Montado en una ola de descontento colectivo por la corrupción y la violencia desenfrenadas, Andrés Manuel López Obrador fue elegido presidente de México con una victoria aplastante, que da un vuelco al sistema político dominante y le otorga un amplio mandato para reformar al país, destacó el New York Times aquel domingo primero de julio de 2018.
La realidad superó con creces los temores del sociólogo Roger Bartra, uno de sus principales críticos: López Obrador no obtuvo 22 millones de votos: ¡obtuvo 30 millones! El desplome electoral del PRI fue espectacular, pues no alcanzó siquiera los diez millones de votos. Ricardo Anaya no llegó a recoger los más de 15 millones de votos que los partidos que integraban el Frente habían obtenido tres años antes.
Había ocurrido algo que no era fácil de explicar. Los resultados de las elecciones no hicieron más que ampliar el tamaño del misterio. ¿Cómo explicar que el candidato de un partido (Morena) que tres años antes había obtenido en las elecciones intermedias menos de 6 millones de votos ahora lograra 30 millones?
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En su libro “Regreso a la jaula” (2021), Bartra hace referencia a un artículo publicado en Reforma, donde señalaba que las elecciones del primero de julio de 2018 mostraron que el desencanto profundo, el gran enojo y la nostalgia por el nacionalismo se extendieron a la mayoría del electorado y gracias a ello López Obrador logró un triunfo aplastante.
Pero hay algo más –escribió– que explica la victoria del populismo y que es importante entender. El flujo de votos hacia Morena se alimentó además de un gran caudal de votos tradicionalmente priistas que, de manera tanto espontánea como inducida, aumentaron mucho la masa de votos que recibió López Obrador.
A su vez, Héctor Aguilar Camín y Jesús Silva Herzog Márquez escribieron en la revista Nexos (junio de 2018) que el panorama político mostraba la agonía de un sistema de partidos y el nacimiento de otro.
De un lado, la agonía crepuscular del PRI, el adelgazamiento testimonial del PRD, la división interna y el desdibujamiento doctrinario del PAN. Del otro, el surgimiento de Morena, el partido fundado por Andrés Manuel López Obrador, como nuevo partido predominante de la joven democracia mexicana.
¿Izquierda? ¿Derecha? ¿Centro? Los referentes clásicos del sistema de partidos están diluidos, mezclados, borrados en el nuevo horizonte político mexicano, donde sobresale no una organización, sino una persona: el fundador, candidato presidencial y líder providencial de Morena.
A su vez, los dirigentes de los partidos opositores (Marko Cortés del PAN, Alejandro Moreno del PRI y Jesús Zambrano del PRD) ante la perspectiva de volver a ser derrotados y en el caso del PRD, con peligro de perder su registro, optaron por la fórmula del frente opositor, aplicada en el Congreso, para hacer la alianza Va por México.
Sin embargo, en las elecciones federales de 2021, Morena en coalición con el Partido del Trabajo (PT) y el Partido Verde (PVEM), logró mantener la mayoría (202 legisladores) en la Cámara de Diputados y 60 senadores, además de ganar once gubernaturas; en 2023 triunfó en el Estado de México, por lo que actualmente gobierna en 21 entidades.
Al final del sexenio, el balance del gobierno de López Obrador es de claroscuros, donde no se cumplieron las promesas de terminar con la violencia, la corrupción y la opacidad, pero hubo una disminución de la pobreza y termina sin el peligro de una crisis económica y un crecimiento anual de 1.3% del PIB en promedio. AMLO mantiene una aprobación de 56.9%, según la encuesta Mitofsky de diciembre de 2023, lo que parece una contradicción ante una opinión pública crecientemente crítica y la evidente polarización política de los mexicanos.