La doctora Ifigenia Martínez murió el 5 de octubre pasado. Fue una pérdida muy-muy lamentable para todos los mexicanos.
Quizá muchos no sepan la importancia de la mujer que transitó de su incipiente priismo hacia una izquierda firme y congruente con la lucha social de la mayor parte de los mexicanos, particularmente los trabajadores, empleados, los campesinos, los hombres del mar, los que ahora da por llamarse “gente de a pie”…
En su larguísima carrera académica como política, la maestra Ifigenia, como solían decirle sus cercanos, supo entender el espacio social y político que le tocó vivir desde muy joven, ya como estudiante de economía en la Universidad Autónoma de México –UNAM– como también cuando acudió a la Universidad de Harvard para hacer estudios de posgrado en economía, los que concluyó con notas sobresalientes.
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Pero sobre todo fue una mujer que encontró en la política el camino para desahogar su vocación política de izquierda. Una izquierda que nada tiene que ver con lo que se nos dice y se nos dijo durante los seis años recientes de gobierno federal en México… No, para nada.
Ella sabía que la izquierda seria, rigurosa y sin complicaciones de identidad es aquella que pone énfasis en los ideales de libertad, igualdad entre todos los seres humanos, el respeto a los habitantes del país, todos. La fraternidad, los derechos inherentes y derechos adquiridos en ley y justicia; el progreso, la democracia como muestra de voluntad de izquierda y el internacionalismo que proyecte a la nación en términos de respeto y soberanía
La conocí y la traté mucho como su editor en “El Universal”. Supe que era una mujer respetable, muy inteligente, con un criterio social y político firme y, por supuesto, como es la gente inteligente que en verdad lo es, era de trato muy amable, digamos dulce y generoso.
Platicamos muchas horas, sobre todo los días que le tocaba enviar su artículo al periódico, en el que aparecían cada semana sus reflexiones en las páginas de opinión. Puntual en sus entregas. Eran artículos pulidos en su estilo de escribir y trataba temas de lo cotidiano y lo inmediato del momento político que vivía el país por entonces. (2000-2007).
Fue militante del PRI de 1966 a 1988. Ese año junto con Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo y más, fundaron el Partido de la Revolución Democrática (PRD) que causó un gran impacto en la vida política del país al identificarse como un partido de izquierda democrática. No obstante, a la creación de Morena, en 2014, decidió formar parte de este movimiento y en 2018 quiso acompañar a López Obrador en su búsqueda de la Presidencia de la República.
A la llegada de la alternancia en México, a partir del 2000 revisó con meticulosidad al gobierno de Vicente Fox; un gobierno de derecha con la que no coincidía por encontrar ahí un enorme espejo de discordias, una gran carga de individualismo, de proteccionismo económico que apoyó a la gran empresa en contraposición a los intereses de la gente de trabajo y la justicia social.
Para ella, Fox representaba a un conservadurismo inaceptable, sobre todo porque por su experiencia política y académica profundizó en los grandes problemas nacionales de México.
Fue una mujer de lucha permanente desde su juventud y, sobre todo cuando decidió dar forma a nuevas alternativas políticas en México, siempre a la izquierda… o como escribiera Oskar Lafontaine, aquel dirigente político alemán asimismo progresista: “El corazón late a la izquierda”.
Lo mismo ocurrió durante el gobierno de Felipe Calderón, quien también fue representante de la derecha panista inconsecuente con los ideales del todo cumplido para todos en un país de enormes diferencias sociales, de mucha marginación social y de una enorme distancia entre los muy pocos muy ricos y los muchos muy pobres de México.
(Una pobreza que durante el gobierno de López Obrador fue utilizada como instrumento político electoral mediante dádivas que tenían más que ver con la caridad que con políticas públicas de distribución de la riqueza nacional para el crecimiento de nuestra economía).
Hoy algunos ubican a la maestra Ifigenia Martínez como una de las primeras feministas de México. No. Ella no hacía aspavientos por su condición de mujer. Sabía que lo era y que su camino por lo mismo era más difícil para concretar sus ideas, pero trabajó muy duro para ello sin aspavientos ni victimismos. No usaba su condición de mujer como bandera política o de victimización social.
Eso: no exaltaba a las mujeres como víctimas, ni diosas ni mártires: era el camino que habrían de recorrer todas, y ella una de las que primeramente consiguió abrirse paso y consolidarse como mujer inteligente, firme en su ideal de izquierda política en México, como ejemplo de coherencia y, sobre todo, consiguió ser respetada por todos: izquierda o derecha.
Ocupó puestos de altísima relevancia política, ya como representante de México ante la ONU o como forjadora de organizaciones nacionales e internacionales del tipo económico y social.
Fue maestra en la UNAM en posgrados, asimismo legisladora de la República y como diputada presidió hasta hace unos días, la presidencia de la Cámara de Diputados en cuyo carácter entregó la banda presidencial a Claudia Sheinbaum como primera presidente de México.
Falta por recuperar todo el enorme legado que deja a México la maestra Ifigenia Martínez. Falta encontrar aciertos y errores; pero sobre todo falta mostrar la capacidad humana de una mujer honorable que se entregó a un ideal: el de la justicia social y el de la justicia política; el del diálogo sin divisiones políticas y sin polarizaciones; el del gobierno que es de todos los mexicanos.
Descanse en paz la maestra Ifigenia Martínez. La muy querida maestra Ifigenia Martínez.