Escribo estas líneas en medio de un evento, realizado en el occidente del estado de Jalisco, en el que se encuentran delegados sindicales de 650 centros de trabajo de todo el país convocados por Tereso Medina, secretario general de la Federación de Trabajadores de Coahuila donde analizan cuál debe ser el nuevo papel del sindicalismo mexicano frente a las políticas nacionales.
Escucho críticas que se hacen a sí mismos sobre el papel que han jugado los sindicatos durante decenas de años, con miras pequeñas, sin incidir en los problemas fundamentales del país, a pesar de ser personajes esenciales en la economía de México.
Yo me pregunto, cómo podrá el sindicalismo mexicano que padece de un deterioro salarial enorme enfrentar nuevos retos, si la reforma laboral reciente pareciera estar diseñada para hacer pequeñas a las organizaciones obreras, dificultar su crecimiento y lo más grave, dejar a la absoluta mayoría sin protección colectiva.
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En un auditorio lleno, escucho al director del Centro Federal de Conciliación y Registro Laboral, Alfredo Domínguez Marrufo, reflexionar cuáles han sido los retos de esa institución cuando, como él dice, de cada 5 contratos colectivos que existían, 4 de ellos eran de protección patronal, y al parecer con la reforma laboral, ya no existe.
Yo me pregunto si la situación para los trabajadores mexicanos ha cambiado a partir de la reforma laboral, porque si bien es cierto que los contratos colectivos de protección desaparecieron, nació una figura jurídica (Union Free) que la sustituyó como si fuera un monstruo de mil cuellos sin cabeza, sin contratos colectivos ni sindicatos.
Lo más grave y a pesar de haber transcurrido más de 5 años de la reforma laboral, la inmensa mayoría de trabajadores mexicanos, ni siquiera la conoce. No sabe qué es un sindicato, repelen hasta escuchar esa palabra, ni mucho menos saben lo que significa tener un contrato colectivo de trabajo.
Desconocen qué significa la libertad sindical o la negociación colectiva. Viven lejanos a figuras que ni en medios de comunicación aparecen. Los sindicatos en muchos lugares están en desuso. De niño escuchaba que lo de menor costo valía un veinte. Decían, eso vale veinte, como algo denostativo.
En la absoluta mayoría de las empresas grandes, los directores de recursos humanos han sustituido a sindicatos de todo tipo con amenazas para evitar que los trabajadores se organicen. Trabajadores sin protección sindical no se atreven a pedir o demandar mejores condiciones porque sufren despidos que, a pesar de lo que se diga, la nueva maquinaria de justicia no sirvió.
Algunos me confían que el nuevo modelo funciona muy bien, pero para que los capataces de las empresas amenacen sin que haya sanción de por medio. Cuando te despiden ya nunca regresas, me dicen. El derecho a la reinstalación en los hechos se ha anulado.
Ni las empresas o sus abogados extrañan a esos líderes que pasaban a cobrar periódicamente por mantener un contrato de protección. Nunca conocieron a los trabajadores, ni trataron con ellos. Los patrones están en un paraíso ajenos a todo tipo de organización sindical. Le dan gracias a esta reforma laboral que los alejó de chantajes, por el contrario, los trabajadores viven un infierno con bajos salarios y una gran inconformidad.
La reforma laboral no ha resultado como se esperaba porque los ingresos reales de los trabajadores han decrecido. Datos que reviso del INEGI sobre el segundo trimestre de 2024 reflejan que el 73.4% del total de personas subordinadas y remuneradas no ganan más de dos salarios mínimos.
Esto quiere decir que la absoluta mayoría de los trabajadores no perciben un salario constitucional, ese que dice que debe ser suficiente para satisfacer las necesidades de un padre de familia (de 4 miembros) para alcanzar una canasta básica mínima debería percibir 18 mil 259.84 pesos mensuales y la mayoría de los asalariados no rebasa en sus ingresos los 14 mil, 935 pesos (dos salarios mínimos mensuales).
En estos espacios sindicales escucho la necesidad de que los trabajadores y los sindicatos participen en las grandes decisiones del país, que sean escuchados para mejorar sus condiciones de vida, de ingresos, de trabajo, de dignidad, y que no sigan valiendo veinte.
¿Hasta cuándo?