La década de 1970 fue trascendental en la historia del futbol femenil en México, pues no solamente proliferaron los equipos y las ligas de mujeres, sino también se organizó la primera selección de la especialidad, equipo que alcanzó importantes triunfos: el tercer lugar en la copa mundial de Italia en 1970 y el subcampeonato un año después, en el mundial de México 1971. No obstante, se suele creer que después del inesperado éxito de las mexicanas, el fútbol femenil desapareció en nuestro país. Nada más lejos de la realidad.
Si bien los directivos del fútbol mexicano, así como un sector de la prensa, no dejaron de despreciar el balompié femenil, eso no significó que las futbolistas dejaran de jugar. En ese marco, el balompié amateur se convirtió en un refugio para las jugadoras. Así lo vivió Esther Mora, quien a los trece años formó parte de la selección subcampeona del mundo en 1971.
Esther, como sus compañeras, jugaba en la calle. Gracias al apoyo de su padrino, Javier Castellanos, se integró a un equipo de niños que él patrocinaba a mediados de los años sesenta. Zurda y de talento innato, Mora suplía su corta estatura con agilidad y picardía. Entre regates se enfrentaba a quienes le decían que no podía jugar por ser una niña. “En una final de torneo recuerdo que un papá gritaba que me rompieran la pierna. La habilidad te hace sobrevivir. Desde pequeña fui muy hábil para quitarme los golpes”, contó Mora al periodista Ricardo Olín.
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Su talento llamó la atención del profesor Efraín Pérez, quien organizaba la selección que competiría en el mundial de Italia 1970. No obstante, no la incluyó en la lista final por su corta edad: 12 años. Un año más tarde, el entrenador Víctor Manuel Meléndez la integró a la selección que obtuvo el subcampeonato, aunque no jugó ningún minuto. Esto no cambió el objetivo de Esther: jugar fútbol, abrir brecha, llegar más lejos. Por tal motivo, atendió cada llamado que la selección le hacía.
Después del mundial México 1971 el fútbol femenil no desapareció, sino que fue invisibilizado. Los equipos y las ligas casi no recibían seguimiento de los medios y las autoridades deportivas mostraban escaso interés en apoyarlos. Las jugadoras, sin embargo, presionaron para poder utilizar canchas en deportivos y espacios públicos y, a pesar de las dificultades, organizaron torneos y campeonatos amateurs. Por otra parte, el empresario Jaime de Haro, quien fue el principal beneficiado económico del mundial México 1971, identificó que la selección femenil todavía podía asegurarle ciertas ganancias. Por tal motivo, organizó giras con el equipo al interior de la república y al extranjero para enfrentarse a equipos locales. Como lo hizo durante el mundial, nunca pagó un salario a las jugadoras, a pesar de que le representaban jugosos ingresos.
Esther Mora estaba en esa selección cuando en una gira por Italia fue observada por el equipo Alaska, de la Serie B, segunda división profesional. Sí, en Italia ya existía una liga profesional con dos divisiones y sistema de ascenso y descenso. Cuando los directivos se acercaron a Mora para ofrecerle un contrato, la jugadora no lo pensó dos veces y aceptó. Detuvo sus estudios de preparatoria y lo consultó con su familia, quien la apoyó totalmente.
Entre 1977 y 1979 Esther Mora fue la delantera estrella del Alaska, se consagró como campeona goleadora y contribuyó a que el equipo ascendiera. Ya en la Serie A, fue nombrada la mejor jugadora extranjera de la liga. Lo más importante, sin embargo, fue lo que significó esa experiencia para ella. Recibía un salario equivalente a $ 20 000 de la época –equiparable a lo que ganaba un futbolista varón en México–, jugaba en un estadio como los usados por los equipos varoniles y vivía en una casa-club con todo lo necesario para entrenar y prepararse como lo que era: una futbolista profesional.
Mora quería permanecer en Italia, había encontrado lo que en su país no tenía. Sin embargo, problemas familiares la hicieron regresar a México. No obstante, sintió que podría volver, vivir y contribuir al balompié mexicano. En Italia, mientras destacaba como goleadora, se preparó como entrenadora bajo la dirección de Helenio Herrera, destacado director técnico argentino y multicampeón en España e Italia. Una vez aquí, volvió a enfrentar la realidad: un fútbol femenil invisibilizado y el desprecio de la comunidad futbolística. No encontró acomodo como entrenadora o parte del cuerpo técnico de ningún equipo profesional. Al mostrar su currículum, Esther recibió la misma respuesta: “No [la contraten], es mujer”.
A pesar de ello, Esther no se rindió y si bien no pudo mantenerse en el profesionalismo, siguió vinculada al fútbol amateur. La historia de Mora, junto con la de miles de futbolistas de los años setenta, nos recuerda que el machismo se expresa de muchos modos y la invisibilización es uno de los más recurrentes. Invisibilizar implica atentar contra la identidad y negar la existencia de los sujetos y los colectivos, es un proceso de dominación constante al que, sin embargo, es posible resistir. Esther y sus compañeras lo hicieron. En los campos de tierra o del otro lado del mundo, enfrentaron el desprecio de la sociedad. A costa de goles y gambetas defendieron su existencia, su derecho y su libertad.
Giovanni Pérez Uriarte*
Licenciado en Estudios Latinoamericanos y Maestro en Historia por la UNAM. Doctor en Historia Moderna y Contemporánea por el Instituto Mora. Sus líneas de investigación son la historia social y cultural del deporte en México y América Latina, la historia de los medios de comunicación y la historia del tiempo presente. Junto con la Dra. María José Garrido coordina el Seminario Historia de la Educación Física y los Deportes en México y el Museo del Deporte Mexicano (MuDeMe). Actualmente realiza una estancia de investigación posdoctoral en el Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM bajo la dirección de la Dra. Susana Sosenski.