Prefiero la noche de fin de año que la Navidad. Supongo que es un asunto de símbolos. “El ciclo del eterno retorno”, diría Mircea Eliade. Lo que comienza abre un horizonte de esperanza. Me gusta enero ya tan cercano a la primavera. En mi balcón habrá flores que se adelanten y pajaritos despistados buscando ocupar las macetas con sus nidos. Los días –milimétricamente– comienzan a alargarse. Después del 25 de diciembre la ciudad alcanzó un delicioso letargo. Resplandece. Las calles desiertas. Mis vecinos salieron en masa de viaje. El reino del silencio es todo mío. Diciembre, hasta pasado el célebre recalentado es vertiginoso y estresante. Tan ocupados todos en ser felices a como de lugar. Ni siempre hay lugar.
Hoy, como cada año escribo con aplicación mis propósitos de año nuevo. No digo que vaya a cumplirlos, me da ilusión anotarlos en mi cuaderno de rayitas. Nos prometimos mi nuera Anna y yo compartirlos en una videollamada. Apenas, a la distancia, nos estamos conociendo. El ritual comenzó en la mesa con mis amigas de los viernes, Chanequita (Gurú máxima), nos preguntaba de una en una ¿a qué te comprometes este año? Anotaba rigurosa. Las hojas eran guardadas hasta el año siguiente en que cada una exponía sus avances o tropiezos, con tanta honestidad como fuera posible. Un gozoso calvario.
Abundaban los propósitos que se repetían por años. Otros se lograban. “Terminar la tesis”, “dejar de fumar”, “hacer ejercicio”, “comenzar un psicoanálisis o ya por fin dejarlo”, “ahorrar”, “resolver mi conflicto con mi amiga de infancia, con mi mamá, con mi ex marido”, “escribir más”, “dejar ese trabajo que me agobia”, “cortar mi relación, comenzar una relación”. Lo importante era no dar acuse de recibo cuando la mayoría de las presentes asume lo que no cumplió. Siempre sucede. ¿Quién está cada vez a la altura de sus expectativas de sí misma? Festejar los que sí. Anotar de nuevo la lista de fallidos. “Seguro que el año que comienza sí lo logras”. “Bueno, estaba complicado, ya vendrá, tienes doce meses para intentarlo”.
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Cuando perdimos a Chanequita se disolvió el ritual. Ya nadie tenía la autoridad de empuñar pluma y papel y transformar la mesa en un confesionario. Como la procesión sigue por dentro, continué cada año sola, hasta ahora que tengo una nuera lo suficientemente supersticiosa como para coincidir: si lo escribimos aumentamos las posibilidades de que suceda. Más si lo enunciamos en voz alta. Separamos los propósitos de los deseos: la lista de deseos incluye aquello que si bien depende de nuestra voluntad hasta cierto punto, está sometido a variables fuera de nuestro alcance. Los propósitos están en nuestras manos: son actos de repetida voluntad.
Que el pensamiento mágico nos lleve a la disciplina necesaria. Eso nos deseo. Que se sumen el anhelo y la voluntad. Como diría José Alfredo Jiménez: “Ojalá que nos vaya bonito”, en lo individual y en lo colectivo. Ojalá que no abunden las penas, que se acaben muy pronto, las que ya están. Que seamos personas “más buenas”. Eso existe y curiosamente sí tiene que ver con los propósitos, con los caminos hacia una cierta paz. “Regresar a yoga este año por lo menos tres veces por semana”. “No responder a bote pronto”. “Preguntar ¿a qué te refieres? Antes de escuchar de más”. Mis hijos y nuera me mandaron el menú para la cena de fin de año. El apartado “mamá” dice: “hacer lo que quiera con su día sin pensar que es la mamá”. Está complicado y me reí a carcajadas.
“Ojalá que nos vaya bonito”. Abrazar a mis hijos y a las amoras de mis hijos. Estamos juntos. Sanos. Por el momento cada una/o contento con su vida. Eso se celebra cuando está. Cada vez que vienen a México, hablamos de las dichas y las desdichas de sus infancias y de la mía. Es inevitable. Somos maniaticamente freudianos, hasta cuando celebramos. Mañana es el primero de diciembre del 2025, que el anhelo de vivir, les acompañe.