En el ámbito de la política hay pocos temas que levanten tantas pasiones, que provoquen tantas tensiones, que aglutinen tantos intereses, como el electoral. Ello fue así a lo largo de toda la centuria decimonónica, y habría que preguntarse si en algún momento, a partir de que inició la vida del México independiente, ha sido de otra forma. Lo que se juega en las elecciones es tan importante que en muchas ocasiones lleva a los actores políticos a trasponer/traspasar los límites de la tolerancia y de la resistencia. Cuando los resultados no favorecen a determinada causa o partido los perdedores pueden reaccionar aceptando la derrota, pero, con mayor frecuencia, convencidos –cierto o no, con razón o sin ella– de la existencia de irregularidades proceden a desconocerlos. Entonces suelen optar por seguir una de dos estrategias. La primera, valerse de los mecanismos legales con que se cuenta y acudir a las instancias pertinentes para inconformarse e impugnarlas. La segunda, ponerse al margen o francamente fuera de la ley, generalmente mediante el uso de la violencia. Esto último sucede cuando los actores estiman que los mecanismos legales son insuficientes para responder a sus demandas o que las autoridades encargadas del proceso no los respetaran.
En el marco de esa segunda estrategia se inscriben los pronunciamientos, que fueron, en palabras de François Xavier Guerra, “una de las prácticas políticas más importantes del siglo xix”. Los pronunciamientos eran movimientos armados de los cuales se valió principalmente el sector militar, aunque también los utilizaron otros grupos sociales. En efecto, encabezados, la mayoría de las veces, por algún militar de cierto rango o por un caudillo, esos movimientos estallaban en contra de las autoridades gubernamentales para manifestar el descontento con las políticas e intentar modificarlas o cambiarlas. Los pronunciamientos constituían una forma de intervención en la esfera pública y la vida política tanto en los ámbitos locales/regionales como en el nacional.
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Contradicción aparente, aun cuando actuaban fuera de los márgenes legales, muchos de esos movimiento subversivos que tuvieron lugar a lo largo del siglo xix se justificaban en la defensa de la Constitución y las leyes o en la promoción de cambios o reformas a las mismas. Durante la segunda mitad de la centuria decimonónica estallaron un buen número de pronunciamientos provocados por motivos políticos, varios de los cuales estaban relacionados con las elecciones; por ejemplo, el movimiento encabezado por Toribio Bolaños en 1870 en contra del gobierno de Juárez. Paradoja singular: sólo la revolución garantizaba la Constitución, sólo las balas valían para hacer respetar los votos.
Muchos de aquellos movimiento armados estuvieron dirigidos contra el gobierno nacional, aunque lo hubo también sólo de alcance local, motivados por elecciones o en contra de autoridades de los estados. Los pronunciamientos abundaron, quien más consistentemente los has estudiado es Will Fowler. Algunos de ellos, por su importancia, llegaron a las páginas de los periódicos que se imprimían en la capital del país y fueron tema de las caricaturas, así sucedió, por ejemplo, con el relativo al Plan de San Luis de 1869, cuyos efectos se prolongaron a 1870. O la conocida como revolución de occidente, comandada por el general Jesús Ramírez Terrón, quien el 2 de noviembre de 1879 se pronunció por las elecciones de Sinaloa.
Dos de los pronunciamientos más conocidos en la historia patria –conocidos porque sus causas triunfaron– son los de 1876 y 1910, ambos llamados revoluciones: la de Tuxtepec y la Mexicana. Paradójicamente, la primera fue encabezada por Porfirio Díaz contra el régimen en el poder, entonces presidido por Sebastián Lerdo de Tejada; la segunda surgió en contra del general Díaz, entronizado en la presidencia, con la finalidad de derrocarlo. Díaz llegó al poder mediante una revolución y fue expulsado por otra. O, dicho de otro modo, parafraseando la sabiduría popular: “no hay régimen que dure cien años ni pueblo que lo resista”.
Fausta Gantús*
Escritora e historiadora. En el área de la creación literaria es autora de varios libros, siendo los más recientes Herencias. Habitar la mirada/Miradas habitadas (2020) y Dos Tiempos (2022). En lo que corresponde a su labor como historiadora, es Profesora-Investigadora del Instituto Mora. Especialista en historia política, electoral, de la prensa y de las imágenes, ha trabajado los casos de Ciudad de México y de Campeche. Autora del libro Caricatura y poder político. Crítica, censura y represión en la Ciudad de México, 1867-1888 (2009). Coautora de La toma de las calles. Movilización social frente a la campaña presidencial. Ciudad de México, 1892 (2020). En su libro más reciente, Caricatura e historia. Reflexión teórica y propuesta metodológica (2023), recupera su experiencia como docente e investigadora y propone rutas para pensar y estudiar la imagen.