Del refranero popular: “Los envidiosos inventan rumores. Los chismosos los difunden. Y los idiotas se los creen”.
Como queda claro, la frase anterior --al parecer de autor anónimo--, le viene como “anillo al dedo” al presidente mexicano.
¿Y por qué le viene como “anillo al dedo”?
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Porque es el recurso discursivo más recurrente de López Obrador frente a los incontables escándalos de corrupción de sus hijos, de su gobierno, su parentela y de su claque.
Es decir que, al mejor estilo de los dictadores, el mandatario mexicano sataniza al mensajero –al periodista que revela sus raterías--, para dar forma a un rumor que difunden sus lacayos y que se creen los idiotas que a ciegas y sordas lo siguen.
Por eso volvemos a preguntar: ¿A quien le importa lo que gana el periodista Carlos Loret? ¿A quién le incumbe si es o no un potentado? ¿A quien le interesa si tiene casas, mansiones, o palacios?
Está claro que al único que parece importarle se llama López Obrador, quien a diario lanza todo su poder presidencial contra sus críticos.
Y es que, desde su Palacio, todas las mañanas López Obrador refuerza el rumor de la presunta riqueza inexplicable de Loret De Mola, a quien el hombre más poderoso de México sataniza con “el sambenito” de que “es muy corrupto”, acusación sin ninguna prueba pero que busca descalificar las investigaciones periodísticas que descubren transas y raterías de la familia presidencial.
Sin embargo, lo que olvida López es que al perseguir de esa manera a Loret, en realidad viola la Constitución en su artículo 16 que dice: “Nadie puede ser molestado en su persona, familia, domicilio, papeles y posesiones, sino en virtud de un mandamiento escrito de la autoridad competente, que funde y motive la causa legal del procedimiento”.
De esa manera, a nadie le debiera importar lo que gana o deja de ganar el periodista, y menos si tiene muchas o pocas propiedades. En el fondo, lo que busca el presidente es crear un espantajo capaz de desviar la atención de los verdaderamente importante; que su gestión es la más corrupta de la historia y que sus hijos están metidos “hasta el cuello” en negocios sucios.
Pero vamos por partes. Como saben, el pasado miércoles el servicio de noticias Latinus, que dirige Carlos Loret, difundió una investigación que confirma la corrupción de Gonzalo López Beltrán, motejado como “Bobby”.
Según la información, el tercer hijo de López Obrador sería el mediador en una red de negocios y tráfico de influencias en la construcción del Tren Maya, con miles de millones de pesos de por medio.
En el trabajo de investigación, el periodista, Mario Gutiérrez Vega, revela que el apodo que utiliza el hijo del presidente es: “Bobby”, para mantener un perfil bajo y alejado de los medios.
Sin embargo, “Bobby” no solo da órdenes, sino que supervisa los tramos del Tren Maya y es quien opera el millonario negocio del balasto, que es la piedra triturada que va debajo de las vías y que le sirve de soporte.
El reportaje revela audios del empresario tabasqueño, Amílcar Olán -amigo íntimo de los hermanos López Beltrán, en los que no hay duda de los negocios turbios del tercero de los hijos del presidente.
El mismo miércoles, cuando le preguntaron a López Obrador sobre el trabajo periodístico, no desmintió la información, pero acudió al recurso discursivo clásico: “¿Y cuánto gana Loret De Mola?”.
Luego, ya mentido en la cachaza del cinismo, retó a Loret a un intercambio de bienes, para ver quien tiene más propiedades y en tono sarcástico dijo que si el periodista aceptaba el reto, “me voy a rayas”.
Lo más preocupante del tema, sin embargo, es que ni uno solo de los diarios de la llamada “prensa nacional” del día siguiente –jueves 11 de enero del 2024--, publicó en primera plana el escandalo de corrupción del hijo del presidente; revelación a la que se sumó una exclusiva de Mexicanos Contra la Corrupción, en la que se confirma que los hijos de AMLO son asesorados por un especialista en ocultar fortunas en paraísos fiscales.
Pero el anterior escándalo es solo la punta de la madeja. ¿Por qué? Porque todos recuerdan el saqueo de “la Casa Gris” de José Ramón López Beltrán, en 2021; el robo al programa Sembrando Vida, para beneficiar la finca cacaotera de los hijos mayores del presidente; la red de contratos millonarios que otorgó el Gobierno de México –a través de la Comisión Nacional del Agua (Conagua)--, a amigos de ‘Andy’ para diversos proyectos correspondientes al terreno donde proyectó construir el Aeropuerto de Texcoco.
Y tampoco se olvida el escándalo de los negocios de Jorge Amílcar Olán, amigo de los hijos del presidente, quien al arranque del sexenio creó la empresa Romedic S.A de C.V, que entre 2020 y 2022 recibió 500 millones de pesos de recursos federales provenientes del extinto (INSABI).
Al final de cuentas, la terca realidad confirma que Morena, sus gobiernos y sus políticos no son más una mafia que sólo llegó a robar, a manos llenas.
Y por eso la pregunta final: ¿Qué tiene que pasar para que los mexicanos abran los ojos?
Al tiempo.