Imaginen un estadio de futbol lleno con todos gritando, una fiesta en donde la música está muy alta y domina el ruido ensordecedor. Justo esta es la situación en la que se encuentra nuestra sociedad en torno a las campañas políticas y el proceso electoral que atraviesa. Nadie escucha. De pronto, todos los actores creen que dentro de ese desconcierto serán los vencedores y podrán manipular a la población. Pero esto no es así y se ha demostrado en el pasado: 1997, 2000, 2006, 2012, 2015, 2018 y 2021, han sido testimonio de ello.
Todos afirman, elección tras elección, que van a cambiar el rumbo del país, estados o municipios, dependiendo del interesado. Más o menos viene a la mente esa gran pregunta que flota en cualquier persona con alguna ambición intelectual, ¿cómo cambiar el mundo?
La respuesta inicia y termina con un concepto –representación política– que se sitúa como elemento fundamental de la democracia constitucional con derechos humanos, vigente y en boga en el mundo.
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La definición de los candidatos presidenciales ha hecho las veces de sordina para atenuar ese ruido, pero ahora se sustituye por más de 20 mil ruidos distintos que pretenden el mismo número de cargos que se elegirán el próximo junio.
En un contexto en el que el bombardeo de información por redes sociales y medios de comunicación aumentan el ruido, y además se combina con circo y actuaciones, en lugar de discusión seria, las decisiones de la élite –como guardianes de la puerta al acceso al poder mediante la resolución de candidaturas– toman más relevancia que nunca por los efectos y consecuencia que traen aparejado. En el contexto internacional, Argentina ya demostró de lo que es capaz la ciudadanía cuándo se queda sin opciones.
En México, en el año 2018, al profundizar actos que beneficiaban a intereses grupales y personales, que evidentemente dejaban a un lado los intereses colectivos, la ciudadanía decidió elegir a Andrés Manuel López Obrador presidente de la República. Para la democracia significó un mensaje muy poderoso y para los partidos políticos uno que tiene tamaño de apocalipsis. Un partido recién creado con un personaje fuera del establishment accedió al cargo y por ende a la redefinición de conceptos que estaban profundamente desgastados, siendo el principal el de representación política de la colectividad y de sus prioridades e intereses.
Dentro de ese margen, la ciudad de México se convierte en la principal expresión de rasgos de lo que se presentará el próximo año y por ende del humor y decisiones que tomarán los ciudadanos. La capital es y será el estándar de mediciones de la cultura política, el civismo, y ahora además la cúspide de las negociaciones políticas.
Es obvio que el mecanismo o carta de presentación en este proceso es la encuesta –absolutamente desacreditada por años y abusada hasta el cansancio, con algunas excepciones– y que ese mecanismo dejó mucha insatisfacción en la propia definición de las 8 gubernaturas, incluyendo –o sobre todo– la capital del país.
La encuesta pretende reflejar de la manera más fiel y leal a la voluntad popular y por ende respetar el principio de soberanía expresado en el artículo 41 constitucional, y una de las herencias más importantes de la Ilustración –que deja atrás la monarquía para transitar a la democracia–, y que en México desde 1812 y la Constitución de Cádiz han transcurrido más de 200 años de vida intentando dotarle de contenido a ese concepto. La Constitución actual, de 1917, deja atrás los arrebatos violentos del poder (y la representación minoritaria de la población quienes pretendían asumir el mismo) para reorganizar e institucionalizar el cambio de mando. Por ello se crearon las elecciones en la forma y términos que se ha desarrollado como en pocos países del mundo.
En la práctica, el PRI y el PAN perdieron el poder, y hoy se mantienen en un dilema profundo hacia dentro y posteriormente será hacia afuera por la manera y forma que elegirán sus candidatos. No hace falta describir el pseudo proceso democrático que duró una semana y finalmente fue sustituido por una designación directa por la dirigencia del Frente Amplio en favor de Santiago Taboada. Curiosamente justo lo contrario a lo que planteó el padre intelectual Guadalupe Acosta Naranjo al mismo frente a nivel nacional para incorporar a la sociedad civil, una serie de debates, procesos abiertos, y toda una ruta de legitimación de su candidatura, que terminó en un bodrio rarísimo de intereses de cúpulas empresariales, reparto de candidaturas compensatorias favoreciendo a otras cupulas (ya lo confesó públicamente Damián Zepeda), y que en la presidencia resultó en favor de Xóchitl Gálvez.
Por otro lado, en Morena, la decisión en favor de Clara Brugada generó incertidumbre entre la población al haber insertado dudas sobre la cuestión fundamental y en cambio una compensación política, similar a las que tanto se han reclamado en la historia del país. Situación que debería haberse justificado, no sólo con el argumento legal que se dio, sino con una serie de actos que generen convicción que la decisión fue una de representación de las causas mayoritarias y profundas, además del deber necesario de reunir a las viudas de esa decisión para no confirmar que fue una decisión de grupo, y justificar exhaustivamente el resto de las candidaturas.
Ahora, en las alcaldías y diputaciones se expone una doble cuestión que deberán definir todos los partidos, so pena de no hacerlo de manera pulcra, recibirán la consecuencia de un sentimiento de abandono y ausencia de representación, la última vez que lo vivimos fue hace tres años y debiera haber quedado claro.
La doble cuestión consiste en: i) la representación de las comunidades, especialmente en alcaldías que cada vez más se componen de población de extracción social media y alta, y menos incidencia popular como Magdalena Contreras, Tlalpan, Coyoacán, o Cuauhtémoc y otras donde ya igualan o superan a las zonas populares en población y presencia como Álvaro Obregón, Miguel Hidalgo, o Benito Juárez, y ii) los perfiles, situación que refleja lo poco que los partidos políticos han trabajado en la creación de cuadros que atiendan a las necesidades y retos que el mundo y la ciudad plantea.
O sea, ¿se cambia el mundo (nuestro mundo) y se reconoce la importancia de la representación política, rompiendo la dinámica histórica del poder? O ¿se destruye la elección del 2024 y se evita la evolución de nuestra democracia?