Desde hace años se ha venido alertando sobre el riesgo de que enfrentemos una crisis severa por escasez de agua, y al parecer ese preocupante escenario cada vez está más cerca pues de seguir en la misma ruta y no adoptar acciones correctivas de fondo, se ha dicho que probablemente para 2028 podríamos llegar al denominado “Día Cero” en que el gobierno no pueda garantizar el abasto de agua a la población, e incluso se ha advertido que esto podría suceder el próximo mes de julio en algunas regiones del país como la Ciudad de México y su área metropolitana por el agotamiento del Sistema Cutzamala que representa el 25% del abastecimiento y es uno de los más grandes del mundo.
Esperemos que no sea así pero cuando menos ya se presentan problemas serios en once entidades (Aguascalientes, Baja California, Chihuahua, Ciudad de México, Estado de México, Guanajuato, Morelos, Puebla, Sinaloa, Sonora y Zacatecas) con una exposición alta al estrés hídrico, por lo que en muchas zonas ya se están padeciendo recortes en el suministro de agua para los hogares, y en estados como Sinaloa la escasez pone en riesgo la producción de alimentos afectando la subsistencia de los agricultores. El agua también es fundamental para el cuidado de nuestra higiene y salud ya que ayuda a prevenir deshidratación, malnutrición o enfermedades infecciosas, y sin embargo generalmente no le damos su debido valor. De acuerdo con Conagua, de las 210 presas a nivel nacional de las cuales depende el 92% del almacenamiento de agua, actualmente están al 52% de su capacidad, y una de las razones es que del 1 al 21 de enero se reportaron 43.7% menos lluvias en comparación al mismo periodo de años anteriores.
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Esta situación es multifactorial pues inciden de manera importante el cambio climático, la sequía de las presas, la falta de inversión y mantenimiento en la infraestructura, desperdicio de agua por fugas, la huella hídrica, o malos hábitos de consumo. Desde luego la responsabilidad de atender esta crisis la tienen en gran medida las autoridades de los tres niveles de gobierno -empezando por la reparación inmediata de fugas ya que representan aproximadamente el 35% del desperdicia de agua, lo que en este contexto es criminal-, pero también es mucho lo que podemos hacer como sociedad si tomamos conciencia y modificamos nuestro hábitos de consumo para hacer un uso racional de este valioso recurso.
Aunque el consumo personal de agua para beber, bañarse, usar el inodoro, lavarse los dientes y los trastes, trapear etc. solo representa el 8% del uso anual de acuerdo con la UNAM -el 22% es utilizada por la industria y el 70% en la agricultura-, lo cierto es que desperdiciamos mucha agua en estas actividades cotidianas pues se calcula que el 80% va a parar al drenaje. Siendo francos, cuantas veces no dejamos correr el agua en la regadera por minutos esperando a que se caliente e incluso nos distraemos haciendo otras cosas en lo que nos metemos a bañar, o ni siquiera ponemos una cubeta para recoger el agua que cae y aprovecharla para los escusados o regar las plantas. Lo mismo sucede al dejar correr el agua en lo que enjabonamos los trastes o nos cepillamos los dientes, y ni que decir cuando se lavan los coches o se riega el pasto. Tampoco existe una cultura generalizada en nuestro país para instalar llaves o dispositivos de bajo consumo. Son pequeños cambios que en suma pueden generar ahorros importantes.
De igual forma debemos estar conscientes que en todo lo que consumimos se necesita agua para producirlo, y es a lo que se le conoce como huella hídrica. Por ejemplo, para una taza de café se requieren alrededor de 150 litros de agua, pero para producir un kilo de carne se gastan más 15 mil litros, para un kilo de almendras 16 mil, para chocolate 17 mil y para semillas de vainilla 126 mil litros, por lo que nuestras decisiones de consumo también son importantes para cuidar este líquido vital. Cada quien debemos que hacer lo que nos toca para no tener que lamentarnos quizá mucho más pronto de lo que creemos.