Parece incomprensible que la nueva presidenta de México, señora Claudia Sheinbaum Pardo, tenga que iniciar su noviciado en el Poder Ejecutivo con una serie de grandes paradojas.
Nunca antes un presidente mexicano, en la etapa moderna del país, había recibido tanto poder para gobernar a sus anchas.
Por un lado recibe un gobierno con un desmedido poder institucional y político a su disposición. Pero también a un país en gravísima crisis social, política y económica.
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Para gobernar, el ex presidente López Obrador le construyó un andamiaje en el que podrá hacer y deshacer con base en su mayoría legislativa y con una Suprema Corte de Justicia sometida, con la que defenderá sus iniciativas sin preocuparse de constitucionalidades o inconstitucionalidades.
Ya se sabe que la soberanía de los estados pierde sentido frente al hecho político cotidiano: el que más poder tiene más manda, más ordena, más decide, por encima de un federalismo ya endeble y sin asideros de soberanía: una cierta forma de centralismo.
Obedientes hasta la abyección, la mayoría de gobernadores y munícipes y legisladores locales serán los pilares de oro y plata que fortalecerán ese magno poder presidencial.
Las instituciones nacionales de gobierno, así como el actual Instituto Nacional Electoral y el Tribunal Federal Electoral estarán a sus órdenes en todo momento. Para ello, asimismo, eliminaron organismos autónomos y fideicomisos, que a partir de la información y la verdad de los actos de gobierno podrían debilitar esa supra-fortaleza construida.
Como Jefa Suprema de las Fuerzas Armadas de México, la presidenta se tendrá que hacer responsable de los actos que cometan integrantes del Ejército Mexicano al que ya se le ha adherido la Guardia Nacional, con lo que se militarizó la seguridad del país en un esquema de autoprotección de gobierno; así como también la Marina y de la Fuerza Aérea. Todos bajo sus órdenes.
Los requisitos que se le impusieron para recibir este aparatoso regalo de poder fue eso, otra paradoja. Le exigen que deberá gobernar con base en el esquema de acción que le heredan, el de hacer sobrevivir a la 4T y perpetuar la figura de López Obrador, y para ello le exigen obediencia, solidaridad y continuidad a rajatabla.
(Ojalá no le hayan heredado odios, resentimientos, rencores, venganzas, castigos, reprimendas, persecuciones a sus adversarios o críticos políticos. Eso se verá pronto.)
Ella ha demostrado que está dispuesta a ese sometimiento y a acatar las órdenes que tendrá que pagar como facturas, mes a mes. Y ya lo hace. Replica sin límite alguno los mandatos del ex presidente; lo ensalza; le ha dicho que “es el mejor presidente que México ha tenido”.
No le importa “sudar calores ajenos” en política exterior, como fue el desacertado caso del pleito de López Obrador con el gobierno español, a cuyo Jefe de Estado le exigen un perdón por lo ocurrido hace 500 años en lo que aún no era México, para así darle boleto de acceso a la fiesta de toma de posesión presidencial. Incomprensible, sí.
Por otra parte, la señora Sheinbaum recibe un país en desastre. En crisis profunda. En un terrible desasosiego social. Le heredan un país en llamas. Confrontado de forma violenta. Con múltiples homicidios dolosos cada día. Con grupos delincuenciales que ya se incrustaron en el poder político a través de políticos o funcionarios públicos o legisladores afines a esas tareas criminales.
Le heredan un poder minimizado en lo social porque hoy mismo existen muchísimos grupos de disidencia política que no forman parte de partido político alguno, y grupos de exigencia de justicia cada vez más fortalecidos por la incapacidad negociadora y de justicia del gobierno saliente: “A mí nadie me va a venir a decir lo que tengo que hacer”, una frase que es asimismo indigna y agria.
Le heredan un país con gravísimas deficiencias en materia de salud pública, con falta de medicamentos, con falta de servicios públicos de salud a la altura de las necesidades de la población nacional cada vez más envejecida. Niños con cáncer sin medicamentos. Mujeres con problemas de salud sin posibilidad de atención o cuidado… El sistema público de salud está en ruinas.
La educación sigue siendo el factor de desequilibrio en este país. A la manera de algún presidente que decía que mejor que no supieran los mexicanos para que no se pusieran a reclamar, así de forma casi voluntaria por parte del gobierno que terminó, cada vez es más deficiente la educación en el país –pública y privada– y con una gran desidia por solucionarla, poniendo en la SEP a secretarios de vergüenza. Un país de 5º año de primaria somos, según la OCDE.
Eso y muchísimo más crítico le entregan en paquete, para abrirlo como regalo voluntariamente aceptado: Un país gravemente enfermo. Mientras, la presidenta se escuda en su mayoría de más de treinta millones de votos, junto a 130 millones de mexicanos, apenas el 25 por ciento del total.
Serán seis años muy difíciles para ella, pero también para todos los mexicanos porque en este lapso sabremos si esas paradojas le permiten ser la presidenta o si esas mismas se lo impiden.
Si es así, será una presidenta de manos atadas porque todo está diseñado para que quien ya no es, siga siendo el Ejecutivo detrás de la puerta. Pero también hay la expectativa de que esto pueda cambiar… ¿O sí? ¿O no? Todo dependerá de ella, queda el beneficio de la duda.