TOP OF THE LAKE DE JANE CAMPION

El machismo desde la mirada de Jane Campion

“Top of the lake” es una serie escrita y dirigida por Jane Campion y Gerard Lee, en su diversidad de personajes accede a aquello de lo que carecen los territorios cerrados del machismo: la esperanza. | María Teresa Priego

Escrito en OPINIÓN el

Top of the lake” es una serie escrita por Jane Campion y Gerard Lee y dirigida por Garth Davis y Campion. La detective Robin Griffin regresa al pueblo donde creció para visitar a su madre enferma y se compromete con una investigación que poco a poco la irá devorando emocionalmente: la desaparición de una niña de 12 a la que atendió una vez, por una alerta de intento de suicidio, y cuya pista se pierde después. Pero nada podría ser superfluo tratándose de Campion: la detective misma en ese regreso –que se prolonga– tiene que confrontar su propia historia: ella, como quizá la niña, fue víctima de una violación grupal a los quince años.

Después, huyó con su madre de ese pueblo al que la madre terminó por regresar. Robin estaba embarazada. La bebé fue dada en adopción. Dos mundos paralelos se entrecruzan en un paisaje bellísimo en Nueva Zelanda: el de Matt Mitcham, el siniestro “macho alfa” y el de sus cómplices. Activos o pasivos. Los que le temen, los que lo admiran y perpetúan su poder. Los que controlan el territorio y naturalizan la violencia. ¿Acaso hay otra manera de ser hombre? En el otro extremo, un grupo de mujeres desesperadas que viajan hasta ese rincón frente al lago para sanarse en una vida comunitaria. Las dirige una gurú extravagante a la que atribuyen una suerte de iluminación. “Está en un estado mental diferente”. En todo caso, tuvo la virtud de reunirlas y ofrecerles el espacio para construir otra vida.

La gurú distante y tirana se hace adorar a cambio de compartirles –de vez en vez– sus mensajes sibilinos. Ellas sufren de amores y de abandonos. ¿Acaso hay otra manera de ser mujer? Como en “El poder del perro”: el mundo femenino de la madre y el hijo contrapuesto al mundo brutal de los vaqueros orgullosos de su brutalidad. Como en “El piano”, la delicadeza de la hija, la madre y la música frente a la insensibilidad de ese marido que no entiende ni le interesa entender. Pero en la obra de Campion “lo femenino” triunfa. En su diversidad de personajes accede a aquello de lo que carecen los territorios cerrados del machismo: la esperanza

Hay amor o esperanza de amar. Hay deseos de creer y de encontrar un sentido de vida por confuso que parezca. Desde la cofradía de los machos solo dominar alivia. Esa es la fantasía. Solo dominar y humillar permite controlar el sufrimiento. Entre los tajantes mandatos culturales de lo femenino y lo masculino, lo femenino queda, a pesar de todo, del lado de una cierta búsqueda del bien común. 

Las comuneras nadan desnudas en el lago helado, hablan sin parar de sus desgracias, las comparten, empatizan, se abrazan. Se precipita la una al rescate de la otra. El machismo mortífero, lo femenino que se aferra a la vida.

En un punto intermedio, viviendo en una casa de campaña, Robin reencuentra a su amor de adolescencia. El que supo huir del poder de su padre, el que conoce otra manera de amar y de ser hombre. El que aprendió a escuchar. Robin va de un lugar al otro obsesionada por encontrar a dos niñas: la niña desaparecida y embarazada en la realidad de ese momento, y la adolescente que ella fue, feliz con su vestido de graduación que le cosió su mamá y que estrenó esa noche. Esa noche de la violación. El final es –tal vez– el inicio de una familia. Particularmente inusual, es cierto. Dolida, salvada apenas de la oscuridad, surgiendo de entre los escombros, sí, pero una familia que se elige. Lo que ninguna/o tuvo antes: una familia para protegerse e ir sanando. 

María Teresa Priego

@Marteresapriego