¿Cómo se diseñan las ciudades? ¿Qué usos se priorizan? ¿A quiénes se toma en cuenta en la planificación? Las ciudades son el escenario donde más de la mitad de la población desarrollamos nuestra vida cotidiana, ¿no sería importante preguntarnos cómo afecta ese diseño a nuestras vidas?
Son muchas las afectaciones que cruzan las ciudades; la escasez de servicios e infraestructura, los efectos de la gentrificación, el ruido, la inseguridad, la violencia y la contaminación son algunas de ellas. Sin embargo, siguen siendo un territorio atractivo para residir, su dinamismo y actividad económica contribuyen aproximadamente al 60% del PIB mundial, pero también representan alrededor del 70% de las emisiones de carbono mundiales y utilizan más del 60% de los recursos naturales disponibles (Informe de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, 2023).
Según ONU-Hábitat (Programa de Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos), el Derecho a la ciudad es el derecho de todos los habitantes a habitar, utilizar, ocupar, producir, transformar, gobernar y disfrutar ciudades, pueblos y asentamientos urbanos justos, inclusivos, seguros, sostenibles y democráticos, definidos como bienes comunes para una vida digna. No es menor que el Objetivo 11 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) esté focalizado en “lograr que las ciudades sean más inclusivas, seguras, resilientes y sostenibles”.
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El término de ciudades resilientes se empezó a utilizar con mayor fuerza desde 2018, en el marco del Día Mundial de las Ciudades. Ese 31 de octubre se enfocó en la construcción de una agenda desde la resiliencia urbana —entendida como la capacidad de cualquier sistema urbano (junto con sus habitantes) para mantener la continuidad a pesar de las crisis y los impactos mientras se adapta y transforma positivamente hacia la sostenibilidad—.
Una ciudad resiliente evalúa, planifica y actúa para prepararse y responder a los peligros (naturales y provocados por el hombre, repentinos, paulatinos, esperados e inesperados) con el fin de proteger la vida de las personas, garantizar el desarrollo, fomentar un entorno para la inversión y conducir el cambio positivo (ONU-Hábitat, Día Mundial de las Ciudades, 2018). Se diseña con estrategias, tecnología e infraestructura que disminuyen el impacto de lluvias, huracanes, inundaciones y sequías; riesgos asociados con el cambio climático, pero también logra una armonía con el entorno, la accesibilidad, el bienestar económico y el cuidado del medio ambiente.
Tanto el derecho a la ciudad, como el diseño de ciudades resilientes se centran en las personas, la inclusión y la igualdad, e incorporan aspectos con perspectiva de género. Llegados a este punto, entonces, ¿qué puede entenderse como ciudades feministas?
Una ciudad feminista es una ciudad cuidadora, que humaniza los espacios y no asigna roles de género en su uso. En palabras de la feminista y socióloga urbana española, Blanca Valdivia, “el diseño de una ciudad feminista va más allá de la comodidad y la estética, es considerar qué prioridades y posición política tiene el diseño”.
Vivimos en ciudades que están formadas a partir de lo productivo y el capital, pero que no toman en cuenta ni lo reproductivo ni los cuidados. Sobrevivimos en ciudades que no ponen en el centro la vida ni la diversidad de necesidades y ritmos de todas las personas. ¿Cómo queremos que se gestione nuestra vida cotidiana? Según la arquitecta y urbanista argentina, Zaida Muxí, la ciudad debería estar pensada para que la mayoría de las movilidades sean a pie, porque esa proximidad también permite un cuidado más compartido.
Eva García-Chueca, investigadora del Programa Ciudades Globales, define a la ciudad que cuida como “una ciudad que concibe el espacio urbano como elemento cuidador en sí mismo: con suficientes espacios públicos (inclusivos y de calidad) que promuevan y faciliten la sociabilidad, la interacción y la vida en común —clave para nuestra salud mental—; con espacios verdes y elementos naturales para la recreación, el deporte y la sostenibilidad medioambiental; con itinerarios ciclistas y calles peatonales que resten protagonismo al transporte privado frente a medios menos contaminantes; y con una clara preocupación por su entorno (gestión de residuos, de aguas, vegetación urbana)” (García-Chueca, 2021).
Desde 2019, la Red Mujer y Hábitat de América Latina y el Caribe construyó la Agenda de las mujeres por la ciudad, la cual propone ocho temas para mejorar la calidad de vida y abordar la desigualdad de género:
- Una ciudad segura sin violencia contra las mujeres
- Movilidad urbana con enfoque de género
- Servicios y equipamientos urbanos para la vida cotidiana
- Autonomía económica para las mujeres
- Políticas y programas de vivienda con enfoque de género
- La paridad como un horizonte: participación política de las mujeres
- Integración social de mujeres migrantes, desplazadas y refugiadas
- Propuestas sobre riesgos ambientales
Si bien esta es una propuesta desde el sur global para reflexionar sobre los conceptos de ciudad, su diseño y posición política; siempre podemos recordar que, como ciudadanas, ciudadanes y ciudadanos, tenemos derecho a la ciudad y a recuperar el espacio público con autogestión y autonomía, desde una mirada que deconstruye las desigualdades y dicotomías que marcan la vida de las personas y sus complejas diversidades.
Geovanna Prado Prone*
Licenciada en Relaciones Internacionales y Maestra en Cooperación para el Desarrollo por el Instituto Mora. Durante 12 años ha trabajado junto con colectivos, organizaciones y empresas sociales en diseño, monitoreo y evaluación de proyectos socioambientales, creación de alianzas estratégicas y movilización de recursos. Actualmente trabaja en un fondo feminista en México.