Empeñado en ser el centro de todo lo que sucede en el país y la víctima en todas las tragedias que han sacudido a la sociedad mexicana durante su sexenio, en el contexto de este último 8M bajo su administración, le daré gusto y será el eje de este escrito. En relación con una marcha de cientos de miles, de varias marchas simultáneas de cientos de miles, de cientos de marchas en seis años que dizque ha gobernado el país, refiriéndose a todas esas mujeres que han participado y participarían en el pasado 8 de marzo de 2024 en las marchas feministas, en las que las mujeres van con el rostro descubierto y en el que hay unas pocas, un par de cientos apenas, con los rostros cubiertos “el presidente más feminista de la historia” declara: “Hay que dar la cara”. La frase lo muestra de cuerpo completo. La provocación, el insulto. Y hasta aquí podríamos decir que no hay que prestarle oídos y mejor pasar la página, pero lo que dijo no fue sólo eso, lo que dijo fue: “Y también, con todo respeto, desde luego que no es una orden, ni un mandato, una instrucción, es una recomendación respetuosa: que se quiten la capucha. Si vivimos en un país libre, ¿para qué cubrirse? Y la libertad no se implora, se conquista, y hay que dar la cara, también para actuar con libertad y democracia, pero con el principio de la no violencia.” (Versión estenográfica de la conferencia del 8 de marzo de 2024).
El señor de “abrazos no balazos” al crimen organizado que ha cobrado miles de vidas durante su gestión, exige a las mujeres víctimas de múltiples formas de violencia no ser violentas y dar la cara (¿por qué no se lo pidió al comando del CO que salió en video a defenderlo de las acusaciones de ser aliado del CO?). No ser violentas y arrastradas y dejar de implorar. No vaya.
Qué este escrito mío es visceral, muy probablemente. ¿Cómo no serlo ante la agresión, la provocación y el insulto de quien se sabe protegido por su investidura, de quien se sabe intocable y ataca y lastima y hiere a todas esas mujeres que ya fueron atacadas, que han sido lastimadas y que están heridas? Hay muchas formas de violar a una mujer, la simbólica es una de ellas. ¿Está claro mi punto?
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Antes de que concluya 2024 López Obrador habrá dejado de ser presidente del poder ejecutivo y muy probablemente, esperemos que sí, se haya ido a “La Chingada”, pero el movimiento feminista continuará vivo. Por más vallas que haya levantado cada 8 de marzo durante su sexenio para blindar el Palacio Nacional –del que se apropió– y así no ver las manifestaciones de miles y cientos de miles de mujeres demandando derechos y, sobre todo, el derecho a una vida libre de violencia; por más que haya mantenido cerradas puertas y ventanas de la residencia imperial, perdón, presidencial, para no escuchar esos reclamos, para no oír tampoco las voces angustiadas, los gritos de dolor, los llantos desesperados, los coros de la indignación; por más simulacros de “festejo”, que no de conmemoración, en el día de la mujer, en el que él rodeado de féminas sumisas se auto celebró año tras año –más jeque árabe exhibiendo su harem que primer mandatario rindiendo reconocimiento a la lucha femenina–; por más que haya pretendido anular toda validez al movimiento feminista mexicano, él se irá y las mujeres continuarán, continuaremos, demandando cada día y marchando cada #8M por un país mejor y una sociedad menos violenta (libre de violencia sería el ideal, pero creer que ello es posible sería una utopía).
El supuesto líder de izquierda le falló a la lucha feminista en múltiples sentidos, por ejemplo, en lo relativo al uso del lenguaje inclusivo o incluyente (nunca se atrevió como Javier Milei –el presidente argentino–, a decretar la prohibición de su uso en la administración pública, aunque seguro ganas no le faltaban), pues siempre utilizó el masculino neutro y casi nunca (no me atrevo a decir “jamás”, aunque creo que así fue) se refirió a las mujeres, salvo cuando era un asunto que las aludía directamente. Esto es, difícilmente cuando se dirigía a un público amplio o trataba temas de la sociedad en su conjunto, dijo en una oración “señores y señoras”, “ciudadanos y ciudadanas”, “todas y todos” (obviamente, del lenguaje no binario ni hablamos). Y en más de una ocasión, aun cuando el tema central eran las mujeres no podía evitar el masculino: “Yo no soy machista […] si ahora la mitad de los legisladores son mujeres en el congreso, es por la lucha nuestra”.
Esa última frase además muestra otro de los aspectos en que no sólo falló, sino en el que se evidencia su intención de arrebatar y borrar los méritos de la sociedad civil y en particular de las mujeres que han luchado en México por más de un siglo, y que en su narrativa no fueron las que ganaron espacios y derechos, sino él y su movimiento (iniciado hace menos de dos décadas) quienes los consiguieron.
El auto proclamado humanista no sólo quedó a deber por temas que a muches les parecen banales, como el del lenguaje inclusivo, sino en asuntos fundamentales como la lucha contra la violencia de género. Los feminicidios y los índices de violencia doméstica se mantuvieron, en realidad aumentaron durante su administración (casi cinco mil feminicidios). Y aun así le escuchamos pronunciar frases como “no nos pinten las paredes”, “no nos pinten puertas”. Y que como buen macho mexicano les/nos dijera a las mujeres/feministas cómo comportarse/nos al manifestarse/nos: “de manera pacífica”. “Imagínense que vandalicen Palacio Nacional”, ¡qué horror!, impensable para alguien cuya prioridad era “cuidar el patrimonio histórico de México” y no las vidas de las mexicanas. Siempre estuvo más preocupado por los bienes materiales que por la seguridad de la población.
En igual sentido falló o quedó a deber cuando descalificó, minimizó y ridiculizó, anoto yo, al feminismo al afirmar que las mujeres que se manifestaban lo hacían “manipuladas” por ese amorfo y anónimo enemigo suyo al que genéricamente llama “los conservadores”. Falló o quedó a deber cuando minimizó la gravedad de la violencia de género, tema que quiso resolver con su soluciones facilistas, con su simplismo discursivo: “tenemos que garantizar el bienestar del alma, como fortalecer los valores, hacer el bien, sólo siendo buenos podemos ser felices”.
El bautizado por sus corifeos, y en particular por Irma Eréndira Sandoval cuando era secretaria de la Función Pública –antes de que López Obrador la dejara de querer y la expulsara el paraíso de la administración pública–, como “el presidente más feminista de la historia contemporánea” –ojo, que no únicamente de la historia de México–, solapó, cobijó y protegió a colaboradores o amigos suyos señalados por acoso sexual y en algunos casos por violación, siendo el más destacado el de su “compadre” Félix Salgado Macedonio; los premió con cargos y los blindó con fueros.
Él, tan preocupado de su paso a la historia patria, será recordado como un gobernante intolerante, conservador, autoritario y antifeminista, como el más ególatra y autorreferencial. El “más llorón”, como lo llamó entre otras personas Denise Ramos, no sólo por lo mucho que se quejó durante todo el sexenio de cómo lo maltrataban sus enemigos sino porque también logró actuaciones –dignas de un Razzie Awards– al echarse una que otra lagrimita en sus mañaneras. Cierto, también José López Portillo lloró, pero él al menos lo hizo supuestamente arrepentido de haberle fallado a México. Y también se dice que Porfirio Díaz lloró en Icamole, pero lo hizo por la derrota en el campo de batalla de su movimiento, no como López Obrador que lloró porque sus pobres hijos habían sido muy criticados. En fin, que antes de que termine el año el más auto victimizado de todos los presidentes mexicanos ¡se va!, pero el movimiento, el movimiento feminista se queda.
“A cada minuto, de cada semana
Nos roban amigas, nos matan hermanas
Destrozan sus cuerpos, los desaparecen
No olvide sus nombres, por favor, señor presidente.
[…]
“Justicia, justicia, justicia!”
(Vivir Quintana, Canción sin miedo)
Fausta Gantús*
Escritora e historiadora. En el área de la creación literaria es autora de varios libros, siendo los más recientes Herencias. Habitar la mirada/Miradas habitadas (2020) y Dos Tiempos (2022). En lo que corresponde a su labor como historiadora, es Profesora-Investigadora del Instituto Mora. Especialista en historia política, electoral, de la prensa y de las imágenes, ha trabajado los casos de Ciudad de México y de Campeche. Autora del libro Caricatura y poder político. Crítica, censura y represión en la Ciudad de México, 1867-1888 (2009). Coautora de La toma de las calles. Movilización social frente a la campaña presidencial. Ciudad de México, 1892 (2020). En su libro más reciente, Caricatura e historia. Reflexión teórica y propuesta metodológica (2023), recupera su experiencia como docente e investigadora y propone rutas para pensar y estudiar la imagen.