Me refiero inicialmente al título de este artículo como el de la película de Sarah Polley, donde mujeres menonitas deliberan entre sí y consigo mismas la decisión de quedarse a luchar o irse de la colonia donde sufrieron abusos sexuales. Y así como esos diálogos les enfrentan a las contradicciones de la fe y del mundo patriarcal, también se escuchan y fortalecen unas a otras, a veces, desde las diferencias; optando por irse, se reconstruyen aun sin saber de mapas y brújulas avanzadas, pero eso sí, juntas.
Carol Gilligan en “La ética del cuidado” cita al psiquiatra Jonathan Shay cuando este afirma que la superación del trauma depende de la "comunalización del trauma", poder contar la historia a alguien que escucha con la seguridad de que puedes confiar en que vuelva a relatar fielmente a otros en la comunidad. La recuperación comienza, pues, con la escucha, por lo que, continúa Shay, "antes de analizar, antes de clasificar, antes de pensar, antes de intentar hacer nada, deberíamos escuchar”. (Gilligan, 2013, 14)
Vivir violencia de género requiere reconocerla y después gestionarla a través de formas variadas de denuncia y de reparación del daño. Empezar por donde otres nos escuchen, suele ser un principio de autocuidado vital para la recuperación. Mi amigo Santiago Sorroche dice que cuando estudiaba en un colegio católico en el conurbano bonaerense, un sacerdote les dijo "Dios nos dio dos orejas, dos ojos y una boca. Porque hay que mirar y escuchar más que hablar", y esa práctica que a él le sirve como antropólogo, a las personas nos sirve para nuestro cuidado al momento de nombrar nuestras experiencias a otres.
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A los primeros minutos y días de haber sufrido violencia psicológica por la persona con la que mantenía una relación, fui escuchada por amigas, alumnes, conocidas y mi terapeuta, que me escucharon sin juzgarme con la única urgencia de que yo estuviera bien. Su escucha fue importante. Cuando la comunidad, las instituciones y especialistas de la salud mental te escuchan, te sientes fuerte y con confianza para hacer lo que necesites para tu bienestar. Pero, ¿qué pasa con los que no te escuchan y, por el contrario, escuchan y validan con sus actos y omisiones a los agresores?
Los agresores, están ávidos de la escucha, amor y atención negada, y luego aprenden a obtener cosas y afecto, etcétera, manipulando, humillando, mintiendo, controlando y en el peor de los casos, a exigir con violencia; pero jamás escuchan, sienten empatía o aman a otres, que no sean ellos. Mi agresor, que me había violentado otras veces en público y privado, estaba rodeado silenciosamente de sus amigues cuando me violentó y paradójicamente un fotógrafo “famoso” por recorrer y fotografiar las noches de la Ciudad de México, se convirtió en su azuzador, pero eso sí, muy preocupado por las “bellas artes domésticas”. ¿Cuándo la complicidad contribuye a la ética del cuidado y cuándo no?
Sayak Valencia explicó que este tipo de masculinidades se caracterizan “por combinar la lógica de la carencia (círculos de pobreza tradicional, fracaso e insatisfacción), la lógica del exceso (deseo de hiperconsumo), la lógica de la frustración y la lógica de la heroificación (promovida por los medios de comunicación de masas) con pulsiones de odio y estrategias utilitarias. Resultando anómalos y transgresores frente a la lógica humanista (Valencia, 2012, 88).
Una comunidad que guarda silencio cuando observa todo tipo de violencias, ha cerrado sus dos oídos a la escucha desde el cuidado y respeto a la integridad de las personas que están enfrentando esa situación traumática. La complicidad es una herramienta que se instrumenta para seguir incluidos dentro del patriarcado y a quienes no guardamos silencio el patriarcado nos buscará causar deshonra y exclusión, así como hace mi agresor conmigo, al deshonrar, desprestigiar y minimizar mi denuncia, como lo hizo cuando le dije que me había violentado.
Gilligan expresa que “las actividades propias del cuidado –escuchar, prestar atención, responder con integridad y respeto– son actividades relacionales. La memoria y la relación son las que quedan destruidas por el trauma. La traición a lo que está bien puede llevar a la ira violenta y al aislamiento social, pero también puede acallar la voz honesta, la voz de la integridad”. (Gilligan, 2013, 30)
Siendo profesora de género, violencia y ética comunitaria en la UNAM, sufrí violencia porque a todes nos puede pasar, y hablar y ser escuchada es importante en mi sanación. No les prescribo a las mujeres cómo deben sanar y cuándo deben hablar, sólo comparto mi experiencia sobre la escucha y la no escucha de los otres, como paradojas de la ética del cuidado.
A pesar del “prestigio” en los temas de la difusión de la identidad cultural de la cumbia, los sonideros y los derechos humanos que promueve mi agresor, del prestigio de su familia y su apellido en el mundo de la cultura y la sociedad civil organizada, a pesar del capital social, cultural y político de los amigues de mi agresor, y de su silencio cuando vieron cómo me violentaba en múltiples lugares, yo fui escuchada y espero seguir siendo escuchada y escuchar, para reproducir y practicar una ética del cuidado que me sane y anime a más víctimas de mi agresor a hablar, así como a víctimas de todas las violencias, a ser escuchadas.
Lena Brena Ríos*
Cuenta con un Posdoctorado en la UNAM, es Dra. en Ciencias Políticas y Sociales con orientación en Ciencia Política, por el Posgrado de la UNAM en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales FCPyS y Maestra en Sociología Política por el Instituto Mora.
Es docente en FCPyS de la UNAM en la asignatura de “Sociología y Metodología de los Derechos Humanos”, también imparte la asignatura de “Feminismo afrodescendiente” y “Género, Violencia y Ética comunitaria”, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Ha trabajado en órganos de derechos humanos tanto civiles como no jurisdiccionales y en el gobierno de la Ciudad de México. Es activista en la UNAM contra todo tipo de violencias, especialmente la violencia política mediática.