LITERATURA

Elena Garro desde la mirada de Jazmina Barrera (y un poco la mía)

En 1936 Elena Garro eligió estudiar Filosofía y Letras. | María Teresa Priego

Escrito en OPINIÓN el

“Yo solo soy memoria y la memoria que de mí se tenga. Y como la memoria contiene todos los tiempos y su orden es imprevisible… La memoria me devuelve intactos aquellos días”, Elena Garro.

Leí “Línea nigra” de Jazmina Barrera. Me gustó mucho su escritura, su honestidad, la manera que tiene de colocarse ante sí misma y analizar sus emociones mientras escribe. Una semana después (las “casualidades” son así), Marta Lamas me llamó para decirme que en una presentación había escuchado a una mujer entrañable que había escrito una biografía de Elena Garro. Imposible perdérmela. “La reina de espadas” de Jazmina Barrera. Leí a Elena Garro en distintos momentos de mi vida y me hipnotizó su escritura. “Testimonio sobre Mariana”, en cambio, me desesperó muchísimo. Creo, sin embargo, que su lectura es una herramienta importante para entender tantos enigmas que nos deja la vida de Elena y de manera inseparable, la de su hija Helena..

La cantidad de preguntas que Jazmina se hace (compartidas con tantas otras personas a quienes Elena nos ha fascinado y nos fascina), la llevaron a un periodo de investigación en la biblioteca Firestone de Princeton donde (gracias a la infinita paciencia de Lucía Melgar) se guarda una parte importante de sus archivos, “Los Elena Garro papers”. Recuerdo a Luchita Melgar copiando manuscritos apenas legibles de los poemas de Helenita para rescatarlos del tiempo y de las liquideces de los gatos, librando cada vez las desconfianzas, las exigencias y los reproches airados de Elena y Helena. Textos, diarios, cartas, anotaciones de la vida cotidiana.                               

El misterio que pareciera derrotarnos a todas/os: ¿qué sucedió realmente? ¿cómo dos mujeres bellas, talentosas, cultivadas, sensibles y grandes lectoras, con una obra tan valiosa y tan vasta en el caso de la madre, tan profunda en el caso de Helena, sus poemas y su libro de memorias, convirtieron sus vidas en una colección de desvaríos y catástrofes? O más bien: ¿por qué? Jazmina escribe: “porque con ella cuesta mucho trabajo separar los hechos de la mentira; la mentira, de la literatura, y la literatura, de los hechos. Nunca la conocí. La quiero en los pedacitos de ella que hay por aquí y por allá, en sus verdades y en sus mentiras”.

A los 15 años Elena deja Iguala para estudiar en la Escuela Nacional Preparatoria en la que nos dice su biógrafa: “En ese entonces estudiaban 3000 hombres y 7 mujeres”. No deja de sorprender la libertad que sus padres otorgaron a una buena muchacha educada en Iguala. En 1936 eligió estudiar Filosofía y Letras.” A los veinte años, trabajó con los grandes nombres de su época: bajo la dirección de Xavier Villaurrutia en la coreografía de Perséfone, de André Gide, y bajo la de Rodolfo Usigli en la de El burgués gentilhombre, de Molière”.

En 1935 conoció a Octavio Paz y durante dos años fueron novios. Separados por un tiempo cuando Paz vivió en Mérida, se escribían cartas. Se conservan en Princeton las cartas que él envió y Jazmina nos comparte fragmento. Sí, son espeluznantes: “te indiqué que no salieras y vas a las Juventudes Socialistas”, “Tus padres no tienen perdón. Nadie lo tiene, ni tú. Hay mil empleos, mil ocupaciones. Pero claro, el baile, el malvado baile, y ahora el cine. ¡Eso es el ‘arte’! ¿No habría otro empleo?” “Entiendo tu situación. Tú no entiendes la mía. Me obedecerás ciegamente, sin tener conciencia o iré a matarte. No seas obstinada”. Las cartas de Elena si aún existen, continúan en algún lugar – por el momento inaccesible -de la estratósfera.

Si solo nos atuviéramos a esas cartas podríamos quedarnos con la idea de que Paz fue siempre con ella ese hombre autoritario que necesitaba manipularla, someterla y arrancarla de todo lo que pudiera interesarle en la vida. Pero, es una historia más que compleja. Complejísima. Paz fue un novio persecutorio y Elena necesitaba que la persiguieran. Paz quizá tuvo algo de verdugo y Elena necesitaba un verdugo. No lo digo ni de prisa, ni sin penas. El resto de su vida y de la de su hija nos lo prueban. Cuando conocí a Elena Garro en París en 1986 habló de Paz toda la noche, aclaro que, ávidos de saber de su escritura y de ella, nadie le preguntó por él.

Comenzó con esa versión del día de su matrimonio que Jazmina nos cuenta (incrédula, claro) y que hemos leído en cantidad de ocasiones: como quien habla de “un rapto”, dice Jazmina. De manera violenta y aventando sus libros, los amigos de Paz la habrían llevado ante un juez del registro civil y ella (a pesar de tener casi 21 años), no supo ni qué pasaba. Jazmina nos comparte la manera en la que Elena Garro se colocó – como una obsesión- en el centro de su vida: “Un libro que quiero leer, pero no leo, porque llevo dos años leyéndola a ella, solo a ella y a sus lectores, sus discípulos, sus feligreses, sus familiares, sus amantes, sus amigos, sus detractores, sus biógrafos, los pacianos empedernidos y los garrianos acérrimos”.

En 1939 nació Elenita Paz Garro. “Elena dijo alguna vez que ese fue el día más feliz de su vida, cuando vio que su hija había nacido entera ‘porque tenía mucho miedo que saliera sin dedos’”. La relación de Elena con Helena. La con-fusión. La simbiosis. El amor-odio. Jazmina nos hace notar: “Una frase se repite en varias de las obras de Elena: ‘los hijos son otras personas’. En Los recuerdos del porvenir, el personaje de Ana Moncada acostumbra a decir: ‘los hijos son otras personas’, asombrada que sus hijos no fueran ella misma”. Interesante palabra: “asombrar” significa “lo que se extrae de la sombra”. Quizá Elena se “asombró” varias veces ante la posibilidad de aprehender a Helenita como otra. Pero seguro que no fue más allá. No era lo suyo. No pudo. Helenita se convirtió en su sombra.

En 1943 se establecen con Paz en Berkeley. Elena va y viene trayendo ropa para vender. “Existe la correspondencia de cuando Elena estaba en México y Paz en Berkeley, y ahí Paz es mucho más tierno, más divertido e irreverente: ‘Pues me siento, sin   y sin la niña, como en una atmósfera extraña, pez fuera del agua, salvaje en la ciudad’”. La hermana de Elena estaba enferma: “En 1945 se fue a Nueva York para trabajar y seguir pagando el hospital de su hermana, que estuvo siete años internada”. A pesar de los conflictos y de su tan declarado deseo de divorciarse de Paz, en 1946 se van juntos a París. Dice que Paz la amenazó. No le creo. Allí conoció tres años después a quien fue uno de los amores de su vida: Bioy Casares y a su esposa Silvina Ocampo.

La relación apasionada y plena de declaraciones de amor y promesas entre Bioy y Elena no terminó bien. El hijo con Elena tan supuestamente anhelado por Bioy, una vez que apareció en la realidad, no pudo ser, dado que el escritor se declaró incapaz de dejar a Silvina Ocampo.  En 1956 Elena se enamoró (tal vez) de Archibaldo Burns. En 1959 se divorció de Paz. “Después de su divorcio, Paz se convirtió en un gran promotor de la obra de Elena. En 1963, convenció a Joaquín Mortiz de publicar Los recuerdos del porvenir”. Ya en México Elena construyó una amistad muy cercana con Carlos Madrazo. Y llegó el 68. “Elena publicó un artículo titulado ‘El complot de los cobardes’ en la Revista de América. Ahí aseguraba que el movimiento estudiantil era orquestado por un grupo de intelectuales para manipular las elecciones de 1970, quizás para buscar una alianza con la Unión Soviética, para instaurar una dictadura comunista”.

Después, hizo declaraciones dando los nombres de la lista de intelectuales que -según ella- manipulaban a los estudiantes. Estaba aterrada. “1968 marca la expulsión de Elena de la cumbre de las élites. Su descenso del Olimpo”. Temblando,  convencidas de que van a encarcelarlas o desaparecerlas, Elena y Helena se esconden y después, parten hacia Nueva York en el comienzo de un exilio que las llevó a España y a Francia y que duró 20 años. Madre e hija narraban su exilio en términos de persecución, miseria y desgarramientos, con alegrías bien escasas. También el abandono en el que Paz tuvo siempre a su hija. No tengo ningún interés en defender a Paz, si me preguntan y tuviera que elegir: de lejos la prefiero a ella. De lejísimos. Pero Paz no abandonó a su hija. Solo puedo hablar de lo que vi: vivían juntas (siempre juntas) en un apartamento muy amplio y cómodo en el barrio XVI (uno de los más caros de París).

Elena controlaba cada milímetro de la vida de Helena. Helena se rebelaba, se enfurecía. Y se dejaba controlar como si un rayo fuera a partirla al momento mismo de tomar en sus manos la libertad que le habría correspondido.  A Elena no volví a verla, en los años 90 hablaba por teléfono con ella por accidentes de la vida:  el Embajador Manuel Tello (quien las protegió generoso e incansable y no sé cuántas veces pago de su bolsillo sus deudas más bien impúdicas) me contrató de recepcionista/telefonista en la Embajada. Allí encontré a Helena, quien tras un periodo en el Consulado pidió su cambio a la Embajada. Es poco probable que esos trabajos los haya logrado sin apoyo de su padre. Varias veces al día respondía al teléfono y era Elena indagando las actividades de Helenita. Si llegó, si no llegó. Si se salió al bar de enfrente a tomarse un aperitivo. Si le conocía un novio. Si se salía con las amigas. Yo mentía como molino de viento. ¿Habría sido útil otra cosa?

Helenita era brillante y divertida, pero era una persona que sufría. Se publicó su libro de poemas con el prefacio de Ernst Jünger, sus poemas son exquisitos, como ella cuando se liberaba de sus obsesiones, pero le costaba disfrutarlo porque su mamá no le dio la importancia que a su hija le urgía. El espejo de la madre. El espejo cruel de la madre. Se esclavizaban en su sufrimiento la una a la otra. Jazmina narra en su libro la fascinación que ambas tenían por los vestidos y los abrigos carísimos. Una verdadera compulsión. En consecuencia, vivían en la imparable catástrofe económica. La tan llevada y traída historia de miseria era casi delirante. Como muchas otras historias suyas.

Claro, sucedía que las amenazaran de echarlas porque no pagaban la renta, cortarles el teléfono, el supermercado se complicaba, todo verdadero. Solo que -como tantas otras cosas que les sucedían- era la desgracia auto infligida. Recuerdo una mañana en la que en mi escritorio de la recepción leía en La Jornada la carta -tan amorosa- de un estudiante de Filosofía y Letras que convocaba a depositarles dinero, indignado de que vivieran “en la miseria” en París. Unos minutos más tarde, Elenita irrumpía feliz y glamorosa para modelarme su último vestido de Max Mara. Cómo desee llamarle a ese muchacho desconocido para decirle: “guarda tu dinero para ti, para tus libros”.

Elena es una de las grandes escritoras en castellano, su hija lo habría sido de no haber vivido como vivió y ambas eran tremendas, pero tremebundas fabuladoras. Por eso el desconcierto de Jazmina, el de Lucía Melgar y Gabriela Mora durante sus años de investigaciones de la vida y la obra de Elena, el de tantísimas personas que las admiraron, quisieron y apoyaron a lo largo de sus vidas. ¿Qué les pasó? ¿qué es verdad y qué no? Jazmina escribe: “El odio de Elena contra Paz se resume en esto que le dijo a Gabriela Mora: ‘Mira, Gabriela, en la vida no tienes más que a un enemigo, y con eso basta. Y mi enemigo es Paz. Quiero que sepas de una vez: […] que yo vivo contra él, […], estudié contra él, hablé contra él, tuve amantes contra él, escribí contra él y defendí a los indios contra él, escribí de política contra él, en fin, todo, todo, todo lo que soy es contra él”.

 En cuántas ocasiones Elena declara que bordaba a escondidas porque Paz le prohibía bordar. Jazmina nos dice: “Escribió poesía (por varios años a escondidas, pues dijo que Paz se lo prohibía, la hacía quemar sus poemas o los reescribía él si le gustaba la idea y los firmaba)”. ¿Qué creer y qué no? ¿Paz violó e Elena -golpes incluidos- la noche de bodas?” En algunos momentos de su análisis Jazmina nos da pistas, que sin duda comparto con ella: “Más allá de si era real o no su miedo, tenía que ver con su narcisismo”. El narcisismo desatado de Elena. Ese que se evidencia en “Testimonios sobre Mariana” de manera muy inquietante. Recuerdo mi primera lectura y haber pensado: “qué niveles de narcisismo de la autora, Mariana es ella y así tiene que vivir con ella. Qué difícil”.

Un personaje femenino en el centro mirado por todas/os. La urgencia de la mirada de las/los otras/os y el vínculo paranoico con esa mirada. La relación tan tambaleante con la realidad en la que fueron viviendo ambas. La urgencia constante de un/una victimario/a para poder ser víctimas. ¿Eran un par de embusteras? No lo sé. Digamos que acomodaban continuamente la realidad con un impresionante desparpajo. Digamos que junto a ellas parecía muy sencillo terminar un día colocada en el lugar de verdugo. Se hiciera lo que se hiciera.

“José María Fernández Unsaín, que estaba a la cabeza de la Sociedad General de Escritores de México, la invitó… En los años noventa, la comunidad del teatro fue la que organizó homenajes en su honor y consiguió traerla de regreso a México”. De ese primer viaje en 1991 Elena y Helena regresaron contentas, recibieron cariño y admiración a carretadas. Comenzaron a considerar – un día en el sí y otro en el no- su regreso definitivo a México que llegó para 1993. Recuerdo el revuelo en la Embajada: “las Elenas se van”. Tanto por ayudarlas a resolver, sobre todo, el traslado de sus trece gatos. Pensábamos que en México estarían más acompañadas, más seguras, más felices para seguir ambas creando bellezas. Traían la belleza dentro, sin duda.

No fue como lo imaginamos, quizá quienes estábamos alrededor elegimos omitir los detalles que conocíamos y fabular un poco. Las queríamos. Helenita era una especie de Inteligencia privilegiada y de alma en pena a la que era imposible no querer proteger. En Cuernavaca no fueron felices. La comuna de gatos creció hasta ocupar todo el espacio. No se les daba ser felices. Eso concluí. No era lo que necesitaban. Aquella muchacha preciosa que vemos bailando en las fotos, posando junto a su primera pareja, junto a su hija: luminosa como un astro, vivía devorada. Jazmina no lo escribe tan así, tengo qué preguntarle qué piensa.

Luchita Melgar fue fiel hasta el último minuto. Lo sigue siendo. Como quien atiende un cuartel de bomberos, respondía llamadas con solicitudes de auxilio - la madrugada incluida - y era capaz de correr a Cuernavaca con toda su bondad y su dulzura a cuestas a intentar salvarlas. Ahora que ha pasado el tiempo también tengo que preguntarle: ¿qué las devoraba? ¿Quién habría podido salvarlas de ellas mismas? Disfruté mucho la biografía escrita por Jazmina. Me gusta su ir y venir entre las Elenas y su propia vida. La honestidad de sus dudas. Sus temores. Su fuerza para seguir adelante. Su amor por Elena y Helena.

Y las palabras de Jazmina me llevaron a un largo viaje de memoria. Desde aquella primera noche en 1986 cuando no entendía por qué no paraba de hablarnos de su exmarido, hasta 1993 cuando entre abrazos y esperanzas despedimos a Elenita en la Embajada. Ya nunca más vi a Helenita en persona. Cuando regresé a México en 1997 no fui a visitarlas. Sabía de ellas por Luchita. Necesitaban apoyo. ¿Cómo podía ser de otra forma? Tuve miedo. Nunca me lo he perdonado. “El genio no es más que la infancia recobrada a voluntad”, es la cita que abre el libro. Qué maravilla “Los recuerdos del porvenir”. Eso. La infancia. Quizá Elena nunca pudo con esa realidad “práctica” que la habría alejado de su infancia. Pudo con su escritura. Algo hizo que a partir de un punto le fallara la vida.

 

María Teresa Priego

@Marteresapriego