“Somos una suma mermada por infinitas restas”
Sergio Pitol
La primera temporada no tenía mucho presupuesto, los personajes todavía se encontraban en desarrollo y más de un error argumental se tropezaba sin mucho cuidado; todo era nuevo, por lo cual sorprendía al contacto. La imaginación revoloteaba sin parar, víctima de los albores de la vida misma que empujaban a crear sin preocupaciones mundanas como el tiempo, el dinero o la fe.
La segunda temporada pintó mal desde el inicio; entre los cambios de dirección, cualquier tropiezo dolía hasta el alma. Las locaciones deambulaban entre el amor de verano e ilusiones formadas por la visión tergiversada del ahora, falsa idea de poder que intoxicaba de arrogancia a cada momento, mientras la verdad se destapaba rompiendo todo aquello que estuviera medianamente endeble.
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Aquellas lecciones aprendidas, hicieron que equivocarse doliera menos, aunque la desesperanza que provoca ver que el tiempo está contado, agotaba de a poco las ganas por seguir. Así comenzó la tercera temporada, con un reparto nuevo y ciertos personajes que lograron colarse en el guion, debido a la exigencia popular de los fanáticos o a la necedad del director. Algunos actores se habían ido sin dejar nada, otros, sirvieron para el desarrollo de la trama actual, marcando notablemente con sus diálogos al protagonista, que, desde la mirada y la selección de sus acciones, se percibe distinto.
Entre temporadas, se nos va la vida viviendo. El camino que viene se irá escribiendo entre tinta y tiempo; antes del final de los finales, aquellos puntos suspensivos cunden de nuevas historias, siempre, y pese a lo dolorosas, gratificantes, duras o sublimes que sean, algo más tienen por ofrecer.
RECUENTO
Recapitulando lo que ha pasado con nosotros en los años que tenemos con vida, podríamos dividir nuestros días por temporadas. Personalmente, quisiera sugerir que estos ciclos se cumple cada diez años, aunque en realidad terminan y empiezan sin que nos demos cuenta, a una velocidad lentísima o trepidante, sin que esto dependa propiamente de nuestra voluntad, sino de múltiples factores, en su mayoría ajenos a nosotros.
Entonces, ¿qué ha pasado con nosotros?, ¿qué hemos hecho con el tiempo que llevamos con vida?, ¿cuánto hemos invertido en amar?, ¿cuántos kilómetros recorrimos como autómatas, sin saber realmente por qué avanzamos o si nos sentimos bien recorriendo este camino?
Hemos visto a personas llegar para quedarse junto a nosotros, dispuestas a juntar soledades; otras, que han habitado de forma pasajera en nuestro pecho, yéndose sin despedirse, dándonos lecciones que quizás todavía no entendemos.
Vivimos momentos que nos han marcado entre sangre, sudor y lágrimas; derrotas que nos han demostrado lo frágiles que somos; golpeándonos con tanta fuerza, quitándonos el aire, así como el vigor que nos permitía seguir.
Recorrimos caminos que no creíamos posibles, descansando por temporadas en cálidas hogueras; enfrentamos males que arreciaron en nuestra contra y de los nuestros, vilezas que trataron acabar con todo; nos enfrentamos a nosotros mismos y al abismo. Salimos avante de cada embate que pretendía hundirnos, levantando la cara, subiendo un piso tras otro, al ritmo que tenía que ser.
Las temporadas han pasado y nosotros no somos los mismos; somos, como alguna vez escribió Sergio Pitol, “una suma mermada por infinitas restas”; hemos cumplido aquellos deseos que creíamos perdidos, mientras otros más esperan ansiosos un glorioso retorno. Que la trama nos sorprenda, para bien, si no es mucha exigencia.