EXCMA. DIPL. DOÑA JOSEFINA RODRÍGUEZ / ESPECTRAL TURISTERA EN JEFA DE LA 4T
Muy Respetable Señora, Muy Ilustre Desconocida:
En 1989, cuando despachaba como secretario de Turismo, el profesor Carlos Hank González, quien ya había sido gobernador de Edomex, regente de la CDMX y precandidato a la Presidencia, efectuó una gira de trabajo por España. La agenda estaba repleta de reuniones de altísimo nivel, pues el profe podía presumir cercanía con los famosos y los poderosos, empezando por el entonces rey Juan Carlos, con quien intercambiaba obsequios tan fastuosos como caballos pura sangre y joyas de muchos quilates.
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En una de las reuniones de trabajo la cúpula de los turisteros hispanos, entonces los amos y señores del mercado, le confió al político mexiquense una sorda inquietud, pues del otro lado del Mediterráneo estaba surgiendo una nueva potencia turística: Turquía. Si los turcos hacen bien las cosas, le dijeron, van a ser una áspera competencia, un rival harto incómodo.
En aquella época, Turquía estaba lejos de jugar en las grandes ligas. Pero como muchos países periféricos, igual que México, en la década de los 60s vislumbró en el turismo una palanca de desarrollo económico, por su capacidad para captar divisas y atraer inversiones. Así, con un enfoque financiero, no carente de ambición, en su primer Plan Nacional de Desarrollo (1963-68), se propuso duplicar en un lustro las capacidades de la industria.
La lista de atractivos potenciales que justificaban ese optimismo era apabullante. Situada a caballo entre dos continentes, Europa y Asia, el territorio está repleto de vestigios del periodo neolítico (las ciudades subterráneas de Capadocia), de las legendarias poblaciones que describió Homero en la Ilíada (Troya, Esparta, Pérgamo), de las ruinas mejor conservadas del Imperio Romano (Éfeso, Hierápolis, Afrodisias, Halicarnaso), más los millares de portentosas mezquitas, palacios, fortalezas, harems, baños turcos y bazares que prosperaron con Solimán El Magnífico, sus ancestros y sus herederos, durante los siete siglos que duró el imperio otomano.
La cereza del pastel de ese alucinante patrimonio es la primitiva Bizancio, luego Constantinopla, hoy Estambul, una ciudad que lleva dos milenios y fracción (¡!) de ocupación ininterrumpida, auténtico ombligo del mundo ancestral. Por si todo eso fuera poco, Turquía se quedó con una de las mejores porciones del Mediterráneo, la costa del mar Egeo --primero griega, después romana, luego otra vez griega--, una sucesión interminable de caletas y playas íntimas, con aguas templadas y cristalinas, todas vecinas de algún vestigio arqueológico.
Esa versión del paraíso recibía entonces unos 200 mil visitantes anuales, pero los turcos se empezaron a promover como un destino misterioso y accesible, aparte de seguro y barato, así que cuando los magnates españoles se empezaron a preocupar, las cifras reflejan que algo estaban haciendo bien: cinco millones de turistas, 327 millones de dólares de ingresos en 1990. Para no depender de terceros, más o menos entonces se propusieron crear una aerolínea de clase mundial, Turkish Airlines, una hazaña que tiene boquiabierta a la industria del aire y que le contaré con detalle en otra ocasión.
Si Su Gracia me lo permite, quiero hacer hincapié en que México, en esa misma época, lo estaba haciendo aún mejor. Gracias al apetito financiero del Banco de México, en 1969 se creó el Fondo Nacional de Infraestructura Turística (Infratur, luego Fonatur), que se aventó una primicia a nivel global: construir ciudades turísticas a partir de cero. Con arrojo y talento, nuestro país inventó los centros turísticos integralmente planeados, los famosos CIPs, modelo que luego copiaron muchas naciones del globo, incluida Turquía. Así nacieron Cancún y sus réplicas (Ixtapa, Los Cabos y Huatulco, oficiales; la Riviera Maya, Puerto Vallarta, Tulum y Playa Mujeres, extraoficiales), que hoy aportan mucho más de la mitad de las divisas turísticas que recibe el país.
Más importante aún, la creación de Fonatur (reforzada con la aparición de la secretaría de Turismo en 1975), puso en manos del gobierno el manejo estratégico del sector, al asignarle en forma específica todo un abanico de tareas cruciales, entre las cuales deseo destacar cuatro: uno, la creación de producto (en turismo hay que innovar todo el tiempo); dos, la promoción a nivel internacional; tres, la cacería de inversionistas; cuarto y último, la calidad de los servicios.
No quiero abrumar a Vuestra Merced con más cifras y datos. Tan solo decirle que esta historia paralela no tiene el mismo desenlace, pues en un caso remata en un presente feliz y un futuro promisorio, y en el otro se atora en un esfuerzo discontinuo y fragmentario, lleno de contradicciones, que apuntan a un horizonte sombrío. Aunque duela aceptarlo, el caso es que el éxito rotundo se llama Turquía, y el porvenir incierto se llama México.
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Abusando de su tiempo, permítame que le cuente que acabo de regresar de un prolongado viaje por Turquía, no de trabajo, pero sí de asombro y de placer, y quiero informar a Su Superioridad que los turcos han seguido haciendo bien las cosas durante los últimos 50 años (¡¡!!), al menos en lo relativo a la industria del turismo. Los cinco millones de turistas de 1990 se convirtieron en cincuenta millones en 2023, una multiplicación por diez. Y los 327 millones se dispararon hasta 50 mil millones de dólares, una multiplicación… ¡por 150!
Eso significa que el turista que visitaba Turquía en 1990 gastaba menos de 100 dólares, y que los visitantes actuales desembolsan más de mil, otra multiplicación por diez. En efecto, Turquía dejó de ser barata: las tarifas de los hoteles y los menús de los restaurantes tienen costos similares a los de Madrid o de Cancún. A orillas del Bósforo, los ricos pueden escoger habitaciones que van de 500 a 1000 dólares la noche, pero es difícil para bolsillos menos abultados conseguir un cuarto decente por menos de 100 euros.
Estambul recibe 20 millones de visitantes por año, e igual de saturados están los destinos clásicos, como Capadocia y la costa Egea, pero los turcos han puesto la mira en la creación de nuevos productos y en las tendencias del consumidor. Si Vuestra Paciencia revisa la página web de la Agencia de Promoción y Desarrollo Turístico de Turquía (TGA), que vendría a ser el Fonatur turco, notará que las fotografías pertenecen a diminutos destinos emergentes, con nombres enigmáticos e impronunciables (Göbleki Tepe, en la frontera con Siria; Uzundere, en las montañas de Anatolia; Afyonharakyzar, asiento de las civilizaciones lidia y selyúcida; Savsat, en la región del mar Negro; Halfeti, en las márgenes del rio Eufrates, y otras docenas de opciones), que tienen una excelente red de carreteras sin baches, que Turkish opera una telaraña de conexiones para quienes prefieren volar, y que toda Turquía se presenta como un destino sostenible, algo que le encanta a sus clientes europeos.
El futuro les luce bien. De acuerdo a la consultora PriceWaterhouse, Turquía ocupará el sexto lugar mundial en recepción de turistas en 2041, con cerca de 100 millones de visitantes, por delante de Inglaterra y Alemania, y a tan solo dos puestos de España, a la que colocan en el cuarto puesto (hoy está en el segundo, pero será desplazada por China y los Estados Unidos). El pronóstico fue acertado: Turquía resultó un competidor feroz…
Por desgracia, México no está en esa lista. Es lógico: si bien hoy figuramos en el sexto sitio, eso obedece a que la tabla sigue desajustada por efectos de la pandemia, pero una serie de factores comprometen nuestro crecimiento futuro. El principal es la renuncia del gobierno a adoptar el turismo como una industria estratégica. Mientras los turcos hacían realidad las pesadillas hispanas, México se dedicó a desmantelar sus capacidades probadas y a dilapidar el know-how adquirido a partir de la creación de los CIPs.
Hoy por hoy, tal vez Su Ilustrísima rezongue un poco pero, uno, no hay ninguna autoridad responsable de la creación de producto, pues Fonatur fue despojado de esa capacidad (por no decir que lo borraron del mapa), y la Sectur no ha hecho una propuesta sólida en los últimos veinte años. De promoción, dos, mejor ni hablamos: la desaparición del CPTM nos tiene en la lona y ya se empiezan a sentir los efectos. Tres, tampoco hay una estrategia para atraer inversiones y el mejor ejemplo es Acapulco, donde nadie se quiere comprometer, y el peor ejemplo son los mil 500 kilómetros de Tren Maya, que han atraído cero capital privado y en los cuales el ejército, hágame Voacé el favor, está construyendo los hoteles. En cuanto a la calidad del servicio, cuarto y último, la autoridad turística no tiene ninguna autoridad: no puede ni ponerle estrellas a un hotel, ya no digamos multarlo o clausurarlo.
A México le ha faltado el principal ingrediente de la receta turca: continuidad. A pesar de sufrir conflictos y crisis recurrentes, los gobiernos de Turquía (primero liberales, luego militares, con frecuencia inestables, y el de hoy autoritario y de derecha), han mostrado suficiente cordura para dejar el manejo del turismo en manos de los expertos. La industria ha seguido creciendo a pesar de tres golpes de Estado (1970, 1981, y un último fallido, en 2016), una crisis de la lira turca en 2018, los terremotos del 2023 (con un pavoroso saldo de 30 mil víctimas), una inflación del 50 por ciento anual, y las restricciones propias de un país musulmán y premoderno, en el cual muchas mujeres usan burka al salir a la calle, los restaurantes se rehúsan a vender alcohol y la diversidad sexual es pecado mortal.
México ha superado esas lacras, pero mantiene la manía nacional de destruir, de congelar, de repetir, de desechar lo anterior, con consecuencias desastrosas para el turismo. Si Vuestra Tolerancia me lo permite, le pongo un par de ejemplos de nuestra vocación suicida. Uno, de factura reciente: a principios de los 2000, la Sectur lanzó el programa Pueblos Mágicos, una propuesta versátil para darle valor turístico a diminutas poblaciones que tienen una singular oferta cultural. En menos de tres sexenios el programa aflojó su estricta reglamentación, creció en exceso y en desorden, se volvió botín político y perdió todo sustento cuando la Sectur la dejo sin presupuesto.
El otro, de más calado: a principios de los 90s, México lanzó la iniciativa Mundo Maya, que preveía el desarrollo no de un destino, si no de una región turística a nivel continental, iniciativa de vanguardia que abarcaba todo el Sureste mexicano y cuatro naciones vecinas: Guatemala, Belice, El Salvador y Honduras. Tal proyecto requería un liderazgo por parte de México, con mucho el socio con más recursos y experiencia, que pareció concretarse cuando los cinco presidentes, reunidos en Copán, estamparon su firma para crear la Organización Mundo Maya. Tanto relumbrón alcanzó a sobrevivir el siguiente sexenio, pero luego ganó la oposición, trató de reinventar el país, dio vida a un disparate llamado Plan Puebla Panamá, y Mundo Maya fue a dar al cajón de los olvidos.
Como talento sobra en el sector oficial y en el privado, como pocos países tienen tanta experiencia acumulada, como la industria nacional navega en la cresta de la ola, México podría disputarle a Turquía o a cualquier otro un sitio de privilegio entre las potencias turísticas. Pero la 4T también trae la fantasía de reinventar el país y desprecia los avances del pasado. Hace no mucho, la directora de Fonatur, Lyndia Quiroz, calificó los CIPs que administra su dependencia como ‘un modelo erróneo, elitista, depredador, que abusa en el consumo, contamina el medio ambiente, daña los ecosistemas, genera pobreza, crea zonas de marginación e insalubridad, y propicia la corrupción’ (¡¡¡!!!).
Craso error: el turismo internacional es un negocio financiero, una lucha despiadada por captar divisas, concepto que asumieron a cabalidad tanto los turcos como el Banco de México. La ecuación es muy sencilla: los turistas generan riqueza en su país, pero luego la gastan en el nuestro, es decir, nos la transfieren, nos aportan riqueza que no nos costó producir (como las remesas, calificadas como heroicas por la 4T). El modelo produce abusos y distorsiones, sin duda, pero el gobierno está para evitarlos, para corregirlos, para castigarlos. Cambiar el modelo por la vaga promesa de un turismo con justicia social es hacerse harakiri. Turcos y españoles pueden dormir tranquilos: con esa óptica, México ni siquiera les dará la pelea.
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No vaya a tomar a mal Vuestra Eminencia que en el saludo de esta misiva la haya llamado ilustre desconocida o espectral turistera, ni que haya destacado su calidad de diplomada y no de licenciada, pues entiendo tomó un curso de ‘dirección emocional’, que sin duda le será de gran utilidad en el desempeño de su encargo. Realmente no es una crítica, si no un hecho contundente, pues en el transcurso de mi actividad profesional he tratado a todos los secretarios de Turismo de México, de Guillermo Rossell de la Lama para acá, y no hay nadie que haya accedido al cargo con un curriculum tan débil como el suyo, con tan solo tres años en el servicio público y con cero fogueo internacional.
Le aseguro que en esa galería hubo de todo: excelentes secretarios (Enríquez Savignac, Pedro Joaquín, Silvia Hernández, Óscar Espinosa), políticos fugaces (el propio Hank, Silva Herzog), nombramientos de coyuntura (Leticia Navarro, Gloria Guevara, De la Madrid), mandos grises y mediocres (Elizondo, Ruiz Massieu), buenos para nada (Hirschfeld, Rossell, Rosa Luz), aunque ninguna tan opaco como su antecesor, Torruco, cuya vocación acomodaticia convirtió a la Sectur en poco más que una agencia de relaciones públicas, con especialidad en tocar puertas, rehuir conflictos y cortar listones.
Todos esos secretarios, buenos y malos, tenían un rasgo en común: nadie les hacía caso. A pesar de sus abultadas hojas de servicio, más allá de su fama pública, el presidente en turno apenas los recibía, sus colegas de gabinete los atropellaban, el presupuesto los ninguneaba, la intrascendencia los consumía. No es casual que México lleve medio siglo sin crear un producto consistente: el sector ha ido perdiendo peso e influencia, cada titular de Sectur tiene menos poder que el anterior.
De verdad, de ahí lo espectral, le entregan una secretaría inexistente, cuyo titular no opina en cuestiones migratorias (como visas), en infraestructura básica (como carreteras y aeropuertos), en transporte estratégico (como aerolíneas) en temas ambientales (como sostenibilidad), en reglas sanitarias (para los restaurantes), y ni siquiera es factor decisivo en temas turísticos, pues se puede construir un hotel gestionando permisos en Semarnat y obteniendo licencias en los municipios, sin siquiera darle aviso a la Sectur. Tal vez Torruco tenía razón: lo mejor es hacer concha y nadar de muertito, sabiendo que quienes mandan no van a escuchar.
No sé cómo Usía podrá detener esa caída libre pero, por supuesto, cuenta con el beneficio de la duda. Me dicen que en su gestión como secretaria estatal puso en boga un lema de combate muy llamativo, una especie de reclamo que tenía garra: Tlaxcala sí existe. Pues bien, con esa misma filosofía tendrá que destapar muchos oídos, empezando por la Señora Presidenta, para convencerlos de que El Turismo Sí Existe y que es una industria poderosa y altamente rentable que, si bien no nos hará ricos, al menos nos puede sacar de pobres. Con ese sueño guajiro, no exento de candidez y repleto de escepticismo, reciba Usía una palmada respetuosa y alentadora de