El secuestro es un acto que rompe no solo con las leyes, sino con los principios más básicos de la humanidad. No hay justificación posible que respalde la retención forzada de una persona, mucho menos cuando se trata de un niño.
César, un padre de familia, y su hijo Emiliano han sido arrebatados en Chiapas de sus seres queridos por fuerzas que desconocemos, pero lo que es claro y contundente es que con los niños no se juega, no se negocia, no se les pone en riesgo.
A lo largo de los últimos 20 años, el secuestro ha sido un delito que ha afectado a miles de familias en México. Entre 2001 y 2021, se reportaron más de 39,000 casos de secuestro en el país, de los cuales un número significativo involucró a menores de edad. Las cifras oficiales muestran que este crimen no distingue edad ni género, y ha dejado una huella imborrable en la sociedad mexicana.
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Las ciudades que han registrado la mayor incidencia de secuestros incluyen la Ciudad de México, Ecatepec, Naucalpan, Tijuana, y Reynosa, áreas donde el crimen organizado ha encontrado un terreno fértil para llevar a cabo este acto atroz.
El secuestro de niños y adultos en México no solo tiene fines económicos, como el cobro de rescates, sino que también está vinculado a otras actividades ilícitas del crimen organizado.
Los secuestrados son utilizados como herramienta de presión para extorsionar a sus familias, pero en muchos casos, especialmente cuando se trata de menores, las víctimas son explotadas en redes de trata de personas, trabajos forzados, e incluso en actividades delictivas, como el tráfico de drogas.
Este uso inhumano de las víctimas convierte al secuestro en un crimen multifacético que contribuye al deterioro social y a la perpetuación de la violencia en el país.
Haya hecho lo que haya hecho el adulto, no se justifica su retención involuntaria ni la del menor como en el caso de las dos personas en Chiapas. Este secuestro es una agresión no solo contra las víctimas directas, sino contra toda la sociedad que se indigna y se preocupa por el bienestar de los más vulnerables. Ninguna deuda de un adulto, afrenta o conflicto puede justificar el daño irreparable que se causa a un niño inocente, ni el dolor que se inflige a una familia entera.
A aquellos que están detrás de este acto, a los que mantienen cautivos a César y Emiliano deben reflexionar sobre el camino que han tomado y el impacto devastador que sus acciones tienen en la vida de un niño y de su padre que merece vivir en paz, libre de miedos y amenazas. No hay triunfo ni victoria en someter a un pequeño a esta tragedia.
La sociedad y las autoridades no deben mantenerse indiferentes ante esta situación. Es responsabilidad de todos proteger a los niños y luchar contra la violencia que desgarra el tejido social. Es imperativo que se realicen todos los esfuerzos posibles para lograr la liberación de César y Emiliano.
Los niños no deben ser peones en los conflictos de los adultos. Nuestra humanidad se mide por cómo protegemos a los más indefensos. Este llamado es un recordatorio de que con los niños no se debe transgredir, ni hoy, ni nunca.
El secuestro de un menor de edad es un acto repudiable que, más allá de cualquier justificación, debe ser condenado por la sociedad en su conjunto. Es una realidad desgarradora que afecta no solo a las víctimas directas, sino también a sus familias, comunidades y a la humanidad entera.
Es hora de alzar la voz, de no permanecer en silencio ante el sufrimiento de los más vulnerables. Porque cuando se trata de los niños, no hay lugar para la indiferencia. Con los niños, ¡no! Ni contra nadie es válido el secuestro.
Todos merecemos vivir en un mundo donde la violencia y el miedo no tengan cabida.