Los colores de las paredes eran tan distintos; todo se encontraba donde nunca creí que estaría. No sólo era la posición de los muebles, su estética, sino que las habitaciones habían cambiado de sitio. En ocasiones, se percibía que ciertos rincones sufrieron más de una ampliación, otros, habían desaparecido por completo.
Sólo ciertos detalles sobrevivieron al tiempo. Algunos cuadros, un piano de cola y un librero, envejecieron de una forma no tan amable; se percibía que la polilla había hecho estragos en la madera, que las capas de polvo indicaban que el propietario no se atrevió a moverlos ni un milímetro, quizás por miedo a que, al tocarles, desaparecieran como muchas otras cosas que se volvieron olvido.
El crecimiento de aquella propiedad, respondía a una inercia que correspondía a la vida misma. No había una tendencia que predijera qué habitación desaparecería o cuál sería remodelada, sólo se sabía que algo sucedería, porque siempre sucedía algo, y ese algo, marcaba con su tacto, no sólo en cuestión de forma, sino de fondo el sentido mismo de cada objeto que habitaba dentro de aquella casa, cuya constancia era, en definitiva, el cambio.
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Entre tantos objetos que llamaban la atención, se encontraba una alfombra desgastada, cuyo detalle más grande era una notable imperfección, que colocaba en un punto y aparte, aquel error de costura que tenían sus patrones geométricos en una de sus esquinas. Una mancha de líquido rojizo permanecía ahí, contando desde el imaginario, más de una historia; ¿qué relato habría detrás de esa imperfección que no permitió al propietario cambiar la alfombra?, quizás signifique la ruptura de una copa de vino, que nos enseña hacia dónde no debemos volver, o la evidencia intacta de un romance que por ningún motivo se quiere olvidar, o la muestra más viva de la falta de importancia a esos pormenores.
Un proceso ineludible
Desde que nacemos, nos encontramos en un proceso ineludible de eterna construcción, buscando con cada remodelación que hacemos de nosotros mismos, estar en la versión final, pero, ese momento nunca llega del todo, sólo se va extendiendo aquella actividad, mientras vamos agregando y quitando habitaciones, cambiando el color de las paredes, acumulando aquello que creemos en algún momento nos faltará, arrojando al olvido aquello que no creemos en algún momento necesitar.
En ocasiones, cambiamos hasta la chapa de la puerta, con tal de que aquello que salió, no vuelva; otras, ansiamos tanto el ayer, que preservamos recuerdos que a veces nos lastiman más de lo que nos alegran.
Remodelaciones, polvo que se encuentra todavía adornando el piso; habitaciones en obra gris que no hemos podido terminar; cuartos que siguen ahí, pero que no nos hemos atrevido a visitar; rincones que en algún momento fueron lugares seguros, convertidos en espacios en los que ya no nos sentimos bienvenidos.
Desde que nacemos, nos encontramos en un proceso ineludible de eterna construcción, buscando con cada remodelación que hacemos, sentirnos seguros; ansiando esa paz que nos abrace; que nos haga sentir en casa.