En tiempos del PRI poderoso y único, el “de todas, todas”, la maquinaria electoral lo era todo. Si el candidato tenía carisma, era simpático, apreciado y conectaba con el elector, pues felicidades porque facilitaba el trabajo de campaña y ganaba. Si era inexpresivo como una alcachofa, antipático, indigesto, gris, ajeno por completo a los votantes o una de esas imposiciones que se asumían con la resignación de unas hemorroides, pues también ganaba. Para eso era el partidazo del Ministerio de Elecciones de este país.
Si no tenía narrativa, se le fabricaba. En alguna ocasión que al distrito con cabecera en Rioverde enviaron de candidato a diputado a un líder sindical electricista ajeno por completo a la región, un tipo poco agraciado e impuesto sin elegancia. Al “jilguerillo” designado para animar la campaña desde el tapanco se le ocurrió meterlo con calzador en el ánimo de los electores como un hombre “desde siempre presente para los rioverdenses… en cada farola y cada poste de luz”.
Estaban los hombres y los nombres, sí, pero el partido elevaba a los altares de la política, enfilaba carreras incipientes o premiaba con el desdén a los que suplicaban un espacio sin el debido aval del hombre y el nombre al mando.
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Partido, por siete décadas. Los hombres en él eran pasajeros de entrada, cumbre y salida. Los años de alternancia que permitió la transición cambiaron eso. Experimentados priistas con trayectoria electoral perdieron frente a candidatos opositores impensables. A los legislativos local y federal desembarcaron por vía de oposición amas de casa de clase media, modestas secretarias, empresarios o profesionistas libres a los que el PRI ni volteaba a ver.
Algo mal habremos hecho para que la competencia electoral entre maquinarias cimentara bien profundos sus reales. Hay candidatos, sí, pero en la mayoría de los casos importó poco para los partidos que los postulan quiénes son, de dónde salieron y su oferta para que les voten, en caso de tener alguna. Se vota por las fuerzas políticas que los registran, cómo se llamen y si piensan por sí mismos da igual.
Morena, ese partido “wannabe Tyrex” y nostálgico apasionado del priismo más rancio, comenzó la historia con las listas de plurinominales mazacote de 2018. Una mañana, por los noticieros, nos enteramos que una diputada potosina había agredido físicamente a otra como en pleito verdulero en plena Cámara. La rijosa, de Morena. Fue la única ocasión que se supo de su existencia. Del resto de sus compañeros, nada para la historia que pretende “hacer”.
Que te postule la Morena de AMLO da para eso y más. Repitió en 2021 la fórmula de candidatos plurinominales de terracería, material para rellenar y aplanar. La excepción, Juan Ramiro Robledo Ruiz.
En 2021, con el mismo esquema de maquinaria a las órdenes de un solo hombre, Ricardo Gallardo Cardona ganó la gubernatura y consiguió la mayoría con la suma de los candidatos pluris “relleno” de Morena.
Identidad partidista con el Verde, o con el partido ecologista que dice ser el Verde, no la hay. Ya antes los Gallardo usaron y vaciaron cuando quisieron al PRD. No hay forma que se digan ecologistas cuando su bastión por varios periodos, Soledad, no tiene ni relleno sanitario para la basura, tampoco parques que merezcan esa denominación. De municipio gobernado por ecologistas, Soledad no tiene nada.
Y lo que faltaba: la oposición a Morena y el Verde, convencida que asociada es más competitiva, también armó su maquinaria, con un reparto o “siglado” de espacios. Los “dones” y las “doñas” en turno del PRI, PAN y PRD registraron candidatos como rellenar formularios.
Así han empezado a correr las campañas federales, de maquinaria contra maquinaria. La cara poco importa, bien podían hacérselas con IA. Pocos candidatos tienen un nombre reconocible, una trayectoria propia, una liga de identidad siquiera con el partido que los postula. Candidatos que todo se lo deben a la voluntad personal de quien los hizo tales y que les deberán aún más si ganan, porque ni una idea propia ofrecen.
Es lamentable porque si algo hay que proponerse como meta es que los congresos que salgan de las urnas en junio sí sean contrapeso, sí cumplan con vigilar y acotar a los ejecutivos, estatal y local, en sus excesos.
Duele pagar impuestos para mantener una nómina borrosa de zalameros empalagosos, trepadores insufribles, burros antropomórficos, muñequitas de Lladró, prófugos de la auditoría, torneras malencaradas, mandaderos de Palacio, tiborcitos policromados y peltres con vocación de bacinica.
Pocos diputados y diputadas hay que han mostrado criterio propio, con el costo que eso lleva. Todavía menos los que aportan al trabajo legislativo, de vigilancia o de representación. El escándalo de esta legislatura es su carácter plegadizo.
Con ese exceso de confianza han lanzado por el Verde a Oscar Bautista Villegas por el tercer distrito federal. Confianza en la propia fuerza de la maquinaria gallardista y en el escaso perfil de la candidata del PAN-PRI-PRD, su consuegra. Si los rioverdenses lo votan, merecido se lo tendrán con todo el historial.
En los distritos sexto federal y octavo local, el Verde eligió perfiles del jet set local: Juan Carlos Valladares Eichelmann, ex secretario de Desarrollo Económico, y Maribel Torres, hija del finado empresario y exgobernador priista Teófilo Torres Corzo.
El primero hasta le aportó glam a las relaciones del gobernador: Valladares es compadre del Checo Pérez, figura frecuente las páginas a cuché del “Hola” y esposo de una ex Miss Universo Jimena Navarrete Rosete.
Necesidad de un sueldo en el sector público, Maribel y Juan Carlos no tienen. No hay tampoco un punto de doblez fácil con algún beneficio del servicio público que les duela perder, como chofer, escolta, asistentes o viajes en avión. Que demuestren sus capacidades políticas por sí mismos ya se verá en las urnas.
A todos los candidatos a legisladores, los federales que ya están en campaña y los locales que entrarán a ellas, ojalá y sepamos exigirles un proyecto propio que no consista solo en conseguir la curul y vivir de ello tres años. Que abramos los ojos y tampoco nos convenzan con el rollo de su fe en “el proyecto” de sus líderes, padrinos o padres de la Patria, cualquiera que sea o haya, para conducir a las masas en la dirección correcta.
Si da igual como se llame el candidato o de dónde lo hayan sacado, evaluar lo que su formación representa, lo que han hecho y en lo que han fracasado sin vueltas. No demuestra mucha racionalidad un voto para un tipo que pretende representarnos y “transformar al país” abrazado a un Amlito de felpa, un dinosaurio rojo o un pollo verde por toda presentación, oferta, meta y aspiración.
Diputados dueños de sí mismos y capaces de cumplir compromisos con los electores, no con sus padrinos o maquinarias. Si no los hay, mejor anular la papeleta o escribir como Candidato No Registrado a quien se tenga en mejor aprecio para el cargo.
Así sea Cleofas, Platero o Donkey el de Shrek.