En México se registraron más de 13 mil nuevos casos de VIH hasta octubre de este año, muchos de ellos en personas con una edad menor a los 30. Manteniéndose un ritmo de más 15 mil nuevas infecciones al año, para dar un registro histórico de 365 mil 916 casos, de 1983 a la fecha. Cifras, que como cada 1 de diciembre, Día Mundial de Respuesta al VIH, abren paso a muchas reflexiones sobre las labores de prevención del mismo.
A pesar de tener casi medio siglo entre la humanidad, el VIH aún es un tema abierto a muchas reflexiones y posicionamientos desde diferentes aristas y enfoques disciplinarios. Desde la literatura y la antropología han surgido dos nuevas propuestas de análisis, refrescantes a las miradas ya conocidas sobre la temática.
Ahora podrían parecer lejanos esos momentos en lo que una enfermedad sin nombre afectaba a ciertos sectores de la sociedad, en específico, los hombres homosexuales o las personas trans, a quienes, por el simple hecho de serlo, se les asociaba directamente a un trastorno de la salud sin cura y sin explicación científica de respaldo más que el haber sido adquirida por tener “ciertos estilos de vida” o “maneras de ser”.
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Un padecimiento al cual se le había nombrado como “cáncer rosa”, “cáncer gay” o “síndrome de inmunodeficiencia gay” estaba azotando varias ciudades de Estados Unidos y del mundo a comienzos de la década de los 80, momento en que su diagnóstico equivalía a la muerte debido a la falta de un tratamiento médico, pero también a la de un interés por comenzar a tomar cartas en el asunto por parte de las autoridades.
La ciudad de los vientos, como es conocida Chicago, en las praderas centrales de Estados Unidos, junto a los Grandes Lagos, también sufre de la incertidumbre provocada por un virus recién identificado y cuyas consecuencias son el debilitamiento total del sistema inmunológico. En medio de esa crisis, un grupo de amigos de los circuitos gay vive en carne propia la situación.
Encarnan el dolor de saber de la muerte de alguno de sus integrantes y la imposibilidad de poder asistir a su funeral como consecuencia de los prejuicios a su alrededor o de la urgencia constante de la aplicación de pruebas de detección para establecer o no un plan de vida y pensar o no en un futuro, o más complejo aún, en un mañana.
Pero, dicho dolor, también encarna en una movilización sin precedentes de personas cuyo espectro público y político no solía estar en un primer plano. Grupos de personas afectadas por el virus y quienes simpatizaban con ellas tejieron redes de resiliencia, de amor y de compañía para enfrentar la situación y no perder la esperanza de la posibilidad de un cambio, de un legado, de un aliento a pesar de estarse dando los últimos suspiros.
Situada en esos momentos complejos, ubicando la trama de la irrupción del VIH en una ciudad fuera de los focos de atención, Rebecca Makkai realiza un ejercicio de desdoblamiento entre quienes estuvieron cerca de la situación y son herederas de esa memoria colectiva y quienes sucumbieron en esos instantes críticos a través de ”Los optimistas” (Sexto Piso, 2021), novela cuyo trasfondo es la resignificación de la vida y de la muerte y la crítica a una sociedad global moralizante, resquebrajada por el deseo ferviente de quienes eran afectados por la situación de un cambio y de un halo de optimismo.
Por otra parte, enfocado más en el estudio de la realidad social a partir de las experiencias vividas en poblaciones indígenas, Rubén Muñoz Martínez, del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, publica un libro que conjunta un binomio al que pocas veces se le ha puesto atención en el país, los pueblos indígenas y el VIH.
Producto de varios años de investigación, el libro analiza la atención al VIH en dos de las regiones con mayores índices de población indígena en el país, Chiapas y Oaxaca, donde hay un universo de diversidad cultural y lingüística, así como de diversas maneras de explicar el cuerpo y la enfermedad alejadas de la noción occidental de salud, aunado a entornos más rurales que urbanos.
Una de las primeras verdades demoledoras compartidas en “Pueblos indígenas ante la epidemia del VIH” (Ciesas, 2023) es que no hay datos estadísticos sobre el impacto del virus en las comunidades indígenas del país ni esfuerzos oficiales por tener un acercamiento, al menos de corte intercultural, para abordar la temática. Como argumenta el autor, en varios países del continente americano está demostrado que el impacto del VIH en las poblaciones originarias es más alto que en otros núcleos poblacionales. Peor, en el caso del nuestro, se desconoce la situación, pues en las estadísticas oficiales ni siquiera se recopilan datos conforme al origen étnico de las personas.
Los factores de esta situación son diversos, desde la escasez de servicios de salud en las zonas de mayor concentración de estas poblaciones, la carencia de especialistas, las barreras del idioma, la falta de recursos económicos, la ausencia de política públicas focalizadas, entre otros. Sin embargo, estos vacíos también provienen desde la academia y otros espacios de incidencia pública y política que han puesto poca atención a la situación.
Silencio es el eje central de esta investigación realizada por varios años, pero también las formas en que, a partir de voluntades y esfuerzos locales del personal de salud y de líderes comunitarios, se ha hecho ruido para romper con esa mudez e intentar dar solución a problemáticas representantes de una barrera para poder prevenir, atender y eliminar al VIH de estas poblaciones.
El lema de este año para la conmemoración del Día Mundial del VIH fue que “Lideren las comunidades” las tareas para dar solución a la temática. Por primera vez en la historia se reconoció el papel fundamental de las personas y las organizaciones de la sociedad civil y colectivos en la respuesta a la situación, de la cual, en este año, se cumplieron 40 años de su presencia en México.
Ambos libros, cada uno desde su propia perspectiva, son claros ejemplos de la relevancia de las respuestas comunitarias al VIH. Por un lado, aquellos jóvenes gay del Chicago de la década de los 80, carentes de asistencia gubernamental, ante la negativa del gobierno estadounidense por reconocer la situación, y que entre ellos construyen sus propias redes de apoyo. Por el otro, los esfuerzos de algunas personas del sector salud y líderes comunitarios indígenas para dar algunas soluciones a la problemática a pesar de carencias estructurales y barreras culturales, entre otras dificultades.
Ambas experiencias, claros referentes para todas las personas para sumarnos a esta respuesta global al VIH, cuyo mayor reto es que en los próximos seis años se logre erradicar al virus del planeta. Labor que debe ser conjunta, o desafortunadamente, no se podrá llegar a ella.