las razzias y las detenciones de hombres y mujeres condenados a ser denigrados, maltratados físicamente por su orientación sexual. En muchos casos: sometidos a electroshocks para “curarlos”. Ese mundo de la izquierda a la que el padre pertenecía “fue muy hostil en relación con la disidencia sexual a la que consideraba una debilidad burguesa”.
El miedo de la comunidad, pero también las “escenas de la noche”, los espectáculos travestis. los encuentros que no podían ser sino clandestinos en espacios cerrados. Los viajes de turismo gay. “Estas memorias repudiadas, contra lo que hay que arremeter es contra el silencio”, dice Agustina. Hay una negación personal. Una familiar. Hay una negación histórica. Fueron los años de la irrupción del sida. Una amiga no acepta hablar de la intimidad de Jaime, pero sí de la época. Otras personas entienden la urgencia de saber qué mueve a la hija y comparten sus memorias. Jaime tuvo su primera pareja homosexual a los 16 años, un juez mayor que él. Con Néstor tuvo una pareja estable por muchos años. Un amor durable y verdadero.
A su regreso de un viaje comenzó su noviazgo con Monona. Había tomado una decisión: tenía un gran deseo de ser padre y de que su hija/hijo, creciera en una familia. Ante la cámara en una entrevista Agustina nos dice: “hay una evolución que yo tuve con la peli: personas grandes, que han pasado situaciones parecidas y creo que ahí hay un colectivo LGBTTI muy diezmado y violentado y que los jóvenes tenemos mucha voz y somos muy públicos justo por un signo generacional, pero ellos no, y hay algo de eso que vuelve cuando las personas ven la película y sienten que está tratada con amor”. Sí, está “tratada con amor”. Su potencia reside, sin embargo, en la confrontación de lo antagónico de esas dos vidas que se muestran y que en la realidad son la continuidad quebrada de una sola vida.
Una infiere dolores, impactos, rupturas, duelos. Pero no hay nada que se parezca a un juicio. No se trataba de juzgar, sino de entender. Un hombre. Una época. Una existencia partida. Duró cinco años el proceso. El tiempo de pensar, trabajar sus propias emociones y las del entorno más íntimo de su padre. “No volvería a hacerlo”, aclara la cineasta. “La energía que se pone para romper esa especie de pacto patriarcal de silencio… hay reacciones como una cachetada porque se considera que los secretos tienen que seguir siendo secretos… ¿Por qué exponernos?... porque hay esto, pero también esto y el filo en el que uno transita está tensionado”. Pero ya lo hizo.
Todas las familias cohabitan con sus secretos. Aquello que jamás deberá ser dicho. Nombrado en voz alta. Secretos que pueden atravesar generaciones. Agustina tomó por el cuello la prohibición de decir y la transformó en palabras. En una escena, la hermana de su padre describe lo que le gustaba, a dónde prefería ir, cómo fue su vida antes del matrimonio y cuando –por fin– puede decirlo, sonríe. Se detiene la imagen y sobre ella aparece un letrerito: “Las personas sonríen cuando dicen la verdad”.