“La amiga estupenda” (2011) es el primer volumen de la tetralogía de Elena Ferrante que narra la historia de una amistad –en los años cincuenta– entre dos niñas de un barrio obrero en Nápoles: Elena Greco y Raffaella Cerullo. Una infancia y adolescencia compartida que –a pesar de las semejanzas– las conducen hacia elecciones muy distintas de vida. Los volúmenes posteriores son “Un mal nombre” (2013), “Las deudas del cuerpo” (2014) y “La niña perdida” (2015). La amistad de Elena y Lila, a pesar de sus vaivenes, rivalidades y resentimientos, dura toda la vida. Siempre existe entre ellas una oportunidad para el reencuentro.
El amor y la admiración mutua. Las memorias compartidas, y la convicción de cada una de que “la amiga brillante”, es –sin duda– la otra. Un espectacular éxito literario que se convirtió en una serie “La amiga brillante”, creada por Saverio Costanzo, de la que hasta ahora existen tres temporadas. Hay diferencias en ese barrio napolitano, la familia de Elena pertenece a una clase media un poco menos precaria que la de Lila. Ambas son alumnas brillantes.
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Elena es muy estudiosa y cumplida, pero descubre en las aulas a esa niña peleonera, rebelde, que aprendió a leer sola. La niña de la muñeca de madera y trapo que se ejercita desde pequeña en el oficio de la familia: zapateros. Elena es obediente y callada, sometida a una madre posesiva, pero con el apoyo de un padre más suave. Lila es respondona y provocadora, su familia es más caótica y su padre “educa” impositivo y despótico. La obsesión del padre y del hermano de Lila es salir de la pobreza. Cuando llega el momento de continuar los estudios, Elena recibe el apoyo de sus padres. Lila no.
Tiene que comenzar a trabajar en el taller de calzado. Es el momento del parteaguas. Sin que medien las palabras, Lila decide casarse jovencísima con un muchacho acomodado del mismo barrio. Quizá se enamora. En todo caso, su decisión transforma la vida material de su familia. El marido bravucón arremete a golpes contra Lila, tiene un proyecto que no podrá ser más que fallido en su vida: convertirla en la esposa que él necesita. Elena la acompaña a cómo puede, pero su vida se abre a otros mundos: los estudios, los libros que Lila amaba y va dejando de lado convertida en empresaria, las clases cultivadas. El acceso a un cierto mundo de estudiantes e intelectuales a través de una profesora.
Una se afianza en el barrio, se convierte en “la señora rica” que reina en su minúsculo territorio, la otra expande sus horizontes. ¿Estudios universitarios a futuro? ¿Por qué no? Una de las escenas más dolorosas de la serie es el regreso de Elena y Lila en el carro con el marido de Lila que va por ellas. Vienen de una fiesta en casa de la profesora. Lila sufrió de principio a fin. Se sintió excluida. Excluida del mundo (ahora) de Elena, que alguna vez pensaron que compartirían. ¿Acaso no eran brillantes las dos? Lila, resentida y cruel se burla de la casa antigua llena de libros “viejos”, de los temas de conversación, de Elena opinando sobre la guerra.
Ella, la lectora más voraz, la que estudiaba apenas podía, borra brutalmente esa urgencia de aprender que la había unido a su amiga desde la primaria. Fue como si de golpe desatara –con una furia ciega– la lucha de clases entre ellas. Quizá porque siente que pierde a Elena. Quizá porque siente que en su matrimonio prematuro se perdió a sí misma. Acostumbrada a brillar en las cuadras alrededor de su casa descubre, que, pese a tener las herramientas para romper con todo lo que no apreciaba de sus orígenes, había dado los pasos para atraparse en ellos. La repetición. Aquella niña independiente y contestataria le dice a su amiga la estudiante soltera: “¿Lo ves Lanú? Bueno o malo yo tengo un hombre, tú sabes cosas, pero no sabes cómo es esto”.
A pesar de que en la serie los personajes no alcanzan la profundidad que sí les ofrece la novela, la serie es buena. Las amigas, tan distintas entre sí se repelen por épocas. Se repelen y de nuevo se atraen. Se necesitan. Se quieren. Aún su rivalidad es un vínculo intenso que las mantiene atentas y curiosas. Son desde la infancia, el espejo la una de la otra.