Entre 2011 y 2020, un hombre francés, Dominique Pelicot, abusó sexualmente de su esposa mediante sumisión química, es decir, durante años la drogó para poder violarla, y buscó a otros hombres en foros de internet para que también abusaran de ella mientras él grababa.
En las horas y horas de video que se encontraron en la computadora de Pelicot, junto a fotografías de su hija y nueras, tomadas sin consentimiento, se identificaron casi ochenta hombres que participaron en los abusos hacia su esposa; 51 de ellos se encuentran ahora mismo en juicio en el sur de Francia. Pelicot les instruía a desnudarse en la cocina, para asegurar que no dejaban ropa en la habitación; y no oler a loción o tabaco, para que ella no sospechara al despertar. Contrario a lo que declaran en el juicio, es probable que la mayoría de ellos supieran que ella estaba inconsciente.
No es un dato menor, claro, que el foro donde Pelicot buscaba cómplices era uno llamado “sin su consentimiento”, lo que indica ya una inclinación de los participantes; pero tampoco hay que pasar por alto que los agresores son enfermeros, bomberos, informáticos, muchos de ellos casados, con hijos; personas comunes y corrientes, con vidas normales, hombres que eran vecinos, colegas, amigos, familiares; ¿alguien se imaginó que por las noches se preparaban para violar a una mujer narcotizada contra su voluntad?
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La respuesta puede ser compleja. Porque probablemente no, nadie de su entorno se lo imaginaba, pero es momento de que hablemos de esa frase que ha levantado tanta indignación: “todos los hombres son potenciales violadores”.
Antes de que me digan que #notallmen, o que entonces todas las mujeres somos potenciales prostitutas*, o cualquier respuesta visceral, hablemos de qué significa cuando se dice eso.
Tomemos el caso de Giselle Pelicot, quien por cierto, optó por exponerse a un juicio público para que, según sus palabras, se conocieran las caras y nombres de sus agresores, y evitar que abusen de otras mujeres.
La información que surge de este juicio pone en el centro de la conversación la cultura de la violación, es decir, la normalización del abuso impune hacia las mujeres y sus cuerpos, la idea inculcada y extendida de que las mujeres le “deben” sexo a los hombres –uno de los argumentos de defensa del señor Pelicot es que drogaba y violaba a su mujer porque ella no quería tener tanto sexo como él–, un argumento similar a la justificación de una violación porque la mujer aceptó una invitación a cenar, o usaba ropa entallada, o aceptó tener sexo en ocasiones anteriores. En todos estos ejemplos, las mujeres y sus cuerpos se entienden como objetos que se “obtienen”, y no como personas plenas con sus propios deseos y autonomía.
La cultura de la violación está tan extendida, que incluso los hombres que rechazaron la propuesta de Pelicot, no denunciaron. Quizá se piensa que también se protegían a sí mismos, al fin y al cabo, estaban en un foro sobre abusos; pero una denuncia anónima hubiera sido suficiente para que se iniciara una investigación, sin embargo, decidieron con su silencio, proteger a los abusadores. Esto es un ejemplo de pacto patriarcal.
Otro aspecto que resalta el caso Pelicot, es que en realidad no hay lugar seguro contra las agresiones sexuales. Que no es la ropa que usemos, o los lugares donde estemos, o con quién estemos, y aunque es algo que desde los feminismos se lleva diciendo décadas, invariablemente se repiten los mismos argumentos contra las víctimas: que tengas cuidado con quién y a dónde vas, que vigiles cómo te vistes, que no “te pongas en riesgo”; pero Giselle Pelicot estaba en casa, con su esposo, supuestamente segura.
[Haría falta otra columna completa para hablar sobre la respuesta médica que recibió la señora Pelicot durante años de pedir ayuda a doctores por tener síntomas como pérdida de memoria, dolores y heridas sin explicación aparente, y problemas ginecológicos; y que nada de esto haya activado las alarmas].
Entonces ¿todos los hombres son potenciales violadores? No lo sabemos, y ese es precisamente el problema, que no tenemos manera de saber quién lo es y quien no. Los hombres que violaron a Giselle Pelicot no son enfermos ni monstruos en un callejón oscuro, son hombres comunes y corrientes, como esos que se ríen de chistes y canciones pedófilas, que comparten fotos íntimas sin consentimiento, que manosean a las chicas borrachas en la discoteca o se ríen cuando los amigos lo hacen. Cada una de estas acciones refuerza la cultura de la violación y la impunidad.
Hace falta romper el pacto, poner un alto en el chat de amigos, dejar de llamar campeón al que cuenta un abuso, denunciar. No son todos, no; pero no basta solo con no ser tú.
*Si tienen la oportunidad de escuchar a Antonio Naranjo, ahórrensela