EN DEFENSA DE LA DEMOCRACIA

¿Por qué importa hoy más que nunca el Discurso de Gettysburg?

Todos los días libramos batallas, armando contingentes y peleando, como en la batalla de Gettysburg, por consolidar una nación con más libertades. | Felipe de la Mata Pizaña y Paula Sofía Vasquez

Escrito en OPINIÓN el

Hace 160 años, el 19 de noviembre de 1863 en medio de la batalla de secesión, Abraham Lincoln pronunció el discurso de Gettysburg, hoy considerado uno de los más memorables de la historia. 

En él, apelaba al pasado de una nación entonces muy joven, pero sobre todo, al futuro de la misma. El llamado, que más adelante replicaría Kennedy cuando pronunció el –“no te preocupes por qué puede hacer tu país por ti, sino que puedes hacer tú por tu país”– era una solicitud a aquilatar lo ganado hasta ese momento, una nación grande, rica, próspera. Pero sobre todo, a asumir la responsabilidad histórica del momento que estaban viviendo y a abonar a consolidar lo que sus antepasados ya habían comenzado. “Somos más bien nosotros, los vivos, quienes debemos dedicarnos a la tarea inconclusa que los que aquí lucharon hicieron este sitio. “Somos más bien nosotros, los vivos, quienes debemos dedicarnos a la tarea inconclusa que los que aquí lucharon hicieron avanzar tanto y tan noblemente. “Somos más bien los vivos quienes aquí debemos abocarnos a la gran tarea que aún resta ante nosotros: que de estos muertos a los que honramos, se extraiga un mayor fervor hacia la causa por la que ellos entregaron la mayor muestra de devoción.” Rezaba.

Por fortuna, hoy en nuestro país estamos lejos de lo que antes se concebía como un escenario de guerra, esto es, como un enfrentamiento entre cuerpos armados donde las personas se jugaban la vida, pero ello no implica que no sigamos todos los días librando batallas, armando contingentes y peleando, como en la batalla de Gettysburg, por consolidar una nación con más libertades. 

Desde trincheras menos físicas, pero igual de beligerantes y comprometidas, debemos retomar las palabras del discurso de Lincoln y reconocer nuestro papel en la consolidación de nuestra nación. Una que, hasta este entonces, ha apostado por la creación de un modelo de democracia constitucional constituído por un estado de derecho sólido, división y equilibrio de poderes y, sobre todo, un compromiso sin cortapisas con el reconocimiento y la garantía de los derechos de todas las personas. 

Decía la filósofa María Zambrano, también haciendo eco de Lincoln, que conciencia histórica es responsabilidad histórica y es precisamente lo que se necesita en este momento, tomar conciencia sobre la lucha que para muchos mexicanos y mexicanas, ha representado la construcción de la democracia que tenemos hoy. Cada reforma, cada cambio, no fue producto de la voluntad de los poderosos, sino un reclamo de los grupos minoritarios, tanto política como socialmente, por construir un país políticamente más plural y representativo, uno más igualitario y, con ello, uno más libre. 

La democracia en México es un patrimonio de todas las personas y aunque con sus siempre presentes áreas de mejora, es un bien que debemos defender especialmente frente a quienes pretenden generar cambios que, disfrazados de democracia, minen sus principios básicos; la supremacía de la ley frente a la voluntad de los poderosos, los derechos de todos y todas, pero especialmente de las minorías y los grupos tradicionalmente excluidos, la pluralidad política y la celebración de elecciones libres, periódicas y con sana incertidumbre en el resultado pero con sanísima certidumbre en la imparcialidad y profesionalismo en su organización. 

Debemos también proteger su inercia. Lo que hoy tenemos es producto del impulso de muchas generaciones atrás y detener su marcha puede costarnos mucho más caro de lo que puede parecer a primera vista. El impulso y la apuesta civilizatorios son el fruto de horas y momentos ciertos que, a veces, cuesta años, incluso décadas, repetir.