CHIAPAS

Chiapas violento

La muerte del Padre Marcelo Pérez Pérez, defensor de derechos humanos en Chiapas, evidencia la grave situación de violencia que afecta a las comunidades indígenas y rurales. | José Luis Castillejos

Escrito en OPINIÓN el

La violencia en Chiapas, al sur de México, tomó características especialmente preocupantes. Las comunidades indígenas y rurales se encuentran atrapadas en medio del narcotráfico, tráfico de personas,  explotación de recursos naturales y presencia de grupos armados, tanto criminales como de autodefensas. 

En este contexto, figuras como el Padre Marcelo Pérez Pérez, asesinado el último domingo en San Cristóbal de Las Casas, emergieron como mediadores y defensores de derechos humanos, en una lucha constante contra las dinámicas de violencia y explotación.

El estado de Chiapas ha estado históricamente caracterizado por la desigualdad social, el abandono institucional y la falta de oportunidades económicas. A pesar de su rica diversidad cultural, sus recursos naturales y su potencial agrícola, muchas comunidades viven en situaciones de extrema pobreza.

Esta realidad ha sido explotada por organizaciones criminales que han encontrado en el estado un territorio fértil para el narcotráfico, la explotación minera ilegal y la trata de personas, afectando gravemente la cohesión social en varias regiones, como Simojovel y Pantelhó.

El impacto del crimen organizado ha traído consigo un incremento en la violencia, el desplazamiento forzado y la criminalización de activistas y defensores de derechos humanos. En medio de este ambiente hostil, diversas figuras eclesiásticas han desempeñado un rol importante en la mediación de conflictos y en la defensa de las comunidades indígenas, que son las principales víctimas de este ciclo de violencia. El Padre Marcelo Pérez Pérez era un claro ejemplo de ello.

El Padre Marcelo Pérez Pérez, originario de San Andrés Larráinzar, fue ordenado sacerdote en 2002 y desde entonces se dedicó a trabajar en favor de las comunidades más afectadas por la violencia y la pobreza en Chiapas

Su activismo social comenzó en la región de Simojovel, donde denunció la explotación ilegal de ámbar, un recurso natural altamente codiciado por el crimen organizado. Pérez encabezó marchas y manifestaciones en defensa de los derechos de las comunidades indígenas, visibilizando la trata de personas, el tráfico de armas y la explotación laboral, lo que le valió numerosas amenazas de muerte.

En 2010, el sacerdote adquirió mayor relevancia cuando se involucró en el conflicto de Pantelhó, un municipio plagado por la presencia de grupos armados, tanto de autodefensas como de organizaciones criminales. A lo largo de los años, Pantelhó se convirtió en un territorio disputado, donde la violencia alcanzó niveles alarmantes. En medio de esta situación, el Padre Marcelo intentó mediar entre los diferentes grupos para promover la paz y evitar mayores derramamientos de sangre.

A pesar de las acusaciones que intentaron vincularlo con la desaparición de 21 personas en 2021, la Diócesis de San Cristóbal de las Casas, junto con diversas organizaciones defensoras de derechos humanos, salió en su defensa, reiterando su inocencia y destacando su rol pacificador en la región. El Padre Marcelo, lejos de estar involucrado en la violencia, fue un mediador clave que logró evitar más confrontaciones y promovió el diálogo entre las partes en conflicto.

Las amenazas contra el Padre Marcelo no eran nuevas. Ya en 2016, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) le había otorgado medidas cautelares debido al riesgo que enfrentaba por su labor. Sin embargo, el hostigamiento en su contra se intensificó en los últimos años, especialmente después de su intervención en Pantelhó.

A pesar de estas circunstancias, el sacerdote continuó su misión pastoral, convencido de la necesidad de construir la paz desde el diálogo y la justicia.

La situación en Chiapas es un reflejo de una violencia estructural que va más allá de los enfrentamientos directos entre grupos criminales. 

Las comunidades indígenas han sido históricamente marginadas, y los conflictos en torno a la tierra, los recursos naturales y el control territorial han exacerbado las tensiones. La falta de presencia de las fuerzas federales, combinada con la corrupción y la complicidad de algunos actores políticos con el crimen organizado, ha dejado a muchas comunidades en una situación de vulnerabilidad extrema.

En este contexto, el Padre Marcelo simbolizaba la esperanza de una solución pacífica a los conflictos que afectan a las comunidades más marginadas. Sin embargo, su asesinato puso en evidencia el nivel de impunidad y violencia que persiste en la región. 

El crimen del sacerdote generó una ola de indignación entre organizaciones civiles, religiosas y defensoras de derechos humanos, que exigieron justicia y una mayor protección para los líderes comunitarios que, como el Padre Marcelo, arriesgan su vida en defensa de los derechos de los más vulnerables.

La muerte del Padre Marcelo Pérez Pérez desnuda la fragilidad de los derechos humanos en regiones como Chiapas, donde la violencia ha sido una constante durante décadas. Su asesinato no solo representa una pérdida irreparable, sino que también plantea serios interrogantes sobre el papel del Estado en la protección de los defensores de derechos humanos.

El legado del Padre Marcelo Pérez Pérez continuará vivo en las comunidades indígenas que defendió con tanta valentía. Su vida y su labor recuerdan que, en medio de la adversidad, siempre hay voces que luchan por la justicia y la paz, aunque estas voces a menudo sean silenciadas por la violencia estructural que intentan combatir.

 

José Luis Castillejos

@JLCastillejos