Las acusaciones para afectar la reputación y tranquilidad de las y los candidatos en todas las campañas van de un lado para otro. Esta situación no es noticia. Lo que sí llama la atención es que la mayoría de los ataques parecen no estar incidiendo en las tendencias de votación.
El escándalo es una de las herramientas que se utilizan con mayor frecuencia para generar puntos de inflexión o de quiebre en los escenarios políticos, debilitar al adversario, mermar su confianza o aniquilarlo de plano para cumplir con los objetivos propuestos.
Cuando no se puede crear un escándalo en forma directa contra un adversario, se procede a golpear a sus familiares, amigos cercanos, colaboradores o aliados, de preferencia con quienes existan vínculos emocionales muy estrechos.
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En la lucha por el poder poco valen, para algunos personajes, las leyes o reglas de las instituciones. Lo que importa es ganar. De ahí la importancia que el escándalo ha adquirido en este momento, en el que el show político y la posverdad dominan las narrativas.
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Es absolutamente “normal” que en los sistemas democráticos existan conflictos, diferencias y desacuerdos. Sin estas expresiones la democracia no tendría sentido ni sería posible. Por fortuna, los marcos jurídicos cuentan con diversos mecanismos de control para canalizarlos y ponerles ciertos límites.
Por otra parte, tampoco nos debe extrañar que haya guerra sucia y campañas negativas, pues en diversos casos los escándalos contribuyen a que se imponga la justicia frente a la corrupción y la impunidad, aunque en ocasiones se rebasen los límites éticos que toda campaña debería tener y acatar.
Algo similar sucede con la denominada politización de la justicia. Las campañas electorales, los primeros meses de gobierno o la necesidad de desviar la agenda pública sobre algunos temas graves o delicados se han convertido en los espacios que utilizan este recurso para subir popularidad o los niveles de legitimidad.
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Tal y como se anticipaba, el escándalo ha alcanzado en forma directa a las candidatas y candidato presidenciales. Ningun@ ha escapado. El fuego es cruzado. En el primer debate los tres protagonistas se encargaron de no dejar pasar la oportunidad de hacer denuncias falsas o reales, pero todas con el claro propósito de desacreditar o, por lo menos, sembrar dudas y despertar suspicacias.
Entre sus aliados, no ha habido semana en la que no aparezcan nuevos casos y nombres de adversarios involucrados en presuntos actos de corrupción y abuso de poder. Los videos, audios y documentos “probatorios” son presentados en los medios y redes sociales, aunque no todos adquieren la relevancia necesaria para dañar de manera efectiva.
Tampoco hay novedad en los tipos de acusaciones: enriquecimiento ilícito, influyentismo, nepotismo, abuso sexual o discriminación son tan sólo algunas de las formas con las que se busca crear la noticia más conveniente. Lo que no se puede negar, es que en el terreno de la percepción no todos adquieren la importancia que buscan sus creadores.
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No olvidemos que se recurre al escándalo cuando no hay creatividad ni experiencia para hacer campañas proactivas o novedosas. También cuando la competencia entre contendientes es cerrada, o si se considera necesario remontar en las encuestas porque la desventaja es grande.
Sin embargo, es imperativo investigar por qué dejaron de mover la aguja de las tendencias como ha sucedido en otros tiempos y en otros lugares. A menos que en la noche del 2 de junio surja la noticia de que, contra todos los pronósticos, hicieron crecer el voto oculto en forma inusitada y realmente sorpresiva.
En las campañas presidenciales habrá escándalos incluso después del día de las elecciones. Lo preocupante para quienes los están difundiendo es que no parecen tener los mismos efectos que tuvieron otros en el pasado. Lo bueno para quienes los protagonizan es que, si no se llega a fondo en los asuntos que sí sean verdaderos, favorecerán la inmunidad e impunidad.
De lo que no hay duda, es que en el actual contexto hay problemas mucho más grandes que requieren una mayor atención de la sociedad, pero que están siendo desplazados por la espectacularidad de los escándalos: los asesinatos, feminicidios y secuestros; la carencia de agua en gran parte del país; la falta de medicamentos; los rezagos educativos; el crecimiento e impunidad del crimen organizado, entre muchos otros. ¿Hasta cuándo se mantendrá este terrible paradigma?
Recomendación editorial: Javier Esteinou Madrid. Propaganda encubierta y legitimidad electoral. La manipulación de los comicios. México: Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF), 2022.