México posee un sistema político en construcción, perfectible y con grandes áreas de oportunidad, eso lo tenemos claro.
Desgraciadamente el partido mayoritario (MORENA) nunca lo entendió. Con una mayoría inusual, tuvieron la oportunidad de aportar a la República, contribuir a su mejoramiento y fortalecimiento como medio para el progreso y la justicia social; pudieron erradicar los vicios históricos de la política, esos que están presentes en todos los partidos y que han desprestigiado tanto la credibilidad de la vocación y el oficio político, recurrentes pero no inalienables a la política; tuvieron la oportunidad de hacer historia, de impulsar el gran cambio en la vida pública, pero hicieron alianza con la corrupción, el crimen y los vicios más viejos y rancios que ha heredado la política, perdiendo el camino.
La vía de la transformación de este gobierno es, sin duda, la destrucción.
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La destrucción de los consensos, del diálogo y de las instituciones, los 3, elementos inalienables no solo a la República sino a la propia naturaleza de México como país plural, con pensamientos distintos, diversos y propios, como distintos son los mexicanos.
¿Será imposible que Morena reconozca el derecho a la disidencia? Aquello que radica en el origen de su movimiento, que volteen a ver en su pasado, cuyo origen fue el de la pluralidad, el de la oposición, de la crítica y de las voces que cuestionaron a los gobiernos del pasado, sus acciones y sus resultados.
Por qué les costará tanto a este régimen reconocer que hoy somos lo que fueron, pero que no son y jamás serán lo que éramos, para ello les falta altura democrática, visión de Estado y respeto republicano e institucional.
La realidad está a la luz de cada una y uno de nosotros, Morena antes de destruir la República se destruyó a sí misma, aniquilaron sus ideales, sepultaron sus convicciones y traicionaron su origen y sus causas o las que creían tener.
Las convicciones se comprueban cuando las ponemos a prueba, ellos lo hicieron y fallaron. Pero las consecuencias las pagaremos todos.
Nuestra democracia, a punto de convertirse en mera simulación; nuestras instituciones independientes, herramientas ciudadana de vigilancia, transformadas en oficinas propagandistas; y nuestros contrapesos al abuso de poder, desmantelados para subordinarlos al poder.
El Poder Legislativo secuestrado por el fraude a la ley, convertido en oficialía de partes ante una mayoría artificial. El Poder Judicial amenazado ante la politización de la justicia. Y el Poder Ejecutivo, trastocado para servirse a capricho, no al pueblo de México.
El país de pluralidad, de libertad política, de expresión, de disidencia, está en peligro ante el régimen de la visión única, del poder absoluto.
México, sus instituciones, sus leyes y su democracia son y serán siempre perfectibles, pero mejorarlas solo es posible a través de la unidad, no de la polarización, del diálogo, no de la imposición y de la pluralidad, no del sometimiento.
Pero la Revolución es una llama perpetua, que por más que se azuce, jamás se apagará. Y solo es cuestión de tiempo, para que como es natural en el fuego, se propague con intensidad.